jueves, 23 de octubre de 2014

Nuevos Inquilinos (5)



      Se quedó sentado en el sofá, callado, pensativo.  Sin mediar palabra subió a su habitación y pasado un ratito volvió a bajar.
.-sí, creo que tienes razón
     .- ¿a que ha venido ese comportamiento tan hostil con Fernando esta tarde?
          .-la verdad es que has estado algo desagradable
.-ese “señor” solo venía a meterse donde nadie lo había llamado, hay que decir que por culpa de Teresa
     .- ¿pero tú lo conocías?
.-no, pero mi amiga me tenía avisado
         .- lo siento, pero no llego a entenderte
.-hoy después de cenar, nos sentamos en mi cama y hablamos
    .- ¿y podremos hablar con tu amiga? 
.-no sé si la oiréis vosotros, pero si queréis hacer alguna pregunta yo os digo lo que ella conteste
         .-perdona, llevo esperando ese momento tanto tiempo y ahora estoy cagada de miedo
.-una cosa os tengo que advertir, no se puede ni fingir, ni mentir; ella lo sabe todo y eso le molesta mucho
     .- ¿os apetece si salimos a dar un paseo hasta la hora de la cena?
.-vale
         .- ¿porqué no vamos hasta aquella terraza donde nos ponían de pincho aquellas sardinillas rebozadas?
    .-que eran boquerones
        .-pues eso, ¿Qué más da?
   .-venga Aitor, a ponerse los zapatos
.-ya voy
       Por cada sitio que iban pasando: el parque con sus columpios, la escuela, la piscina climatizada, el kiosco, la biblioteca.    El padre le iba recordando las cosas que le había contado durante años anteriores y que a él, le parecían increíbles.        Aitor les contaba como habían sucedido las cosas y que sin la ayuda inestimable de su amiga, nunca las habría podido hacer.
       Nunca antes habían dialogado tan abiertamente de aquellos temas;      era la primera vez que él hablaba sin tapujos;   por fin esa tarde, empezaron a ser una familia para todo.
               Sentados en aquella terraza, Aitor no paraba de hablar.  De cómo su amiga cuando iba a la guardería le enseñaba las letras y los números; de cómo le ayudaba a colocar los cuadrados de aquel rompecabezas el que se hacían dibujos de animales; como le enseñó siendo más mayor a jugar al ajedrez y casi siempre perdía, las piezas se movían solas y claro, ella sabía cuál iba a ser su próximo movimiento.  Por eso aprendió a pensar en bajito, por lo que Fernando, no pudo leerle la mente.
    Los padres se asombraban de lo que estaban oyendo, sabían que no mentía, aunque todo pereciera extraído de un libro de cuentos imaginados para niños.
      Se encontraban tan a gusto y hacia una temperatura tan agradable que decidieron pedir un par de raciones y volver ya bien entrada la noche cenados a casa.
      Al llegar estaban deseosos de subir a conocer a su amiga.  Allí estuvieron hasta casi la salida del sol; al día siguiente por ser domingo, no había prisa de levantarse.
    Una vez  Aitor se quedó dormido; miguel y Elvira se fueron a su cuarto.  Los dos sobre la cama, boca arriba, con los brazos cruzados sobre el pecho, reflexionaban sobre lo ocurrido.   Muchas  incógnitas despejadas, más algunas preguntas inquietantes que no quiso contestar y quedaron sin respuesta. Y rezaron por su alma, todo a partir de aquel momento sería distinto en aquella casa.
     Siguió caminando el tiempo y siguió creciendo Aitor.
         Época de amores y desamores.   Cuantas noches se acostó ilusionado y cuantas lloró de nuevo.     Aunque ella lo consolaba y aconsejaba sabiamente, él, tenía que tropezar;     caerse y volverse a levantar, una y mil veces por sí mismo; un viejo nada enseña a un adolescente si se le da la respuesta sin la lección aprendida.
     Elvira, aprovechando su ausencia, a veces se sentaba en aquella cama.  Ponía sobre sus rodillas una cartulina blanca, sujetaba en su mano un bolígrafo y cerraba los ojos tras hacer una pregunta.
       Así pasaron semanas, meses, hasta que un día por fin, lo consiguió.   Quería saber aquello, que un truhán jovenzuelo jamás cuenta en casa.
Tranquila, todo está bien
     .- ¿te podemos ayudar en algo?
          Después de tanto esperar, la amiga,  ya solo tenía una ilusión:
Solo de la mano del niño iré hacia la luz
               Tiró al suelo la cartulina asustada; por primera  y única vez, Elvira pudo oír su voz susurrando, pero nítida y clara:    No tengas miedo, él no vendrá con migo.
       De lo ocurrido aquel día, nadie jamás sabría.
    Y pasito a pasito, los cumpleaños se repetían y aquel niño, y luego adolescente empezaba a querer divertirse de otra manera, acorde con su edad.
