sábado, 18 de mayo de 2013

Mi último recuerdo

           Hace años, escuché no se donde, una frase que me dejó pensativo, tal vez, me hizo gracia; tiempo después decidí escribir una canción sobre ella, pero no fui capaz de hacer la letra, ahora me he dispuesto recordarla y la única manera que he encontrado ha sido escribirla al revés, empezando por el final e ir desarrollándola para acabar por el principio, antes de plasmarla ordenando y dando forma a los apuntes en mi blog.

              La frase era: Tendréis que leer la historia para averiguar la frase.

           En un lugar Jienense, allá por tierras andaluzas, echó raíces y creció durante años, integrando ente todos los demás, un inmigrante de otros lares de la tierra cruzando el mar, siendo originario de un lugar cercano al monte Sinaí.
      A mediados del mes de Marzo, todos los habitantes de aquel lugar rapeaban simultáneamente, esperando una leve mejoría del tiempo y en unas semanas, mostrarse en todo su esplendor.
       Ya bien entrados en el mes de Abril, a principios de su segunda quincena, el paisaje se encontraba rebosantemente hermoso, se dejaba oler el aroma campestre en toda la comarca, gracias a que todo estaba desmesuradamente florido.
        Todas nacimos en un pequeño intervalo de tiempo, en poco más de un mes, se nos podía ver, llenas de vida, como perdigones traviesos; fuimos creciendo felices bajo un sol deslumbrante, típico del sur de España, ajenas a nuestro destino.
         Antes de finalizar el año, aparecieron ellos, cogieron sus varas y nos azotaron insistentemente hasta separarnos de nuestros vínculos vitales; nos apresaron, antes de tener la mínima opción y nos trasladaron a un lejano lugar en condiciones infrahumanas, hacinadas, en la caja de hierro oxidada de un mugroso camión, cubiertas por una lona maloliente, unas sobre otras, sin luz, sin aire, sin ninguna clase de respeto a nuestra existencia, solo éramos una mercancía con la que negociar, unas simples esclavas, que debían ser adiestradas, para un único fin: Un instante de placer para el paladar de nuestro último dueño, antes de concluir nuestra existencia.
          Al llegar al punto de destino, nos descargaron, porqué no se puede llamar de otra manera, nos encarrilaron por un pasillo estrecho, donde muchas manos femeninas, situadas a ambos lados, nos iban cogiendo y marcando, con varios cortes longitudinales, como constatación de nuestro cautiverio.
          En el otro estreno del pasillo, por un abismo se nos dejaba caer hasta una gran piscina llena de agua, a la que después le añadieron una gran cantidad de sosa caustica, con el fin de despojarnos del carácter irritable y nuestro amargo temperamento, intentando dominar así, nuestro sentimiento y lenguaje bravío.
        Allí nos dejaron como diez días, el escozor en nuestras heridas, era tan intenso, que incluso a veces llegábamos a perder la consciencia; después de bañarnos varias veces con agua limpia, nos comenzaron a adecentar con aceites, sales, diversas plantas aromáticas, hasta que la idoneidad de nuestro aspecto y textura rozaba la perfección.
       Nos fueron separando en lotes, y encerrándonos de nuevo en cárceles de cristal, para que los compradores, pudieran admirar nuestros cuerpos carnosos y saludables, por lo que no tardamos mucho en ser adquiridas por otro mercader.
        En un lugar de aspecto limpio, rodeadas de otras celdas también de cristal de diferentes formas, que parecían contener líquidos de diversos colores, hacían que fuéramos saliendo de docena en docena y las que salían, no regresaban jamás.
         Llegó mi hora, junto a otras, me pusieron en un escenario redondo, de todas mis compañeras y no es ser vanidosa ni engreída, yo era la más hermosa; me miraba fijamente un señor de raza calé, llevaba un sombrero y bajo su estrecho bigote se dejaban entrever, unos dientes amarillentos cargados de nicotina, entre los que se encontraba uno dorado, brillante, de oro de dieciocho quilates, era el patriarca.
         Acercó su mano y me cogió con sus ásperos dedos para encarcelarme de nuevo en una celda sin luz; en donde comencé a dar vueltas, en cada una de ellas, la presión de sus salientes, iba despojándome poco a poco de todo mí ser.
        Una vez descarnada, siguió dando vueltas a mí dura osamenta, el tiempo suficiente, como para poder recordar, todas mis venturas y desventuras, hasta que extrajo de mí todos los jugos.
        Situado mi resto entre sus labios, los escupió con desprecio contra un suelo extremadamente cruel por si dureza, donde quebró todo mi ser.
     
Aquí se acabó mi historia, ¿Qué cual era esa frase?  .- Mi último recuerdo:
   Venturas y desventuras del hueso de una aceituna en la boca de un gitano.

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