miércoles, 17 de julio de 2013

Verde amigo de alto copete

         Hoy como cada año en un día señalado del mes de julio, mi mujer y yo del brazo, bajamos a la pradera, para darnos un beso junto nuestro verde amigo de alto copete desde hace muchos, sí, sesenta y tres justos, nos casamos tal día como hoy, teniendo yo veintidós y la historia comienza dos años antes.
         Los mozos del lugar, llevábamos dos o tres meses, desbrozando de arbustos y cortando arboles con hacha, de un pedazo de tierra a la que nadie le prestaba atención y allí decidimos crear nuestra pequeña campa; hacia años un rayo, había provocado un pequeño incendio, que fue sofocado rápidamente gracias a los vecinos y la gran cantidad de agua que tras él dejó caer el cielo.
         Allí, a un lado, hicimos un pequeño escenario con maderos, en el cual, cubierto por ramas se pondrían los músicos para amenizar las fiestas.
        Por aquel entonces, íbamos los mozos caminando de fiesta en fiesta por las aldeas limítrofes, mientras unos bebían y otros se dedicaban a hacer el ganso, yo que ya contaba los veinte, intentaba ligarme alguna moza, normalmente forastera, por aquello de la curiosidad por lo desconocido.
      El día de la fiesta de nuestra aldea, todo estaba preparado y listo para su inauguración, bajamos al baile con nuestras mejores galas, dispuestos sobre todo a pasárnoslo bien y disfrutar de una velada inolvidable, y así fue, por lo menos por mi parte.
      Llego a mis ojos una hermosa joven, que había venido a pasar las fiestas en casa de su tío, un señor rudo, de armas tomar, pero por ser el día que era, le dejó después de mucho insistir las amigas, que llegase un poco más tarde de la puesta del sol, al fin y al cabo antes de oscurecer se acababa todo.
     Pasaron más de cuatro o cinco canciones, todos bailaban, pero nosotros solo nos mirábamos y nos lanzábamos alguna que otra sonrisa de complicidad; al final por fin me decidí y la saqué a bailar; tenía tanto miedo a que me dijese que no, que una vez a su lado, tuvo que ser ella, quien me cogiese la mano y me dijese: bailamos o qué.
       Su tío, andaba al acecho, por lo que bailábamos una de cada tres o cuatro piezas y entre tanto bailoteábamos con otros mozos y mozas del pueblo; se acercaba la hora de marchar, entonces no había, ni medios, ni dinero, así que me acerqué a nuestro amigo, con ella cogida de la mano, saqué una pequeña navaja del bolsillo de mi pantalón y en él, roturé un corazón atravesado por una flecha y nuestras iniciales a cada lado, era el único regalo que podía hacerle y ella me regalo en compensación un hermoso beso en la mejilla; luego se fue.
      Nos carteábamos, por medio de una amiga en común, gracias a que esta, era hermana de un gran amigo mío; alguna vez que otra, con cualquier pretexto nos acercábamos los tres, hasta la aldea cercana donde ella vivía, y a escondidas nos veíamos en la parte de atrás de la iglesia, mientras mi amigo y su hermana vigilaban que no se acercaba nadie; allí, allí le di el primer beso, después de no una ni dos veces, sino varias, por no decir bastantes.
      Al año siguiente, cuando se aproximaban estas mismas fechas, me armé de valor y fui a hablar con su padre, no he pasado tanto miedo en mi vida, llame a su puerta y cuando se abrió, mi cuerpo se quedo paralizado gracias a dios, de no ser así, no habría parado de correr hasta mi casa, no sé quien, pero alguien me cogió del brazo y me metió a la cocina, vi como su padre se levantaba de la silla poniendo sus grandes manazas sobre la mesa, ante la atenta mirada de los que allí se encontraban.
          .- ¿así que tu eres?
     .-si, si, si, si señor
          .-vas a tener suerte, hoy ya he merendado y estos me han hablado muy bien de ti y de tu familia, que sois gente formal, trabajadora y honesta
      .-si señor
            .-pero si das un paso en falso
