viernes, 10 de junio de 2011

Y mañana tambien

      Hoy al despertar, entre los nubarrones negros que cubren el cielo, se escapará un rayo de sol que llenará de luz tu habitación.
     Aspirarás profundamente y sentirás el fresco aroma a tierra mojada que penetra por tu ventana entreabierta tras una noche lluviosa de primavera.
    Después de asearte, vestirte y antes de salir, pararás frente al gran espejo del vestíbulo,  harás  una mueca al comprobar lo bien que te sienta ese pantalón tan usado, junto con esa camisa clara que te da un aspecto juvenil, haciendo juego con las canas que desde hace un tiempo van poblando tus sienes.
  En tu coche, como cada mañana, pondrás la radio para escuchar las noticias, pero hoy, por primera vez, mientras esperas a que se mueva la caravana de vehículos, mientras vas avanzando metro a metro hacia tu destino, sentirás lo afortunado que eres por no formar parte de ellas.
    A la hora de aparcar, realizas las maniobras pausadamente, las columnas y paredes de ese sótano oscuro, parecen iluminar el recorrido entre tu plaza y el ascensor que siempre te conduce hasta el exterior, hoy descubrirás unas escaleras nunca usadas, te diriges hacia la luz, un soplido se desliza entre tus labios y una melodía surge,  trayendo del recuerdo imágenes de la infancia.
  Por la acera, caminando, descubres un mundo en movimiento con una sincronización perfecta, cada persona, lleva un camino, una velocidad, encuentras a tu paso obstáculos que nunca hubieras imaginado que existían, no influyen en el deambular de la gente, nadie los mira pero todos los sortean correctamente; una carcajada se escapa de tu garganta al tropezar, eso te pasa por salir del automatismo que te rodea y vuelves a silbar mientras avanzas.
    Al llegar al trabajo, saludarás a tus compañeros con una sonrisa, todos te devolverán el saludo con amabilidad, incluso alguno con su dedo índice golpeará su reloj, para bromear sobre esos minutos de retraso a causa del atasco.
   Abandonas un momento tu puesto de trabajo, llegas a un pasillo para comprobar que la maquina del café sigue estropeada, hoy te quedas unos minutos frente a ella admirando el paisaje que fluye tras el metacrilato gracias a la luz de los fluorescentes que hay en su interior.
   Llega la hora de comer, en el bar de la esquina, una mesa al fondo te espera con su mantel de cuadros azules y blancos, el menú del día, tiene un olor especial, con la primera cucharada, el paladar detecta todo el amor que la cocinera pone frente a  los fogones, cada vez que sus dedos espolvorean las especias, al tiempo que remueve con el cucharón de madera el interior de la marmita.
     El aroma que desprende la vieja cafetera que hay tras la barra, intenta apresurar la ingesta del postre, pero la degustación de ese flan casero, te transporta al limbo de los dioses, cierras los ojos y te abandonas, llegando casi a levitar sobre la silla.
    Pones de nuevo los pies en la tierra, vas hacia la barra para saborear un café negro, con mucha crema, tu soledad es compartida por un desconocido que siempre estuvo ahí.- que, amigo, ¿cómo va el negocio?; un ratito de conversación, hace más amena la espera para volver al trabajo.
   Los ángeles, parecen estar de mudanza, la marquesina que cubre el escaparate de una tienda de juguetes,  te sirve como refugio del aguacero que golpea el asfalto, haciendo correr arroyuelos a lo largo de los bordillos, en busca de la alcantarilla más cercana.
   La oscuridad, deja paso a unos haces de luz, allí al fondo, sobre los tejados, se deja vislumbrar un arco iris con sus característicos colores pastel.
  Esa tarde lluviosa con ausencia de actividad, se convierte en un de aquí para allá, limpiando y colocando utensilios que se encuentran en cualquier lugar menos donde deberían de estar.
    El reloj marca la hora de salida, no hay prisa, las calles solitarias invitan a pasear, los luminosos, empiezan a encenderse como reclamo y todos los edificios parecen formar una guirnalda de verbena con variopintas formas.
    En el trayecto de vuelta, el volumen de la radio, hace vibrar en la bandeja del salpicadero, los tornillos que has ido recogiendo de las alfombrillas y depositando en esa cajita de plástico, sin saber de dónde se han desprendido; el cristal abierto, el codo sobre la ventanilla, la prudente velocidad, las canciones que grabaste antaño en esa cinta de cassete que aún guardas celosamente en la guantera, de las que aún recuerdas la letra y tu intentar tararear al mismo tiempo, te hacen retornar algunos, “bastantes” años atrás.
   Ya en casa de nuevo, recoges el correo, publicidad y extractos bancarios, lo de siempre;  abres la puerta del patio, dejas entrar a tu mascota que corretea a tu alrededor, te agachas para acariciarla intentando devolverle con un abrazo todo el cariño que te demuestra cada tarde.
   Las cuatro cosas de siempre: un bocadillo de embutido con pan de molde acompañado de un zumo de botella, el murmullo del televisor para romper el silencio, las luces encendidas para templar el ambiente, un pijama para estar cómodo y unas zapatillas viejas, confortables, para que no se queden los pies fríos.
   La pantalla del ordenador, muestra que tienes nuevos mensajes, los abres para comprobar que todavía hay gente que se acuerda de ti, que te cuenta cosas insignificantes, que te reenvía correos que le han resultado divertidos o interesantes, que aún te tiene ahí, en su lista de contactos.   Hay que responder a alguno de ellos, para decirles que estás bien y contarle alguna cosilla antes de un: a ver si nos vemos pronto.
    Algunas páginas archivadas en favoritos: periódicos, blogs y enlaces diversos, van haciendo correr las agujas hasta la media noche.
    En tu dormitorio, te aproximas a la ventana, subes la presiona hasta arriba para dejar que se asome la luna a tu intimidad, acurrucada entre esas sabanas recién planchadas, perfumadas por esa persona en la que confías, “tiene las llaves de tu casa”, aunque vuestra única relación sea un sobre, que dejas cada primero de mes, encima de la mesa de la cocina.
    Pones el despertador, apagas la luz e imaginas que entre las nubes, desde la lejanía, alguien te observa y te desea felices sueños.


          A partir de hoy, irán pasando los días, la frase: mierda de vida quedará en el recuerdo y todo a tú alrededor te lo agradecerá, transformando su escala de grises en  vivos colores.
                sssssssssssssssssssss......................... Hasta mañana.

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