.- ¿Qué pasa padre?
.- calla, no metas ruido, haz lo que te
digo y luego preguntas.
Javier en pijama, fue al cuarto de baño, se
lavó para despejarse, tal y como su padre le había indicado.
.-ya estoy aquí
.-bien, siéntate a mi lado. Te voy a contar algo.
Una
historia que no conoces y que ya deberías conocer hace tiempo.
En un lugar del sur de España, el 12 de
agosto de 1929, nació un niño.
Debido a la onomástica del día, pensaron
ponerle: Félix, Esteban o Gerardo. Su
padre, una de esas personas retorcidas como las raíces de los cepos que
arrancaba para quemar en la lumbre, pareció querer vengar su nacimiento, registrándolo
con el nombre de Herculino.
Durante sus años de escuela, que fueron
pocos, era un niño muy aplicado y de buenas notas.
Poco antes de cumplir lo diez años nació
otra hija en la familia a la que llamarían Liberia.
Para mitigar los gastos y la contrariedad de
que su segundo sarmiento fuera mujer, ese hombre que no conocía otra cultura
que la del cinturón y agachar la cabeza ante los ojos del mayoral, lo sacó del
colegio para llevarlo con él. A
destripar terrones, arar viñas y varear olivos.
Herculino, nunca protestó dicha decisión,
como cualquier niño de aquella época.
Se buscó la manera de seguir leyendo.
Habló con el cura.
En la sacristía de la iglesia, había
una extensa biblioteca.
Nadie
da nada si no es por algo a cambio. Desde
aquel momento, le colgaron la túnica de color rojo con sobrepelliz banco de
monaguillo y gracias a ello, se le permitía llevar libros a casa, con los que
perder horas de dormir, que tanta falta le hacía al pobre chaval.
El maestro le regaló unos cuadernillos viejos
y unos lapiceros, para que no se le olvidase lo poco que había aprendido.
Al
poco tiempo empezó a escribir sus primeras cositas, que leía a su madre en las
tardes de domingo mientras el ogro dormía la siesta.
Fueron pasando los años, la miseria, era lo
único que campaba a sus anchas por aquel término.
Aquel mozalbete de quince años, llevaba
varios días, que se quedaba adormilado apoyado en el azadón cogido entre en sus
tiernas pero ya encallecidas manos, esto era debido a que se pasaba casi toda
la noche escribiendo un cuento, algo para regalar a su madre el día de su
cumpleaños.
Su padre, indignado, ya con otras tres hijas
a su cargo, entró en aquel cuchitril de alcoba, cogió todos los libros y
cuadernillos, e hizo con ellos una pequeña hoguera en el corral. Aquello, nunca jamás lo perdonaría.
Una mañana, pasadas unas semanas, por
mucho que bocease aquel hombre su nombre, el chaval no respondía.
Enfurecido, abrió la puerta del cuarto y
se lo encontró vacio.
Al año siguiente de aquel suceso, nació otro
hijo, con el mismo destino que su hermano mayor, aunque este era bastante más
zoquete para los estudios. Ya no tendría esa familia más descendencia.
De herculino estaba prohibido hablar en
aquella casa ruin, solo su madre, en su lecho de muerte, narró a ese hijo menor
lo sucedido y mandó que guardase el único cuadernillo salvado de la quema.
Ese
que él, tenía bajo el colchón, para no perder tiempo, cuando se le ocurría algo
a media noche, en el que había un par de poemas y un cuento inacabado para su
madre.
Jesús, se echó la mano a la parte de
los riñones y sacó de entre la cinturilla del pantalón un cuaderno viejo con
las pastas marrones desteñidas, envuelto en una bolsa de plástico.
Lo abrió y le mostró la primera página a
Javier.
Un pequeño poema. En la parte inferior una
firma que reconoció al instante: Flavio.
.-yo sabía que esta
firma, la había visto antes en algún sitio
.-no, quizás lo hayas soñado, nunca nadie
lo vio
.-gracias padre
.-Pues
si hijo, ya puedes escribir su historia, ese señor era tu tío, mi hermano mayor
al que nunca conocí y estas son las únicas letras que me gustó leer, el único
recuerdo que me queda de aquella tierra donde nací y de donde salí hace años,
con la intención de no volver.
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