lunes, 15 de diciembre de 2014

16.-El diario nunca escrito



Catorce abriles

      Ya he cumplido los catorce. De nuevo me empiezo a encontrar pachucha y mis padres por más que intentan miran no ven nada raro.     No es dolor, es una molestia porque se me viene todo el rato la comida a la boca.
       Por la noche me despierto muchas veces por que al estar tumbada es aún peor.
   Hoy he vomitado mucho, como grumos de color café con leche y mis padres me han llevado a urgencias.
     Allí les han dicho que tengo hernia de hiato, lo que me ha provocado una gran anemia por la pérdida de sangre del esófago, que está muy irritado.
     Me han ingresado. El doctor con palabras sencillas y con mucho tacto, como quitándole importancia les ha dicho que si no se corrige, antes de operar, él prefería ponerme la alimentación por sonda directa  (yo no sé qué es eso).
    Esta vez, todo ha salido bien, ahora duermo con otro invento.   Han metido debajo de un colchón de lana que tenía una tía de mi madre guardado;    un par de cojines doblados, para que la cabeza siempre esté más alta que el cuerpo.       Todas las mañanas  y al medio día me dan una pastilla para el estomago y un jarabe antes de cada comida para evitar los vómitos.
    Me encuentro mucho mejor y estoy más contenta.
     Mi hermana no para, anda todo el día por ahí con las amigas, pero a mí no me lleva nunca.
     Estoy deseando que llegue la noche, para estar todos juntos a la hora de cena.   Ella es una cascarra, lo cuenta todo. Nos reímos de sus ocurrencias, tiene diez años, es muy salada.    Me pongo muy contenta cuando, aunque este preguntándole  algo a mi madre, me mira a mí, así como si yo también le fuera a responder.   Yo sé que me quiere mucho y que es muy responsable pero no puedo esperar que pierda su niñez por mi culpa.
      Yo sigo yendo al mismo colegio. Tengo un maestro nuevo que es una delicia, total vocación.  Nos pone en el ordenador música y hace como que está cantando él, luego a media mañana después de cansarnos a reír con las cosas que nos hace, nos echa en unas colchonetas y pone melodías muy suaves y bonitas (como las que toca mi padre al piano cuando estamos él y yo a solas).
     La cuidadora que me cae mejor de siempre, (morena y bajita) este año, me da todos los días la comida y nos lo pasamos muy bien. Me deja para la ultima, para que me de envidia de los demás y así coma.    Además como con migo termina, tiene menos prisa. Claro son muchos niños para comer y pocos cuidadores. Muchos como yo, no sabemos comer solos.
     Por la tarde nos llevan a una aula a talleres y a mí me gusta cuando es el día del barro, lo ponen muy cerca de  para que intente cogerlo y cuando lo logro…  está súper blandito, según lo apretó se me sale entre los dedos y me hace cosquillas.

Que envidia me da pensar,
lo que podría haber hecho
y nunca llegare ha hacer,
lo mismo que hace mi hermana,
ir gritando por las calles
a más correr no poder.
De  preparar fechorías
y hacerme daño al caer
de un arbolito con frutos
los que intentaría coger.
De recibir regañinas
pues me he portado fatal,
de un castigo merecido
por haber hecho algo mal.
Por perder las zapatillas,
por haber roto un cristal,
porque digo palabrotas,
por pegarle a algún chaval,
porque hoy he llegado tarde
o por todo, qué más da.
Habrá que esperar un poco,
a la hora de dormir,
nada ha de anclarme a una silla
que me lo impida vivir,
seré totalmente libre
para poder ser de noche
lo que por día no fui.


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