miércoles, 29 de octubre de 2014

nº - 300

   Después de examinar aleatoriamente, las 299 entradas editadas hasta este momento en mi blog;  me parecía la hora de dar una pincelada en forma de opinión al tramo de espacio en el tiempo que transcurre entre un cerrar y abrir de ojos.
         Al volver a oír, aquellas composiciones para (seres queridos), me han dado ganas de retomar el tiempo ya perdido y sí, volver a conversar con mi antigua amiga un rato, moviendo mis deditos al ritmo de unos valses peruanos de los que cantaba María Dolores Pradera y por su puesto con los ojos cerrados aquel que siempre dediqué con el alma a las tres mujeres de mi casa cada vez que lo tocaba en cualquier actuación: la princesa del acordeón.  Pero no pudo ser; la falta de interés hizo que el amplificador no estuviese en casa y en realidad, a ver qué día me acuerdo y lo reintegro al sitio donde debe de estar y lo enchufo, que esa es otra.
      La letra cursiva en algunas publicaciones, me han hecho leer más lentamente, haciendo aflorar sentimientos del momento, a veces incluso me han provocado envidia de aquel que las escribió con calma, dando vueltas con un papel y un bolígrafo en la mano, esperando encontrar la palabra perfecta para definir lo que en su cerebro rondaba.
        Cuantas personas retratadas, a las que se les puso un antifaz para no divulgar su identidad o intentar enmascarar un poco sus facciones ante la gente mundana.
       Cuantas cosas que contar, escondidas entre frases sin sentido mezclando las ansias de escribirlas y el temor a que fueran leídas.
       Donde estará la valiente rebeldía de contenían aquellas letras que compuse cuando tenía dieciséis años;  la verbal inconsciencia de mis primeras canciones de amor;    los poemas e historias en la cama escritas antes de dormir a modo de diario;        los temas en tono menor tocados en mi soledad y nunca grabadas.   Bastantes recuerdos quedaron guardados en esa carpeta de cartón;   Otros, rotos por despecho o temor a provocar daño quienes los pudiesen leer en el futuro;   muchos perdidos en los cambios de domicilio y los que aún conservo, olvidados en el cajón donde pacientemente aguardan el momento en que sienta la necesidad de recordarlos.
     


        
           Esta foto, (que no recuerdo de donde saqué) dice mucho de mi siguiente relato.     Tan solo que fue la portada de mi facebook durante un tiempo.  Después de volverla a observar con voluntad retrospectiva, he creído conveniente desnudarla, anularle el color y dejarla en su más turbia expresión.    Por mi mente, han pasado cantidad de formas de titular esta publicación.
        Algunas demasiado escurridizas y circunstanciales;   otras sin embargo perversas con avaricia.       Así, que debido a su buscada coincidencia, me declinaré por un título simple; la llamaré:

