miércoles, 10 de diciembre de 2014

01 .- El diario nunca escrito



De vuelta de ningún sitio

    Unos dedos largos, se han introducido entre los labios de mi pequeña boquita y al hurgar en mi garganta, han inducido una sensación desagradable seguida un llanto, provocando una corriente de aire dentro de mi pecho, un resurgir de nuevo, de la nada más extrema, algo que no sé cómo describir; he podido sentir la entrada en mí, de eso que hace un virtual intervalo, se había esfumado intentando escapar.

       Minutos más tarde, me han depositado en una urna de cristal donde casi ni cogía, rodeada de más cestitas y cajitas, todas iguales, habitadas por otros bebes, quizás en una circunstancia  parecida a la mía, pero todos más, ¿qué digo? muchísimo más pequeñitos.

      Tras esos ventanales acristalados, se asoman ojos de miradas sorprendidas por mi gran tamaño y textura de mi firme piel con tono rosado.

        Desde mi cubículo, puedo reconocer a mi padre y mi abuelo, por su gesto distinto lleno de alegría, temor, e impotencia contenida.       Esos que con su mirada me abrazan, besan y acarician, al tiempo que dejan caer su rostro hacia el suelo, en silencio, parando su respiración y tragando saliva;    mientras disimulan sus lágrimas con una mueca, para que yo no esté triste.

   Ha pasado un día. Un rostro me mira demacrado por el sufrimiento.  Por fin la persona a la que tanto estaba esperando ver.  Esa cara se ilumina con luz propia, por mi aspecto jovial y hermosura; ojos resplandecientes y vidriosos, labios que solo pronuncian mí nombre, una y otra vez para decirme: ya estoy aquí mi niña.

     Cada día espero con impaciencia el momento en que me sacan de aquí.   Es cuando nos llevan a otro sitio, en donde mi madre me da de mamar.     Ese líquido blanco que sale de sus pechos está muy rico, y el calor que me da su cuerpo es especial;  me gustaría estar todo el rato con ella, en sus brazos, oyendo latir ese corazón, ese tic tac que siempre me acompañaba, cuando estaba en su interior.

          Hoy mi madre se ha enfadado mucho, porque han entrado unos señores interrumpiendo esos momentos tan íntimos, reservados solo para ella y para mí, al igual que pasa con las demás madres y sus pequeños, en esa habitación.

 

Nuestro lazo umbilical,

nexo perfecto entre tú y yo,

mi cuerpo pegado al tuyo

unidas en un arrullo

de suspiro angelical.

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