     .-no, no, no señor
            .-a ver ¿Qué querías decirme?
      .-pues yo es que, es que, ósea que
            .-anda vete a casa a cambiarte de pantalón y sí, estoy de acuerdo
     Ni sé como entré, ni como salí, solo sé que cuando la puerta se cerró tras de mí, empecé a saltar, a reír, abrazado a mi amigo y a su hermana, gritando: sí, sí, sí; el camino de vuelta me pareció un suspiro, era el hombre más feliz de la tierra.
     Cuando llegó la fiesta, ya podía ir paseando cerca de ella, eso sí a una distancia prudencial y con su tío tres metros detrás nuestro, a la hora del baile, ya solo bailaría con migo y yo con ella, sin arrimarnos demasiado, por si las moscas; ya estaba anocheciendo, su tío dio un silbido que se oyó más que la trompeta y el bombo que amenizaban la fiesta; nos acercamos a nuestro amigo, miramos el corazón y nos besamos, escondiéndonos tras él, para que nadie nos viese.
     Al año siguiente, tal día como hoy, nos casamos en la iglesia de su aldea, esa que tanto nos había resguardado esos dos años; después de salir de la ceremonia, nos vinimos a comer a esta, hicimos la comida al aire libre, aquí en esta campa, todos andaban de aquí para ya, sentándose en los bancos que habíamos sacado de la iglesia y puesto junto a unas mesas hechas con borriquetas y tablones, luego habría que desmontarlas y recoger rápido para dar paso al baile, nosotros sin embargo parecíamos no tener prisa, no podíamos dejar de visitar a nuestro amigo antes que nada, mirar nuestro corazón y escondernos tras él para darnos un beso.
      Después de algunos años, nació nuestro primer hijo, cuando era un niño, muchos domingos, bajábamos y nos sentábamos allí a su lado, aprovechando las sombras de aquella arboleda; poco a poco fue pasando el tiempo, aquel circulito que desbrozamos hacía años, se quedaba pequeño y los mozos cada año, iban talando más arboles para hacer más espaciosa la campa para las fiestas, pero nuestro amigo, permanecía allí.
     Y se casó mi hijo; y también tuvo un hijo, nuestro nieto; y cuando este era un niño, volvieron a talar más arboles para hacer un parque, donde pusieron unos columpios y unos toboganes, pero nuestro amigo por suerte seguía allí, dándonos sombra mientras disfrutábamos de nuestro nieto en aquel parque, resguardándonos del sol abrasador, mientras mi hijo empujaba el columpio con fuerza y el pequeño reía a carcajadas gritando: más fuerte papá, más fuerte.
     Hoy cuando hemos llegado a la campa, nuestro amigo no estaba, estorbaba para poner un gran escenario de esos que ahora traen las orquestas; mi nieto, el cual se casa dios mediante dentro de unos meses, ha sido quien ha empuñado la motosierra, estaban tan orgullosos, como nosotros lo estábamos cuando hicimos aquella pequeña campa desbrozando retoños y cortando con hachas a los que habían sobrevivido al fuego, tan orgullosos como los que junto a su padre, mi hijo, talaron otros cuantos para hacer más grande la campa y montar aquel parque de recreo; después lo han arrastrado con cadenas y un tractor hasta un sitio cercano.
     Hasta allí hemos ido mi mujer y yo, casi rozando el suelo entre los hierbajos se dejaba ver el corazón, año tras año repasado con esa navajita pequeña que sigo llevando en el bolsillo del pantalón, hemos recordado aquel primer día y nos hemos besado; luego mi mujer, más ágil de piernas que yo, se a agachado y a besado su áspera corteza.
     Ya cuento con ochenta y tres largos años y varias enfermedades que van carcomiendo mi salud; al año que viene por estas fechas, espero estar todavía aquí, espero tener fuerzas para poder bajar de nuevo junto a mi mujer, espero que en la mente aún me quede un poco de lucidez como para recordar juntos aquel primer día, pero nuestro gran amigo verde de alto copete, ya no será testigo de nuestro beso.

AMEN

1 comentario: