La primera vez,
puede que sea “inevitable”.
No
a la segunda oportunidad.
Es el primer barrote, de esa celda maldita donde estarás confinada por
tiempo indefinido.
Habitación que el miedo irá reduciendo, hasta quedar en un rincón
Rincón sin ventanas, sin esperanzas,
lleno de incertidumbres, al sonar los ocho en el reloj, repleto de vejaciones
diarias, heridas en la mente que nunca cicatrizan y cicatrices en el cuerpo que
vuelven a sangrar.
Criaturas, sin aún conocimiento del mundo, sobre las que pende la miserable
mano del dictador.
Trastornos irreversibles desde la infancia que algún día buscaran respuestas,
sin llegar jamás a entender lo que nadie nunca les explicó.
Adolescencias perdidas en un río de confusas corrientes, basadas en el
ocultismo y la hipocresía, remolinos turbios en el esperado remanso, que
precisamente por su falta de madurez, pueden desembocar en el mar terrible: la
imitación.
La impotencia, el odio hacia sí misma, la desafección a la vida, esa
soga que tiene atadas tus muñecas, la mordaza enmudecedora que apenas te deja
respirar.
Esos grilletes que sujetan tu alma al suelo, evitando que pueda volar
libre hacia al más allá. Tu único deseo
verla escapar y que tu cuerpo inerte y sin vida, quede tumbado en el suelo y no
sienta el dolor de las últimas patadas, como castigo por haber marchado.
No
a la segunda oportunidad.
Esta es solo: el
principio del fin
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