domingo, 17 de mayo de 2015

Flavio 5/7


      .-hoy te voy a llevar a conocer a una persona muy interesante.

.-ya se, al cura

      .- ves, ya te has equivocado. Pensar en voz alta, siempre es muy arriesgado

.- ¿entonces? Ya sé, al camarero ese

      .- nunca más pronuncies con desidia una palabra que se refiera a alguien.     Muchas veces la grandeza, reside en aquello que parece lo más insignificante.

.- no era mi intención

       .-todos erramos y así,  corrigiéndote a ti,  me estoy corrigiendo a mí mismo.

.-bueno, ¿vamos a ver a ese señor?

     .-vamos, el bar está aquí al lado.

.- ¿pero sigue de camarero?

     .-no.   Hace años que se jubiló, pero todos los días vuelve a tomar café y se está allí un buen rato.    Aunque no esté detrás de la barra, para los clientes habituales sin él, el bar no es el mismo.

  Todas las mesas estaban ocupadas por cuatro hombres de avanzada edad jugando a las cartas y algún que otro mirando.  Al fondo, en la mesa del rincón, un señor, solo, callado, daba golpecitos en una taza con la cucharilla.

       .- ¿Qué tal le va la vida Nicolás?

           .- que alegría verlo inspector.   Siéntense. Chaval, unos cafés de los especiales para estos señores.

     .-venimos a que nos hable de un buen amigo, el entrañable poeta Flavio.

           .-hay Flavio, que gran persona, de esas que ya quedan por desgracia pocas.

.-por favor el mío con leche

           .-con leche, con leche, vaya forma de joder un café.  Estos jóvenes

     .- no saben lo que es bueno

                   .-sus cafés

           .-juventud, a ver, mira este café.  Tú crees que esto es un café digno de un inspector.   Anda, tíralo a la fregadera que ahora voy a hacérselo yo. Para este da igual, al fin y al cavo no lo va a apreciar.

       Nicolás, entró tras la barra y preparo lentamente un café con su punto exacto de crema. 

                       Entre tanto…

.-vaya genio tiene

      .-Todo lo que aparenta de lobo lo tiene de cordero, es muy buena gente y atento, si no hubiese sido por su templanza diaria a la hora de atender a los clientes, este bar habría cerrado hace años.

               .-señor Manuel, este sí es un café digno de un exquisito paladar como el suyo.

      .-gracias, como usted me enseñó, con medio azucarillo y poquitas vueltas

               .-aún se acuerda; así, como lo tomaba a diario Flavio.

    Todavía recuerdo cuando entre aquí a trabajar con dieciséis años.

  Él tendría veinte y algunos. Venía todas las tardes y no me empezó a pagar el café hasta que aprendí a hacérselo como él deseaba.   Años más tarde, mi jefe me confesó que todos los días se lo pagaba a él y yo pendiente de que no se diera cuenta de que a diario, se iba un cliente sin pagar.

     Se sentaba aquí en esta mesa.  Pedía un café de los suyos.

    Luego de tomárselo lentamente como si fuera un manjar y dejando cada sorbo reposar un segundo en el paladar.   Siempre decía:

         ¡Caballerete!, (así me llamo siempre, hasta el día anterior a su muerte)   uno chatarrero con leche,  Sacaba una libreta y el lápiz y se ponía a escribir.     Cada dos o tres palabras, con su mano izquierda metía la cucharilla en la taza y le daba vueltas.  La sacaba de nuevo y escurría las gotas que en ella quedaban dando golpecitos en el borde de la taza, acompañándose con la parte de atrás del lapicero contra la mesa. Con tranquilidad, la dejaba de nuevo en el plato y escribía otro par de palabras.   Así una y otra vez.

        Ese campañilleo era una melodía entre voces de los que estaban echando la partida, las que a él, parecían no enturbiarle aquel estado de inspiración.  Cuando murió, lo echaba tanto de menos, que empecé a hacerlo yo acompañando la cucharilla con el golpeo del dedo pulgar de la mano derecha, aún hoy sigo haciéndolo, era así: … ti, tata, ti, tata, ti, ta.

    Siempre recordaré un día, que por más que pensaba, no daba con la palabra que estaba buscando.  

          .- a ver caballerete, ¿Cómo anda usted, de léxico?

   Yo me quedé pensando, sin saber que me preguntaba

          .-bueno, ya veo que no demasiado bien, pero no importa.

   Necesito que me digas una palabra llana, que termine en “ada” y que con la que se pueda representar a unas crías jugando junto a su madre.

     Yo le pregunte:  ¿unas niñas? ¿niñada?

           .-no, unas crías de animales

     Me empecé a reír y me miro indignado   .- ahora me dirás criada

        Me sentí orgulloso al decirle    .- de animalitos es una camada.   Puso cara de imbécil y mordiéndose el labio inferior, movió la cabeza hacia los lados.

            .-gracias, me debo estar haciendo mayor.

    Fue la única vez que necesitó mi ayuda, pero a partir de entonces, cuando algún verso llevaba alguna palabra muy escogida, lo recitaba en voz alta y me preguntaba si se entendía lo que quería decir.  

     No hacía falta que contestase, dependiendo de la cara que ponía. Él, lo dejaba tal cual o rectificaba la expresión en su mente antes de llegar a escribirla.

       En las tardes cortas y gélidas de invierno, cuando no andaba ni un alma miserable por la calle, le encantaba sentarse y leerme poemas en voz alta.     Eran libros que le dejaba prestados el señor Germán, siempre decía que hay poemas que se deben leer pero todos deberían ser escuchados.  La intensidad y el tono de su voz hacía que a veces se me erizase todo el vello del antebrazo, incluso alguna vez me hizo llorar.  

    Eso a él, lo llenaba de orgullo. Su oratoria había sido buena.

      Le gustaba siempre ir bien aseado.     No le importaba llevar la ropa arrugada, pero sin una mancha y ni es sus últimos años, incluso en los días más calurosos, jamás olió a sudor.  Venía a primera hora con su neceser, entraba al servicio y se aseaba.   Cuando salía parecía un pincel, listo para plasmar en un lienzo todo lo que desde la noche, en su cabeza guardaba.

     Siempre había gente desagradable, personas insolentes y sin luces que intentaban interrumpir mientras él recitaba a los transeúntes.

   Jamás le vi una mala cara hacía nadie, ni un reproche.

        Hacía oídos sordos y seguía deleitando a los afortunados que se paraban a escuchar.

        Parece mentira, así día tras día, fueron casi cincuenta años.

   Cuando se fue, algo de mí se fue con él.     Esta mesa quedó vacía, con la silla boca abajo sobre ella, para que nadie la usase hasta que me  jubilé,  entonces vi, que era la hora de ocupar su sitio.  

            Yo no estribo, pero hago sonar su tintineo, para acompañar mi soledad.

 .-y por casualidad, no guardará usted alguna de sus poesías.

           .-las guardo todas

.- ¿todas? ¿Dónde?

            .-aquí, (poniéndose su mano derecha sobre el pecho)

    .- Nicolás, espero que el día que vuelva a visitarlo, me haga usted de nuevo el café

             .-seguro que sí, estos jóvenes no aprenden ni a tiros.  

      Se ve que no les aprieta la necesidad como nos ocurría a nosotros

     .-de todo hay, no toda la juventud es igual

            .-pues me deben de haber tocado a mí, todos esos aprendices poco espabilados

     .- hasta otro día y no se disguste, que nadie nace enseñado.

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