jueves, 29 de mayo de 2014

Amalgama escondida

Hola  Ferdinando;
                             Ya ves, hoy es el día de tu cumpleaños y yo quería escribirte algo. Voy a intentarlo.
       Por nuestra diferencia de edad y a consecuencia de que antes de tener en mi mente un poco de sentido común te fuiste a estudiar a la universidad de Córdoba.
    Digamos que bastantes recuerdos de tu adolescencia están como esos cuadros que siempre hacen que estés presente en el pasillo de casa.   Con plumilla en blanco y negro.
       Del dibujo hecho por ti, el que siempre miraba con devoción y que ya hablamos un día,  nunca se volvió a saber su paradero; la cartulina durmió enrollada encima del armario de la habitación,   y la última vez que la recuerdo, dentro de un estuche rígido y con tapa  de plástico verde oscuro, “creo” que era un embalaje de granadas de mano, que alguno de vosotros trajisteis cuando estuvisteis en la mili.    Círculos de color rojo y negro, el que parece, solo yo recuerdo.
      (Que pena no saber dibujar, ahora mismo cierro los ojos y aún puedo “verlo” después de tantos años)
     Ya ves tú, sin embargo debe de haber otro, del que no recuerdo nada, está oculto castigado cara a la parez en la parte trasera de una de las láminas que hay en el pasillo
     Era tal mi admiración por todo lo que hacías, que quizás, eso hizo mantenerme más distante de ti y de lo que pensabas  (grave error).
        Por suerte todos los recuerdos que guardo de los momentos que por vacaciones, pasábamos juntos en casa; allí, sentados a comer en la mesa de la cocina, son los más alegres y de más risas.
    Tu seriedad contrastaba con tu peculiar y sarcástico sentido del humor. Yo, nunca conocí tu término medio.
    Te reías de todo y todos, sabiendo ser burlesco pero sin ofender a nadie. Siempre encontrabas algo a alguien  o alguna situación como diana de tus chascarrillos.
  Tenías una habilidad pasmosa para contar cualquier cosa mil y una veces contada y darle un punto de guasa gestual que la hacía diferente, pero lo más importante era que nos hacías reír a todos, incluso al afectado por tus ocurrencias.
   (Algo cabroncete, sí que eras, para que negarlo)
      Un tiempo (demasiado largo) sin nada, y empezaron a aparecer frente mi vista todo tipo de exuberantes colores celestes, anaranjados, ocres, violetas. Colores suaves, intensos, pálidos, fosforescentes.    
      Tal amalgama de tonalidades que nunca jamás me había preocupado de abrir los ojos para ver.
    El observar ese sorprendente espectro de tu persona, hizo que tal vez me diera cuenta, que no nos habíamos conocido como deberíamos haberlo hecho, SÍ, por ese motivo empecé a escribir y por eso, hice el blog, de ahí lo de su título: 
   “ironías de la vida”.
    Empecé a analizar lo que decían tus escritos. En tus trabajos caligráficos, intentaría saber el porqué de la utilización de cada color en cada momento.  Era una simple obsesión por averiguar algo más de ti;  hasta que me di cuenta que siempre como cualquier artista, haces (aunque respetando algunas normas, o no) lo que se te pone en la punta de la chorra.
       Por fin se desvaneció, aquella imagen rígida y seria  de aquel hermano al que quizás por cobarde, no me atreví a conocer. Tan especial y grande lo veía, que no me di cuenta que yo también crecía. 

 








              El negro sobre balnco y el blanco sobre negro, quedarán como unas  simples láminas anecdóticas de tus principios artísticos, colgadas en el pasillo de casa.

 

             Feliz cumpleaños Ferdinando.

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