viernes, 24 de octubre de 2014

El Fotero

           Gracias a Jesús Cañas del pozo por dejarme utilizar su seudónimo como título para este pequeño relato.
           Debido a que no tengo el placer de conocer  su particular historia personal y profesional
          Cualquier parecido con su perfil será una mera jugarreta del azar.

El Fotero


          Aquel fotógrafo vocacional desde su adolescencia, guardaba como oro en paño su vieja cámara que fue el regalo de su abuelo, cuando cumplió los dieciséis.  Una joya, se trataba de una Hasselblad de 6X6 , en el mismo lugar, atesoraba unos cuantos de rollos de película en blanco y negro junto a estos una caja llena de negativos hechos con aquella cámara en el mismo lugar durante años.
         En su moderno y reformado estudio, conservaba al fondo de la trastienda un pequeño cuarto de revelado, al que solo accedía una vez al mes.
      Estaba obsesionado con una fotografía desde hacía ya, más de treinta años, para la cual, no quería utilizar nada digital, retoques, ni cualquier modulación que no captase el objetivo.
       Cada noche de esplendorosa luna llena; hiciese frio, lloviese, nevase, daba igual.    Hasta aquel lugar situado en un bosque cercano, se desplazaba para sentarse en la misma piedra y hacer dos fotografías a ese viejo árbol seco, sin hojas, con la base del tronco ya podrida donde una longeva enredadera mantenía su corteza pegada al esqueleto que seguía aguantando en pie mes tras mes, año tras año.
          Para él, era una imagen verdaderamente especial; pero al revelarlas, nunca encontraba reflejado en papel lo que sus ojos llevaban viendo durante tantas y tantas noches diferentes.
               En la séptima luna del año 2012, el cielo estaba encapotado por un amasijo nubarrones negros, el agua caía sin cesar, intermitentemente arreciaba con fiereza al tiempo que el viento, parecía querer derribar todo su entorno.
           La cámara, resguardada en un bolso impermeable aguardaba arropada por un paño de fieltro rojo, minuto a minuto el momento preciso para ser utilizada.
      Por fin la lluvia ceso, el viento se detuvo, haciéndose un hueco entre la oscuridad, pulcros rayos de luz blanca aparecieron parcialmente tras aquellas ramas muertas y quebradas por el paso del tiempo, produciendo una serie de sombras y reflejos que jamás antes, hasta esa noche habrían podido ser imaginables.           Eran de tal belleza, que tan solo saco su Hasselblad y disparó una y otra vez sin preocuparse de que la imagen fuese nítida.
             Como de costumbre, llegó a su estudio una hora antes de abrir al público, para revelar esos negativos de la noche anterior.  Cuando bajase las trapas por la tarde los miraría y pasaría a papel con la esperanza perdida. 
         Esta, sería quizás la última vez.    Por mucho que lo volviese a intentar, nunca lograría que se reprodujese la belleza de aquel momento tan mágico.
      Un momento diferente y único, merecía también un excepcional cambio en su rutina. Ese día no fue a comer y pasó ese tiempo recluido en el cuarto.
         La emoción del momento, no le dejó percatarse de que la preciada lente del objetivo se estaba llenando de gotitas de agua caídas de los árboles y que arrastraba la brisa.
           Si claro.   Esas gotas producían efectos que solo la casualidad suele lograr;     solo las dos primeras estaban limpias y por fortuna gozaban de una pureza perfecta.
         Las pasó a papel y siguió con el proceso.     Una vez apareció la imagen,  las dejó secando y esperaría al final de la jornada para examinarlas minuciosamente.
     Con su lupa, pudo apreciar que después de tantísimo tiempo, había logrado que una sola de ellas, la segunda, no solo reflejase lo que había visto. Tenía algo especial, aunque  no supiera qué, en su primer escaneo visual.
             En aquel preciso instante un pequeño haz de luz, incidía directamente en unas cuantas gotas de agua que resbalaban con suavidad, aproximándose a la comisura de ambas ramas.    Algo inapreciable a la vista, pero por suerte captado por aquella joya.
       El esperado momento había llegado.      Del armario saco una estrechita caja de veinte por veinte, destinada a dicha finalidad, desempolvó con cuidado su tapa y en ella, entre dos cristales guardó su preciado trofeo.

