jueves, 14 de mayo de 2015

Flavio 4/7


     .- Bueno Javier ¿Cómo va ese boceto?

.-ahí ando, mareando la perdiz y dándole vueltas a las palabras para que expresen con sencillez las cosas, para que todo el mundo entienda lo que realmente quiero.

       .-eso está muy bien, no solo las mentes cultivadas, tienen derecho al acceso a la lectura

.-bueno, pues a eso me refería

      .-pero el que sea legible, no te exime de utilizar algunas palabras poco coloquiales. Así no solo regalaras un relato, además, impartirás algo de cultura lingüística entre los más necesitados

.-de acuerdo ¿pero vamos a ver eso que tiene guardado en su casa?

      .-paciencia amigo, antes iremos a otro sitio muy interesante.

             Comenzaron a caminar.    Manuel en silencio iba mirando todos balcones  y ventanales como si buscara algo.    Javier, intentaba averiguar que miraba con tanta atención, sin darse cuenta que era la única manera de que permaneciese callado en el paseo.

     Se pararon frente a una vieja tienda, con un portalón de madera, que daba entrada al reservado y corto pasillo que terminaba en una especie de rastrillo de libros.

.-que sitio más siniestro

      .-no digas eso, entre estas paredes hay mucha más cultura que en la mayoría de las universidades juntas. ¡Ah! Y cuando entremos, por favor dedícate a escuchar las palabras de su dueño;   un gran hombre del que seguro aprenderás mucho.

           Tras el mostrador, con un libro ennegrecido por su edad entre las manos, se hallaba un hombre abstraído en la lectura, con el rostro lleno de arrugas, no menos viejo que las paginas que humedeciéndose con la punta de la lengua el dedo corazón pasaba lentamente.

             .-por favor don Manuel, ¿Qué le trae por este lugar?

       .-ya ve, recordando viejos tiempos

             .- ¿y este zagal?

      .-viene a acompañarme y sobre todo a oír una historia que usted y yo recordaremos juntos

            .-pues siendo así, cerremos la puerta y vamos a sentarnos a la trastienda, que estaremos más cómodos.

   Las estanterías, llenas de libros, inclinadas, parecían querer unirse en la parte de arriba.      Del techo, colgaban dos pequeñas bombillas llenas de polvo que provocaban sombras con raras formas  (porque lo que se dice dar luz, daban poca).

   Ya sentados al fondo en unos asientos de madera, en los que Javier no se podía ni acomodar por el chirrido que provocaban sus traviesas desencoladas. El dueño de aquel  enlutado lugar se volvió hacia atrás y saco dos libros.  Tras ellos, a buen recaudo, una botella de coñac y un par de grandes copas, relucientes, envueltas en una bayeta, para que ni tan si quiera se rozasen.        Sirvió un poquito en cada una y se pusieron a hablar entre los dos.  Javier parecía no existir para ellos.

      .- ¿se acuerda usted de Flavio?

           .- ¿cómo podría olvidarme de él? Aún conservo dos libretillas de esas que le daba cuando terminaba de arrancar las hojas de la que anteriormente había venido a buscar

    .- ¿y nunca le regaló ningún poema?

          .-no bueno, ya sabe usted que el solo se los regalaba a quienes los necesitaban y en la cola había mucha gente antes que yo.  

    Nunca le pregunté su nombre, es más se que firmaba como Flavio porque usted me lo dijo, pero eso sí. Me encantaba acercarme después de cerrar a aquel  rincón donde con voz ya temblorosa, pero enérgica, con garra, recitaba una vez tras otra el último verso escrito.

         Recuerdo que una de esas tardes, silenció de golpe su voz, (algo poco habitual en él) miró fijamente a un señor haciéndole un gesto con la mano para que se acercase, tras unos segundos, su voz envuelta por la oquedad reverberante de aquellas viejas paredes casi susurraba:

 

Y llegará ese día

en que la niebla te envuelva

calándote hasta los huesos

fría, húmeda y espesa,

Deja de deambular,

no temas por lo que has hecho,

vuelve a tu casa mal hombre

allí tu mujer te espera

para compartir su lecho.

 

      Arrancó una hoja de la libreta y la puso en su mano, cerrándole el puño con fuerza.  Ese hombre, tras alejarse unos metros, estiró de nuevo el arrugado papel, leyó el poema entero en voz baja, su mirada perdida, lágrimas en los ojos.  Echó mano al bolsillo para darle unas monedas.    Flavio lo volvió a mirar    .- Tu esposa e hijos, necesitan mucho más el segundo que estás perdiendo que yo tu limosna.

      Se volvió a sentar sobre un cartón, y en silencio, sin más, empezó a escribir un nuevo poema que recitar al día siguiente.

       Más de una vez le intente ayudar económicamente, pero siempre se negó a aceptar dinero, una de esas veces, me dio a entender con su mirada, que tenía bastante más valor aquella libretilla y el lápiz que no le cobraba, que un billete de papel en el que no poder escribir.

         Otra vez, le propuse que me copiase sus poemas y así juntarlos en un pequeño libreto, que yo haría se publicase     No dijo nada, me miró sonriendo, fijo sus ojos en estas estanterías y puso cara de tener envidia de tan grandes literatos, en tanto libro olvidado.

        El único ofrecimiento que me aceptó, fue que le prestase algún libro de poemas, para leer en el bar y el ultimo enero de su vida, el venir a sentarse un rato por la tarde aquí, donde ahora estamos y así  burlarse un poco del frio durante una hora o dos.

  Se las pasaba leyendo a Fulcanelli. Primero, las moradas filosofales y cuando estaba a punto de terminar el misterio de las catedrales llegó su hora y ahí, sobre la mesa, hasta el día de su entierro, quedó con su marca páginas puesto donde él lo dejó esperando su regreso.

    Cuando volví del cementerio, donde cuatro gatos nos despedimos de él, volví a ponerlo en su estantería y en ella quedó. Al tiempo vino un joven con barbas preguntando por él y se llevó los dos por un módico precio.

     Y yo, pues a seguir leyendo todo lo que cae en mis manos y luego a ponerlo a la venta.

.-perdonen que me entrometa. ¿Usted lo conoció de joven?

             .-cuando yo cogí esta tienda, hace ya muchos años, el debía tener sobre cuarenta y tantos, un poco mayor que yo y hacía tiempo que era el morador de ese rincón.  Quien sí lo conocía de antes, era…

      .-silencio, dejemos que el tiempo marque sus tiempos

            .-pues nada señor inspector, vuelva usted cuando quiera.

   Pero no tarde mucho, este cuerpo empieza a pedir ya tierra.

      .- hasta pronto

             Los dos se fundieron en un abrazo, dando palmadas en sus espaldas.

            Una vez en la calle de nuevo:

.- ¿pero no es muy mayor para estar trabajando?

      .-se jubiló hace años, pero sigue viniendo todos los días, más que a trabajar a leer y ayudar a quien no encuentra algún libro por estar ya fuera del mercado o resultarle gravoso para su economía y quererlo de segunda mano.

.-que persona más humilde y sabia

       .-las personas realmente cultas, casi siempre son prudentes hasta en sus palabras y contra más saben, más cuenta se dan de todo lo que les queda por aprender.  Sin embargo, por el contrario, la ignorancia es demasiado atrevida. 

.- lo dice por mi  ¿verdad?

       .-no, quizás por mí, pero te puedes aplicar el cuento y ahora a seguir estudiando.  Ya nos vemos el próximo lunes.

.- ¿pero?

     .- no hay peros, a estudiar.

.-hasta el lunes

No hay comentarios:

Publicar un comentario