martes, 26 de mayo de 2015

Flavio..... parte Final


       .- Vamos despierta, lávate la cara y vuelve

.- ¿Qué pasa padre?

      .- calla, no metas ruido, haz lo que te digo y luego preguntas.

        Javier en pijama, fue al cuarto de baño, se lavó para despejarse, tal y como su padre le había indicado.

.-ya estoy aquí

       .-bien, siéntate a mi lado.  Te voy a contar algo.

  Una historia que no conoces y que ya deberías conocer hace tiempo.

       En un lugar del sur de España, el 12 de agosto de 1929, nació un niño. 

    Debido a la onomástica del día, pensaron ponerle: Félix, Esteban o Gerardo.  Su padre, una de esas personas retorcidas como las raíces de los cepos que arrancaba para quemar en la lumbre, pareció querer vengar su nacimiento, registrándolo con el  nombre de Herculino.

    Durante sus años de escuela, que fueron pocos, era un niño muy aplicado y de buenas notas.

    Poco antes de cumplir lo diez años nació otra hija en la familia a la que llamarían Liberia.

            Para mitigar los gastos y la contrariedad de que su segundo sarmiento fuera mujer, ese hombre que no conocía otra cultura que la del cinturón y agachar la cabeza ante los ojos del mayoral, lo sacó del colegio para llevarlo con él.  A destripar terrones, arar viñas y varear olivos.

     Herculino, nunca protestó dicha decisión, como cualquier niño de aquella época. 

      Se buscó la manera de seguir leyendo. Habló con el cura.

         En la sacristía de la iglesia, había una extensa biblioteca.

   Nadie da nada si no es por algo a cambio.  Desde aquel momento, le colgaron la túnica de color rojo con sobrepelliz banco de monaguillo y gracias a ello, se le permitía llevar libros a casa, con los que perder horas de dormir, que tanta falta le hacía al pobre chaval.

           El maestro le regaló unos cuadernillos viejos y unos lapiceros, para que no se le olvidase lo poco que había aprendido.

      Al poco tiempo empezó a escribir sus primeras cositas, que leía a su madre en las tardes de domingo mientras el ogro dormía la siesta.

        Fueron pasando los años, la miseria, era lo único que campaba a sus anchas por aquel término. 

           Aquel mozalbete de quince años, llevaba varios días, que se quedaba adormilado apoyado en el azadón cogido entre en sus tiernas pero ya encallecidas manos, esto era debido a que se pasaba casi toda la noche escribiendo un cuento, algo para regalar a su madre el día de su cumpleaños.

       Su padre, indignado, ya con otras tres hijas a su cargo, entró en aquel cuchitril de alcoba, cogió todos los libros y cuadernillos, e hizo con ellos una pequeña hoguera en el corral.  Aquello, nunca jamás lo perdonaría.     

          Una mañana, pasadas unas semanas, por mucho que bocease aquel hombre su nombre, el chaval no respondía.    

     Enfurecido, abrió la puerta del cuarto y se lo encontró vacio.

         Al año siguiente de aquel suceso, nació otro hijo, con el mismo destino que su hermano mayor, aunque este era bastante más zoquete para los estudios. Ya no tendría esa familia más descendencia.

       De herculino estaba prohibido hablar en aquella casa ruin, solo su madre, en su lecho de muerte, narró a ese hijo menor lo sucedido y mandó que guardase el único cuadernillo salvado de la quema.

   Ese que él, tenía bajo el colchón, para no perder tiempo, cuando se le ocurría algo a media noche, en el que había un par de poemas y un cuento inacabado para su madre.

        Jesús, se echó la mano a la parte de los riñones y sacó de entre la cinturilla del pantalón un cuaderno viejo con las pastas marrones desteñidas, envuelto en una bolsa de plástico.

     Lo abrió y le mostró la primera página a Javier.

     Un pequeño poema. En la parte inferior una firma que reconoció al instante: Flavio.

.-yo sabía que esta firma, la había visto antes en algún sitio

      .-no, quizás lo hayas soñado, nunca nadie lo vio

.-gracias padre

     .-Pues si hijo, ya puedes escribir su historia, ese señor era tu tío, mi hermano mayor al que nunca conocí y estas son las únicas letras que me gustó leer, el único recuerdo que me queda de aquella tierra donde nací y de donde salí hace años, con la intención de no volver. 
 
 

     

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