Llegaba la hora que tanto había
esperado. Ver la libreta manuscrita
que el señor Manuel guardaba con celo, en el cajón de su armario, cubierta por
camisetas blancas de felpa.
Era tal y como se la había imaginado. Sentado, en voz alta, leyó los poemas uno
por uno, con pausa, con la entonación requerida para ser sentidos. Manuel
de pie, los escuchaba atento cerrando los ojos, intentando imaginar aquella
estampa, aquello que nunca vivió. Iba visionando a Flavio en aquel cutre rincón
y sintiendo la voz de Javier como la suya.
Nada que ver con lo tantas veces antes
leído.
Oírlos interpretados por Javier, que se
esforzaba por enfatizar las frases, respetar todos los signos de puntuación y
dar graves a su tierna garganta para darle consistencia, era un viaje en el
tiempo hacia años atrás.
.-es la hora de que esta vieja
libreta cambie de manos, cuídala como lo que es, algo especial, una obra de
arte sin réplica.
.-pero señor Manuel
.-cógela y calla, nadie como tú para
conservarla. Hoy, por fin, he podido
ver, escuchar y sentir a Flavio recitar en su rincón
.-le prometo que se la
devolveré sana y salva a final de curso
.- te la puedes quedar, solo te pido que
vuelvas tú.
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Aquella bella historia,
no podía dejarla empobrecida resumiéndola a un simple artículo periodístico. Lo adornó poéticamente y utilizo la misma
firma de su verdadero autor y protagonista.
A mediados de junio, con todo aprobado, fue
hasta casa del señor Manuel y juntos volvieron a visitar a todos esos amigos con
los que en invierno habían estado, para
pedirles tiempo.
Un verano en que realizar un trabajo digno de
tal persona.
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En el pueblo vivía junto a sus padres, él nunca
había salido demasiado. Siempre había
sido desde niño una persona introvertida, dedicada tal vez en exceso a los
estudios y la lectura.
Como de costumbre se metía en su habitación y
allí pasaba horas y horas preparando las asignaturas del siguiente curso.
Su
padre. Una persona curtida por el sol y el viento que apenas sabía las cuatro
reglas. Aprendiz de todas las
profesiones y maestro en ninguna. Un
simple emigrante de aquellos años, en que muchos marcharon obligados de su tierra
originaria por falta de recursos.
Otro vecino más por consecuencias del azar,
las vueltas y tumbos que da la vida. El casarse con alguien nacida allí y
encontrarse a poca distancia de la capital de provincia, donde alternaba trabajos
inciertos, según la época del año.
Tras años de pagar alquiler, decidieron
hacerse en un terrenito heredado y con sus propias manos, una pequeña casa
donde descansar sus huesos al acabar la jornada.
Un señor de pasado reservado, de familiares
nunca nombrados, al igual que aquellos lugares llenos de miseria y malos
recuerdos que era mejor olvidar.
De pocas palabras.
Decidor de refranes para dar consejos.
Obsesionado con que Javi, su único hijo,
tuviese un futuro mejor que el suyo.
Sin
vicios, sin aficiones, sin caprichos superfluos que ocasionasen un gasto extra,
con el único fin, de que nunca faltase comida sobre la mesa.
Jesús,
sí Jesús, (el susodicho) entró en la habitación para ver que hacía de paso,
avisarlo de que ya estaba la cena a punto.
.-
¿Qué andas haciendo con tantos papeles sobre la cama? con lo ordenado que tú
eres
.-son fotos y apuntes,
que estoy escaneando para no extraviarlas. Sí, este verano he prometido
escribir una bonita historia
.- ¿algún trabajo de la universidad?
.-no esto es algo muy
personal
.- cuenta, cuenta, de que va la cosa
Javier, lo miró perplejo, era algo inaudito
que se interesase por algo que no tuviese que ver con su trabajo.
Sentados
sobre aquella misma cama, comenzó a contarle lo sucedido. Comenzó por enseñarle esas fotos de esa
humilde pero bella tumba donde estaba
enterrado. Siguió con esas historias
que sobre Flavio había recogido y por fin…
La libreta que el señor Manuel había dejado bajo su custodia.
Cuando acabaron, se decidieron a bajar. La cena estaba fría y la madre, enfadada, bostezando
del aburrimiento de tanto esperar.
Jesús, callado como siempre.
Esa noche se le había cerrado el
estomago.
Con los ojos vidriosos, miraba de vez en
cuando al techo y hacía un esfuerzo para tragar el bocado.
Al
día siguiente era domingo.
Jesús,
se levantó temprano, sigilosamente salió de la habitación, y se acercó hasta el cuarto de Javier.
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