domingo, 23 de agosto de 2015

VALDELUNA cap. 1º



         Nuestro amigo Gorgonio, en estos meses, entre los rigores  fríos del invierno,  decidió cambiar,  el rescoldo solitario del vino, por el calor humano de una familia.
     Su nueva compañera, sin perder el humor ni la gracia característica de su persona, dejó para siempre atrás su diminutivo.
    
         Una campanilla, tintineaba con fuerza, anunciando la buena nueva y una voz jadeante, sin resuello, llegaba a la  plazuela gritando:
   .- Gorgonio, Gorgonio, ya ha nacido.
      
          Andrea, había dado a luz una niña, grande, de piel sonrosada.   Su pelo rubio, iluminaba más que el propio sol y sus ojos abiertos como luceros parecían pretender comerse el mundo.

Petronila.- míralo como corre el desgraciado a la cuesta arriba
Genaro.-  yo también correría
Petronila.-  poco corría cuando falleció su difunta esposa y ahora viene con la lengua fuera a arrullar una criatura que ni siquiera es suya
Nazario.- cállese tía vinagre;   que me está poniendo del hígado
Petronila.-  ¿Qué me has llamado?    Sinvergüenza
Nazario.- tía vinagre y quien se lo puso, que se lo quite
Matías.- dejemos la fiesta en paz
            Gorgonio, entra como un torbellino por la puerta sin reparar en lo que ocurre fuera.
Gorgonio.-  ¿Qué ha sido? ¿Qué ha sido?
Filomena.- una hermosa niña 
Andrés.- padre, mira qué guapa es
Bernardo.- que no le llames padre
Andrés.- me da la gana
Andrea.-  mira, que ojazos tiene
Gorgonio.- se llamará Andrea, como su madre
Andrés.- es que yo quería que se llamase….
Gorgonio.- ¿Cómo?, ¿Cómo quieres que se llame?
Andrés.- Primavera
Gorgonio.- pues no se hable más, Primavera se llamará.
     Con sumo cuidado, envuelta en una mantilla, la coge en brazos para mostrarla con orgullo a toda la gente que en la calle espera.
Gorgonio.- Esta es mi hija y se llamará Primavera, porque  mi hijo pequeño así lo ha querido.
    
    Mientras los dos hijos medianos, se preocupan de ver lo que pillan para merendar, Bernardo, el mayor frunce el ceño, no lleva ni pizca de bien eso de otro hombre en casa y menos llamarlo padre o que les llame hijos.
      Juanillo, que apenas se ve entre la multitud, se retira a un lado y hace sonar la campanilla con todo su vigor, el badajo sale despedido.   Las carcajadas  espontaneas contrastan con la rojez de su rostro.
        Tras las enhorabuenas, cada uno saca manjares de su casa y los comparte para la celebración.      Todos se alegran de la buena nueva. Unas más que otros.  Desde que se formó la nueva familia, acabaron los escarceos esporádicos de rincón y alivios febriles de aquí te pillo, aquí te mato.

      Las nuevas madres, son tratadas como oro en paño, exentas de cualquier tipo de trabajo físico, su tiempo lo dedican a tareas del cuidado y enseñanzas primarias de los menores que aún no son acogidos bajo la tutela de Genaro.

       El tiempo corre que vuela. Respetando la tradición, cuando los primeros frutos (brevas) de la higuera están maduros, se recogen en banastos.   Tras despojarlos de su piel y ponerlos en fuentes llanas boca arriba partidos a la mitad y sobre una gelatina resbaladiza.    Estas, son obsequiadas a cada recién nacido.
           Cada uno de los padres vestidos con túnica teñida con la pasta extraída de los tallos y hojas de añil, portan en la mano izquierda una de las bandejas y en su brazo derecho a la criatura convenientemente ataviada con camisola blanca.
           Con paso firme, se introducen hasta el centro del arroyo (en un lugar donde un banco de arena, hace que la profundidad no supere los tres pies) allí se arrodillan, doblan su torso, hasta que fuera del agua, solo quede su antebrazo izquierdo, el que en su extremo porta la bandeja.           La misión es conseguir después de varias veces efectuada la inmersión, ningún trozo haya caído al agua.  Esto es el símbolo garante de manutención de los pequeños toda su vida.
      Terminada la ceremonia, Marcial, cogerá del ramal a una caballería engalanada.        Las madres con  cuidado colocaran a sus retoños en los serones, para recorrer el camino de la cima.
            Una vez lleguen arriba, este los sacará uno a uno, mostrándolos al valle y pronunciando su nombre, desde ese momento y hasta el fin de sus días así, deberán ser nombrados.
        Terminado con éxito el ritual, aprovechan las horas que quedan de luz, para comer esos frutos madurados por el sol y bendecidos por el viento, que sobre la mesa aguardan acompañados de otras suculencias culinarias, elaboradas magistralmente por las manos atiborradas de amor de madre y bajo la supervisión de la anciana del lugar.


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