La noche de luna estrecha, con cuernos hacia
arriba, pusieron unas tortas de pan duro en agua.
Esa
pasta fermentada servirá como levadura en la próxima hornada.
Pasadas unas jornadas, el humo
que sale por la vieja chimenea, indica a todos, que cuando el sol se ponga, en
cada casa dispondrán de tiernas y crujientes hogazas de pan reciente.
Los nubarrones blancos y densos que asoman
por el norte, Barruntan granizo. Los
hombres con sogas se dirigen al prado, deben recoger y guardar a cubierto los
animales que por allí pastan libremente, para evitar que los rayos puedan
causarles daño.
Van a su lado, los
perros y un zagal muy certero en la lanzada de piedras con onda.
Los
truenos aún en la lejanía, retumban con fuerza, indican la próxima e inminente
llegada de la tormenta.
La
noche se presenta con luminosidades continuas y fuerte viento. Por suerte la sequia no ha sido excesiva, lo
que evita el riesgo de incendios. De
todas formas, las caballerías, estarán cargadas con hachas, azadas, palas y
recipientes de cuero llenos de agua.
La nube que se ha
instalado en el valle, no parece pretender marcharse de allí. El agua cae con fuerza y los regatos por
sus callejuelas, hacen rodar los guijarros como si de nueces gigantes se
tratara.
A cada momento el cielo se
ilumina, y un estruendo hace vibrar los tazones de barro que reposan sobre la
mesa, preparados para el desayuno.
Por fin, se escucha el golpeo de
una puerta mal cerrada se está levantando viento y el granizo no ha hecho acto
de presencia. Las nubes empiezan a
desplazarse y cada vez, el tiempo entre el relámpago y el trueno, va siendo
mayor. Las gotas cada vez caen con
menos fuerza. La tormenta se aleja sin
consecuencias.
Ya pueden dormir tranquilos
hasta el alba.
El peligro ha pasado. Un
anciano, cuya preocupación única, es esperar su fin, dedica las noches de
insomnio a pensar en nada. Más que por hacer algo, por aligerar temporalmente
el aburrimiento.
Con sus codos apoyados en
el marco de la ventaba, se distrae oyendo el agua, respirando ese rico olor que
se desprende del suelo recalentado durante el día y con los ojos bien abiertos,
intenta adivinar las estrellas en el cielo entre las nubes que se desplazan a
gran velocidad.
Tres hermanos, temblorosos,
abrazados en la misma cama, tapados de pies a cabeza con una manta, caen rendidos cuando ni de lejos, se oyen los
ruidos del cielo.
Aún después de un rato ya
dormidos, la tiritona de su cuerpo no cesa, sus brazos son incapaces de
soltarse y sus piernas seguirán formando una especie de trenza de seis mechones
que se confunden entre sí.
El amigo Gorgonio, se siente
seguro. Con el pretexto de vigilar que
no entre agua en los sótanos, ha decidido quedarse a dormir allí. Como no le entraba el sueño, pues… a darle una vuelta a las vasijas de
aguardiente y ahora, sentado en el asiento que siempre espera en la puerta,
canturrea coplas que le vienen a la mente; unas trovas sin fuste ni muste, de
las que recuerda estrofas vagamente, al tiempo que deja mover la cabeza de lado
a lado y el hipo le hace abrir los ojos a cada momento.
Empapado por dentro y por
fuera, se va a su casa.
En la oscuridad, va cruzando la
calle de pared a pared, hasta llegar a su puerta.
Sin saber cómo ha acertado y
por suerte para él, hace años que no tienen cerradura; solo un tranco evita el aire la domine a su
antojo.
Mañana será otro día. Sobre el camastro, como un guiñapo, se deja
caer y entre sueños sigue balbuceando palabras indescifrables incluso para él.
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