           En una reunión de amigas y amigos, alguien puso sobre la mesa un vaso de cristal y se dispuso a colocar a su alrededor unas letras; en ese momento, el vaso salió volando sin que nadie lo tocase, haciéndose mil añicos contra el suelo, justo a los pies de Aitor.  Observando lo ocurrido, todos prefirieron desistir del intento, pusieron música y siguieron con la fiesta;   intentando olvidar ese incidente.
            Cuando entro en su cuarto, todo estaba revuelto, la cama desecha, las puertas del armario abiertas y sus ropas tiradas y pisoteadas.         Aquella noche su amiga, estaba muy irritada por su comportamiento, aunque él, no hubiese sido el promotor de la idea.         Después de echarle un buen rapapolvo, le advirtió que ojalá fuera la última vez que ocurría, hay con cosas que no se juega.
           Otra noche de sábado, Aitor estaba festejando el que un amigo había aprobado el carnet de conducir.
 Salía poquito, pero el día que lo hacía, se extralimitaba bebiendo, como todos.   Por más que se le indicase que esa no era la mejor manera de divertirse.
          Sus padres, esa noche, habían sido invitados a una cena elegante, de esas de empresa, donde siempre está el compañero gracioso que no tiene ninguna gracia, y  a las que hay que no queda más remedio que asistir para no hacer un desprecio a los jefes;   más por quedar bien que otra cosa.  
                 A los pocos minutos de entrar en casa, sonó el teléfono.
    Era la policía municipal; había ocurrido un accidente y los cinco ocupantes del vehículo, serian trasladados al hospital para un reconocimiento exhaustivo.
                       Miguel y Elvira, hasta allí se dirigieron, con sus latidos acelerados por la desolación apretándoles el pecho;  sin saber que había podido ocurrir.
          Un cumulo de circunstancias, habían provocado el siniestro: Sí, demasiado alcohol en sus jóvenes cuerpos, excesiva euforia y velocidad, la ignorancia  de un recién aprobado, los cinco chavales, jugaban riendo y dándose golpes entre ellos (incluido el conductor).
    Todos, llevaban el cinturón puesto, menos Aitor.
               Este, iba sentado en la parte central del asiento trasero;   inclinando su cuerpo metiendo su brazo entre los asientos, intentando hacer cosquillas a los que iban sentados en la parte delantera.
                  Sintió como alguien con fuerza le tiraba de los hombros; sin tan si quiera romperse la luna posterior se encontró de repente sentado en el asfalto, solo, viendo como a cincuenta metros,  en unos segundos,  el coche en el que iba se empotraba contra un muro de cemento a la entrada de una curva.
       Se incorporó perplejo y avisó a emergencias; él tuvo que ayudar a sacar a sus compañeros de aquel amasijo de hierros.     Por suerte, solo sufrieron fracturas leves y como es natural,  jamás llegaron a explicarse la manera en que había salido de aquella situación.
      Esa noche, los tres fuertemente cogidos de la mano, rezaron y dieron gracias. No podía ser de otra manera. 
      La madre sintió una orden dentro de su corazón.   Se incorporó,  se arrodilló en la cama llorando, pudo sentir como unos suaves dedos,  limpiaban las lagrimas de su rostro, dio un sincero beso a la pared y sobre la pintura quedó impregnado el carmín de sus labios.
 .-madre;   dice que nunca quitemos esa marca
           .-no te preocupes, así será
     .-ahora todos a dormir, ha sido una noche muy larga
     En realidad ninguno lo hizo pero los tres lo fingieron.
       Y los días avanzaron y llegaron los dieciocho, por fin alcanzaba mayoría de edad.    Era día de diario, hasta el fin de semana no celebraría con sus amigos el episodio que todo joven espera como un gran acontecimiento.
            Pero al día siguiente de madrugada, le aguardaba una noticia.   Minutos antes de romper el alba, su amiga lo despertó.  La noche anterior le había estado diciendo que la mayoría de edad,  no solo era cumplir  dieciocho años; conllevaba una serie de obligaciones, que algunas veces eran duras de asumir, pero había que ser fuerte y siempre ver su punto positivo o esperar un tiempo para encontrárselo.
      Hizo que se levantase; lo mandó lavarse la cara para que estuviese despejado y que estuviese atento, que le prestase mucha atención.  
          Tenía una importante misión que cumplir.  


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