Si te alejases de mí,
no quiero tu
compasión,
mejor que te
lleves todo,
los recuerdos
más amargos,
los improperios
vertidos
en momentos de
rencor,
el almohadón
que lloramos
en aquella habitación,
me podrás roer
los huesos
pero no mi
corazón.
El fondo de tu maleta
esté cubierto
de lodo
y tu ropa del hedor,
que supuran las
heridas
que camino nos
dejó
y la gangrena
te coma
las entrañas con
furor.
Y a la hora del adiós,
te miraré
fijamente
y reiré a carcajadas,
para que te
falten crines
donde agarrar
tu caballo
y no dejes de
trotar,
hasta que el
viento te lleve
al otro lado
del mar.
Amarrado seguiré
de árbol como zarigüeya
con las pupilas
saltonas
ironía en la
sonrisa,
con el alma
carcomida
por huracanes
infames
que antaño
fueron mis brisas.
Solo quiero que me odies
como jamás
nadie odió,
que por mí, no
sientas pena
ni por tu
ventana asome
la caridad del perdón,
el odio será mi
premio
pues no hay
odio sin amor,
tanto que te
sigo amando
en la cuna del
dolor.
La temida
indiferencia
que nunca
acuda a tu mente,
para decirle a
los vientos
que me amaste
locamente.
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