sábado, 21 de agosto de 2010

Se fueron

     
    Por el kiosco, en el que me encuentro todas las tardes, debido a su ubicación, en el casco antiguo, pasan todo tipo de gentes, diferentes nacionalidades é idiomas.
    Tanto ellos como yo, hacemos un esfuerzo verbal y de signos, para comunicarnos, bien sea porque les apetece algo de lo que allí se vende, o para aclarar alguna duda sobre la situación de alguna calle o monumento de la ciudad, el caso es que de esa mínima “conversación” todos resultemos satisfechos.
    Ahora en Agosto, el perfil cambia, entran conocidos de años atrás, que aprovechan las vacaciones para volver a su lugar de origen, y visitar a sus familiares.
    Pues bien resuelta que algunos, (por suerte no demasiados). “esos” que conocí hace treinta y pocos, cuando ellos eran quintos, y en la fiesta de su pueblo corrían las cintas a lomos de un asno que algún vecino les había prestado para la ocasión, “esos” que hace veinte y muchos, al abrigo de otros familiares que se fueron antes a dejarse el lomo par que lo tuviesen más fácil, también emigraron a otras regiones o países para ganarse el pan que su tierra no les podía proporcionar, “esos” que se sentían orgullosos, de que la gente en su puesto de trabajo los llamasen por el nombre de su lugar de origen, “esos” que montaron un pequeño negocio y el día más memorable fue aquel en que colgaron sobre la puerta el cartel con su gentilicio, “esos” que hace diez y bastantes volvían marcando la diferencia con unas cuantas (lechugas) en la cartera y con la frase típica ( a esta ronda invito yo) en el bar de su localidad, ante el asombro y las miradas de los que allí se habían quedado, al ver el vehículo que había aparcado a la puerta, “esos” que desde hace pocos vienen con la simple intención de ver si a sobrado matanza, pisto o demás alimentos naturales de los que conservan sus padres durante todo el año, "esos" que traen a la familia en un coche que hoy ya es normal, y son ellos los que miran atónitos ese tractor nuevo que ha adquirido el que poco a poco fue comprando las tierrecitas que nadie quería y unidas ya son unas hectáreas que dan para vivir decentemente y en su tierra, “esos” no se resignan a dejar de ser diferentes.
   Como iba diciendo, “esos” entran en el establecimiento con sus pequeños, y empiezan a hablar en un idioma que ni ellos entienden, queriendo exagerar un acento, al tiempo que mezclan palabras y verbos, para formar frases incorrectas tipo idioma “SIUX”. Me limito a esperar, a ver si se deciden a decirme lo que quieren, en la lengua que él sabe que los dos entendemos, pero nada, él erre que erre.
    A su lado dos niños nacidos en aquella tierra, miran a su progenitor extrañados y se preguntan: .- ¿por qué habla así?, si hace un momento, en la puerta, frente al cartel, nos ha preguntado en un perfecto castellano, que tipo de helado queríamos. Tal vez a este señor haya que hablarle así; Ellos le responden con naturalidad, en un idioma que yo no entiendo, pero se les nota la fluidez y la cara de normalidad.
    Al final uno de los niños dice alto y claro: .- queremos este y este, al tiempo que los señala con el dedo.
    Ahora viene la hora de pagar, los verdes ya no rebosan en la cartera, y para dos jodidos euros hay que buscar en el bolsillito pequeño, para contar las monedas, con la excusa de quitarse peso.
    Al irse, correctamente les he despedido con un adiós claro, solo los niños han contestado en mi idioma, solo ellos se han dado cuenta de que lo importante era conseguir el helado.

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