Pasados unos días, acabada
la cosecha y el grano a buen recaudo, en la parte alta del molino, cuya piedra,
es movida con tracción animal, se preparan los festejos, con que celebrar, como
mandan los cánones, la noche de la señora morena.
Una imagen que quedó
escondida, oculta entre los arbustos, cuando la barbarie, visitó aquellas tranquilas
y austeras tierras, arrasando todo lo que encontraba a su paso, con mayor saña
en aquello relacionado con la iglesia y
cualquier tipo de símbolo o representación de la misma.
Mientras las mujeres se adecentan en un
remanso cercano a la chopera. Tarsicio
“el habilidoso” se dirige a zancadas hasta la plaza. Allí
uno a uno, irán pasando bajo el filo de su navaja. Melena y barba, quedarán con forma cuadrada,
antes de encaminarse a desempolvar las desafinadas dulzainas y destemplados tamboriles, en desuso desde la
celebración anterior.
Con minuciosidad, irán
dándole tensión a los pellejos, empapando con aguardiente y saliva las
lengüetas, para practicar de nuevo esas melodías jamás olvidadas.
Los jóvenes de ambos
sexos que tengan trabajadas cuatro cosechas, son los encargados de la
organización del descenso. La
tarde anterior ya prepararon la balsa y las antorchas. Esta tarde, tras sacrificar una magnifica
res, pondrán su sangre en barreños de barro, donde irá cuajando, camino de la
era.
Allí
junto al fuego, espera la más anciana del lugar, en la gran sartén, rehoga la
cebolla antes de añadirle el tomate con el que compondrá un rico sofrito, luego en él, más tarde, entrecocerán rojizos
y esponjosos cachos de cuajo.
Los varones
volverán junto a la res muerta para desollarla, abrirla en canal, vaciarla de tipas y vísceras, para después
colgarla por sus patas traseras y que pase toda la noche al sereno, antes de ser
descuartizada a la mañana siguiente.
Las hembras colocaran las
antorchas en las orillas del arroyo, a
una distancia prudencial una de otra.
Con cuidado, darán sujeción a la
morena, sobre la balsa una vez adornada con un precioso ornamento de flores.
Tras la cena regada con buen vino, iluminados
por candiles, se encaminarán al paso que marcan los sordos tambores salpicados
por el repiqueteo del redoblante, cuesta abajo hasta llegar al puente.
Bajo la noche oscura, en
la que no es perceptible ni la silueta
de la luna. Una vez encendidas las
antorchas,
El silencio se hace dueño del valle. Por breves instantes hasta los
mochuelos, parecen saber de la obligación de estar callados.
La gente por ambos lados, con varas,
cuidará para que la balsa discurra por el centro de la corriente.
Una
sola dulzaina, da la orden de desamarre y la morena, comienza su paseo
amenizada por unas dulces notas graves. La
expectación, es inmensa.
Justo sale la parte
delantera de debajo del puente, ¡YA!...
todos miran al cielo. Los tambores y dulzainas suenan al unisonó,
un berrido desgarrado que amorra en unos segundos. Sin
saber el porqué, como cada celebración, un objeto misterioso cruza el
firmamento, con la luz de un relámpago y la trayectoria parabólica de una
estrella fugaz. Su desaparición en el
horizonte y los aplausos rompen el silencio. Ruge con fuerza, alegre la melodía “nuestra señora morena”. Y entonces todos,
hacen crepitar las palmas de sus manos de nuevo, para acompañar el compás de la
música.
Una vez quitada la señora
y vuelta a guardar en su caja hecha de madera, a tiempo de música tradicional
vuelven a la era y a la luz de la hoguera, bailan y cantan. Los jóvenes, hasta
sentir que se acerca el nuevo día.
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