         Estaba deseoso de enseñársela a su mujer, amigos, compañeros de profesión.  Por más que él les intentaba explicar las peculiaridades de aquella  gran obra de arte ninguno era capaz de apreciarla.
       Todos los años, como celebración del aniversario de la apertura de la sala de exposiciones, situada en la casa de la cultura, el excelentísimo ayuntamiento organizaba un evento especial.       En él; cada artista con residencia o nacido en aquel lugar, al que le apeteciese manifestar su colaboración, podía exponer dos de sus obras:
          Esculturas, cuadros, fotografías, etc..
      Haciendo oídos sordos a las sugerencias de su mujer y sus hijos, se decantó por llevar y colgar juntas sus dos más apreciadas e incomprendidas obras.
    Dos enormes y antiguos marcos de madera de nogal;  su interior ocupado por un lienzo de papel artesano de textura gruesa y en el centro de ambos una fotografía en blanco y negro de dieciocho por dieciocho.
              En el primero, un posado de su abuelo, sentado, mirando al suelo,  agarrando fuertemente el mango de su bastón y el ala de su sombrero ensombreciéndole el rostro.   A su lado la imagen inmortalizada de aquel, su árbol amigo y compañero de noches de luna llena.
           Bajo ellos, en el centro, una pequeña mesa, sobre ella la joya que había hecho realidad aquellas ocasiones sublimes e inolvidables.
             Toda la austeridad, desolación y respeto hacia el arte de hacer arte comprimido en dos simples imágenes originales;  de solo trescientos veinticuatro centímetros cuadrados cada una.
              Las cuatro paredes de aquella gran sala estaban llenas de espectaculares cuadros y fotografías llenas de color y profundidad que emanaban vida por sí mismas.
   En su suelo esculturas de diversos estilos y materiales como el bronce, hierro, piedra, madera y una pequeñita y rara tijera de mármol blanco subida en un pedestal.
         En el centro, majestuoso, suspendido del techo, se hallaba un espectacular Cristo crucificado, que captaba las miradas atónitas de todos los asistentes.
       La gente se paraba para admirar las obras, luego las comentaban junto a dignos autores que no paraban de recibir felicitaciones.    Mientras que su Hasselblad y sus dos visiones, se encontraban acompañadas y admiradas por la soledad.
   El Fotero, sentado en un escalón de la entrada, viendo pasar y salir personas, no le daba importancia; se sentía orgulloso de que su propuesta fuera incomprendida por aquellas almas de dios, era suya, era solo para él.
       La avaricia provocada por su instinto de posesión en aquellos meses transcurridos desde la gran noche, no le permitiría que nadie más desnudase el invisible espíritu de sus criaturas.            Aunque como a cualquier artista, le encantaría que uno, simplemente uno, tuviese a bien pararse frente a ellas, alguien con suficiente delicadeza y conocimiento para valorar aquellas bellezas.
           Después de tres largos días, con gran afluencia de público.    Una hora antes de la clausura, se le acercó un señor; había estado dando vueltas por ella, los tres días, todas las horas que la sala permaneció abierta mirando con detenimiento todo lo expuesto.  Le dio un toque en el hombro  y le preguntó que si él, era el progenitor de aquella cosa.
     Volvió su cara sonriendo:    .-qué más quisiera yo, esa cosa es producto de esa cámara.       Ahora bien.    Si me pregunta por ella le diré que sí, es mía.    Me la regaló el señor que hay sentado a la izquierda.
     Los dos se acercaron y se pusieron frente a ella.
               Ese señor, mirando aquella fotografía del árbol, describió exactamente todos sus sentimientos internos y percepciones que siempre había albergado, aunque él nunca hubiese sabido acertar con esas palabras exactas para describir la sensación que sentía al mirarla.
              Pidió permiso para hacerle a la composición una fotografía y luego adjuntarla a la crítica que haría en un medio escrito de tirada nacional de aquella exposición.
         Después sacó un talonario y le pregunto cuál era la cifra que debía anotar para adquirir la obra.    Solo halló unas palabras: .-  no está en venta
       Como deferencia a sus magnificas palabras, invito a este señor a tomar un café y contarle la historia real de aquella imagen.
   Cuando la historia fue oída con atención y apurada la taza de café hasta la última gota; volvió a extraer de su bolsillo y poner sobre la mesa, el talonario y una pluma estilográfica,  para que él pusiese la cifra,  sugiriéndole que añadiese un cero más,  con una simple condición:
      Acompañarlo a aquel lugar la próxima noche de luna llena.
         El Fotero, lo miró fijamente a los ojos y concluyo la conversación diciendo:
     .-no está en venta, pero como usted me ha solicitado iremos juntos la próxima noche de luna llena a saborear la experiencia sentados en la piedra frente al viejo árbol que espero siga en pie.

      

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