-300

               Aquella persona, se percató que echaba de menos a un casi olvidado dicharachero y genuino figurante del que no sabía nada hacía bastante tiempo
        Era sábado por la tarde y se acababa de dar cuenta de que al día siguiente sería domingo.     ¿Domingo?  Sí.  ¿Y qué le traería la noche del domingo? Ojala trajera un nuevo lunes.    Y el lunes llegó, lo pasó pensando donde buscar a su antiguo conocido.
    Llegada la noche, reflexionó durante aquellos últimos quince minutos del día,  mirando atentamente como se movían las agujas de su reloj de cuco antes de que estas coincidieran en la parte superior marcando las doce y aquella figurita saliese para señalar que ya comenzaba el martes.
     Primero preguntó a los conocidos de la infancia, pero allí, nadie parecía querer hacer el mínimo esfuerzo para  acordarse ni de él ni de nada.   Hacía muchos años y por unas cosas u otras, a nadie le apetecía, husmear en ese pasado;  era un tiempo demasiado lejano;  todos tenían motivos para olvidar las jugarretas perpetradas para así poder criminalizar sin contemplaciones las acciones de los infantes de hoy.
         Se fue a buscar a sus amistades de la adolescencia, algunos preferían no recordarlo, otros bajaban la cara y no sabían cómo describirlo,  para el resto, había pasado  inadvertido por sus vidas.
     Llegó a sus compañeros de juventud. Nada más decir su nombre, sin  preguntar por él, todos  recordaban tal y como era, a muchos les gustaría saber de él, saber de su vida y su destino, pero habían perdido la pista desde el día en que se alejó.   Solo sabían que estaba bien, por boca de su familia.
          Recorrió los callejones estrechos y empinados del lugar, por los que solía pasear.      De noche, en silencio, solo;  pensando en nada y observando todo, intentando encontrar algún rastro que lo condujese hasta él.
    Decidió hablar con su mejor amiga y confidente. Esta, llevaba tiempo esperándolo, pero no se había dignado de volver a saludarla, su nexo de unión blanco y negro, estaba tapado, olvidado bajo una manta en un recinto silencioso de donde ya, los pentagramas, claves y notas que florecían en el ambiente, habían desistido de seguir esperando a que se recogiese su fruto.      Todo se había marchitado y el peso del polvo acumulado en su ficticia superficie  les había hecho precipitarse a la inexistencia.
    No quedaba aparentemente nadie más a quien poder preguntar en el mundo de los recuerdos, por lo que ya decidió dirigirse a las profundidades del bosque. Ese, en el que él siempre se refugiaba.   Ese, del que siempre él hablaba.     Ese bosque encantado donde albergaba sus sueños llenos de sombras, donde le gustaba perderse y moverse con total libertad, hablar con sus moradores e ir recogiendo y almacenando en su mente, todo aquello que encontraba a su paso, para plasmarlo más tarde en cualquier papel, bien fuera pautado o cuadriculado.
     A tientas entre la maleza, pudo ver, como pequeñas lucecitas se movían de un lado a otro.         Les preguntó quienes eran, y si lo habían visto.   Aquellas diminutas y resplandecientes  fosforescencias eran las hadas.  Hacia una eternidad que no contaba con ellas; que se hallaba en un círculo, construido por él mismo y custodiado por las brujas;  debería preguntarles a ellas del lugar donde se encontraba.
       La única forma era adentrarse en el lodazal, contra más oscuro, profundo y putrefacto fuese, muchas más posibilidades tendría de que saliesen a su encuentro.
      Una mano delgada y sucia, con uñas largas, lo paró apoyándose en su pecho. Por fin las había encontrado, solo quería saber de su conocido, donde estaba y cuál era el motivo de su larga ausencia.
       Las brujas con sus hechizos, proporcionaban nuevos embaucadores matices a sus ensoñaciones;   tal vez por eso él, no hacia ningún esfuerzo para abandonar aquel sitio, pero el egoísmo por poseer también su cuerpo, les empujó a proponer un trato:
           Si conseguía sacarlo de su pedestal y llegar con él, antes de que el día miércoles prescribiese, a la  zona del bosque donde la claridad empieza  a infiltrarse entre las copas de los arboles, les dejarían  ir.    Pero si no era así, los dos quedarían recluidos en el infinito espacio de las tribulaciones para siempre.
       Lo llevaron hasta un montículo, en el que se hallaba un tipo de escenario cubierto por una gasa. Dentro, una silueta, interpretaba un papel disfrazado de marioneta parlanchina.       Llevaba ya tanto tiempo representando al mismo personaje, que este había engullido a la poca sensatez lúcida que podría quedar bajo el disfraz.
              Lo llamó a gritos repetidamente por su nombre, pero no parecía reconocer ni su propia voz.     Seguía de pie, encumbrado en aquel circulo hecho de absurdos y rodeado por un telón tejido como una tela de araña por complejos, miedos, mentiras e hipocresía.
        De un empujón, hizo desmoronarse aquel castillo de naipes y con sus propias manos, desgarró con rabia la tela apelmazada y podrida, haciéndola jirones.
       Lo despojó del disfraz y desnudo lo cogió en brazos. Raudo, volvió a atravesar el cenagal hasta llegar al lugar donde los estaban esperándolos las hadas, todas juntas para que su luz pudiera marcar el sendero irrumpiendo entre las ramas y densa hojarasca antes de que el reloj marcase el principio del jueves y poderlo liberar al final de aquella calamidad de sueño donde tuvo la osadía de entrar para engañarse a sí mismo. Solo él sabrá porqué.
       De donde tenía tantos motivos por que salir, que la perdida de la noción del tiempo casi le hace olvidarlos y ser olvidado;   enmarañado en una parodia teatral de la que nadie escribió guión excepto su subconsciente.
      Aún hoy sigue sin poder entender porqué, personaje tan ominoso, algunas veces se empeña en seguir siendo interpretado.

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