.-ya se, al cura
.- ves, ya te has equivocado. Pensar en
voz alta, siempre es muy arriesgado
.- ¿entonces? Ya sé, al
camarero ese
.- nunca más pronuncies con desidia una
palabra que se refiera a alguien. Muchas veces la grandeza, reside en aquello
que parece lo más insignificante.
.- no era mi intención
.-todos erramos y así, corrigiéndote a ti, me estoy corrigiendo a mí mismo.
.-bueno, ¿vamos a ver a
ese señor?
.-vamos, el bar está aquí al lado.
.- ¿pero sigue de
camarero?
.-no.
Hace años que se jubiló, pero todos los días vuelve a tomar café y se
está allí un buen rato. Aunque no esté
detrás de la barra, para los clientes habituales sin él, el bar no es el mismo.
Todas
las mesas estaban ocupadas por cuatro hombres de avanzada edad jugando a las
cartas y algún que otro mirando. Al
fondo, en la mesa del rincón, un señor, solo, callado, daba golpecitos en una
taza con la cucharilla.
.- ¿Qué tal le va la vida Nicolás?
.- que alegría verlo inspector. Siéntense. Chaval, unos cafés de los
especiales para estos señores.
.-venimos a que nos hable de un buen
amigo, el entrañable poeta Flavio.
.-hay Flavio, que gran persona, de
esas que ya quedan por desgracia pocas.
.-por favor el mío con
leche
.-con leche, con leche, vaya forma
de joder un café. Estos jóvenes
.- no saben lo que es bueno
.-sus cafés
.-juventud, a ver, mira este
café. Tú crees que esto es un café digno
de un inspector. Anda, tíralo a la
fregadera que ahora voy a hacérselo yo. Para este da igual, al fin y al cavo no
lo va a apreciar.
Nicolás, entró tras la barra y preparo
lentamente un café con su punto exacto de crema.
Entre tanto…
.-vaya genio tiene
.-Todo lo que aparenta de lobo lo tiene
de cordero, es muy buena gente y atento, si no hubiese sido por su templanza
diaria a la hora de atender a los clientes, este bar habría cerrado hace años.
.-señor Manuel, este sí es un
café digno de un exquisito paladar como el suyo.
.-gracias, como usted me enseñó, con medio
azucarillo y poquitas vueltas
.-aún se acuerda; así, como lo
tomaba a diario Flavio.
Todavía
recuerdo cuando entre aquí a trabajar con dieciséis años.
Él tendría veinte y algunos. Venía todas las
tardes y no me empezó a pagar el café hasta que aprendí a hacérselo como él
deseaba. Años más tarde, mi jefe me
confesó que todos los días se lo pagaba a él y yo pendiente de que no se diera
cuenta de que a diario, se iba un cliente sin pagar.
Se sentaba aquí en esta mesa. Pedía un café de los suyos.
Luego de tomárselo lentamente como si fuera
un manjar y dejando cada sorbo reposar un segundo en el paladar. Siempre decía:
¡Caballerete!, (así me llamo siempre,
hasta el día anterior a su muerte) uno chatarrero con leche, Sacaba una libreta y el lápiz y se ponía a
escribir. Cada dos o tres palabras, con su mano
izquierda metía la cucharilla en la taza y le daba vueltas. La sacaba de nuevo y escurría las gotas que en
ella quedaban dando golpecitos en el borde de la taza, acompañándose con la
parte de atrás del lapicero contra la mesa. Con tranquilidad, la dejaba de
nuevo en el plato y escribía otro par de palabras. Así una y otra vez.
Ese campañilleo era una melodía entre voces de
los que estaban echando la partida, las que a él, parecían no enturbiarle aquel
estado de inspiración. Cuando murió, lo
echaba tanto de menos, que empecé a hacerlo yo acompañando la cucharilla con el
golpeo del dedo pulgar de la mano derecha, aún hoy sigo haciéndolo, era así: … ti,
tata, ti, tata, ti, ta.
Siempre recordaré un día, que por más que
pensaba, no daba con la palabra que estaba buscando.
.- a ver caballerete, ¿Cómo anda
usted, de léxico?
Yo me quedé pensando, sin saber que me
preguntaba
.-bueno, ya veo que no demasiado
bien, pero no importa.
Necesito
que me digas una palabra llana, que termine en “ada” y que con la que se pueda
representar a unas crías jugando junto a su madre.
Yo le pregunte: ¿unas niñas? ¿niñada?
.-no, unas crías de animales
Me empecé a reír y me miro indignado .- ahora me dirás criada
Me sentí orgulloso al decirle .- de animalitos es una camada. Puso cara de imbécil y mordiéndose el labio
inferior, movió la cabeza hacia los lados.
.-gracias, me debo estar haciendo
mayor.
Fue la única vez que necesitó mi ayuda,
pero a partir de entonces, cuando algún verso llevaba alguna palabra muy
escogida, lo recitaba en voz alta y me preguntaba si se entendía lo que quería
decir.
No
hacía falta que contestase, dependiendo de la cara que ponía. Él, lo dejaba tal
cual o rectificaba la expresión en su mente antes de llegar a escribirla.
En
las tardes cortas y gélidas de invierno, cuando no andaba ni un alma miserable por
la calle, le encantaba sentarse y leerme poemas en voz alta. Eran libros que le dejaba prestados el
señor Germán, siempre decía que hay poemas que se deben leer pero todos
deberían ser escuchados. La intensidad y
el tono de su voz hacía que a veces se me erizase todo el vello del antebrazo,
incluso alguna vez me hizo llorar.
Eso a él, lo llenaba de orgullo. Su oratoria
había sido buena.
Le gustaba siempre ir bien aseado. No
le importaba llevar la ropa arrugada, pero sin una mancha y ni es sus últimos
años, incluso en los días más calurosos, jamás olió a sudor. Venía a primera hora con su neceser, entraba
al servicio y se aseaba. Cuando salía parecía un pincel, listo para
plasmar en un lienzo todo lo que desde la noche, en su cabeza guardaba.
Siempre había gente desagradable, personas
insolentes y sin luces que intentaban interrumpir mientras él recitaba a los
transeúntes.
Jamás
le vi una mala cara hacía nadie, ni un reproche.
Hacía oídos sordos y seguía deleitando a los
afortunados que se paraban a escuchar.
Parece mentira, así día tras día, fueron casi
cincuenta años.
Cuando
se fue, algo de mí se fue con él. Esta
mesa quedó vacía, con la silla boca abajo sobre ella, para que nadie la usase hasta
que me jubilé, entonces vi, que era la hora de ocupar su
sitio.
Yo no estribo, pero hago sonar su tintineo,
para acompañar mi soledad.
.-y por casualidad, no guardará usted alguna
de sus poesías.
.-las guardo todas
.- ¿todas? ¿Dónde?
.-aquí, (poniéndose su mano derecha
sobre el pecho)
.- Nicolás, espero que el día que vuelva a
visitarlo, me haga usted de nuevo el café
.-seguro que sí, estos jóvenes no
aprenden ni a tiros.
Se
ve que no les aprieta la necesidad como nos ocurría a nosotros
.-de todo hay, no toda la juventud es
igual
.-pues me deben de haber tocado a
mí, todos esos aprendices poco espabilados
.- hasta otro día y no se disguste, que
nadie nace enseñado.
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