martes, 15 de septiembre de 2015

Valdeluna cap.- 6



        Diez inviernos ya han pasado,  desde que Gorgonio, cambiase su vida de nuevo y cediese el honor de cuidar de los sótanos llenos de vapores condensados y líquidos embriagadores a Diógenes demasiado viejo para sudar el campo y aún joven para no hacer nada.    
           Genaro, está orgulloso de su nueva hornada de pequeños.  Los que ya estás empezando a gastar tizas, demuestran buen pulso en sus trazos sobre la negrura de la piedra y los más avanzados, hábiles en la lectura, forman frases bien estructuradas y están empezando a dividir con fluidez.      Todos menos Primavera, esa niña revoltosa de culillo de mal asiento, deseosa siempre de que acabe la clase, para irse a la orilla del arroyo.

    A primavera, no demasiado preocupada por las letras y perezosa con los números,  le encanta el dibujo, como forma de expresión.

Le gusta aplanar la arena, hasta dejarla, como un lienzo, terso y suave.       Luego traza varias líneas a modo libre;   de diferentes  longitudes, formas y direcciones.
     Se pasa un rato dando vueltas alrededor, mirando el recuadro del suelo desde distintos ángulos. 
       De pie con su barita larga, con delicadeza, va dando forma a aquello que esas burdas rayas, le han sugerido, hasta que tras agregar una serie de minuciosos detalles hechos rodilla en tierra, da por terminada su obra.
                Siempre son cosas extrañas, combinaciones de estructuras reales formando unas imágenes ficticias.
    Casas con alas que salen por ventanas, puertas llenas de estrellas, tejados de agua y chimeneas que en vez de homo desprenden flores y pájaros.        Siluetas de seres con cabezas y extremidades alargadas y deformadas, en posiciones imposibles, con miradas nunca situadas en su rostro y bocas torcidas con labios grandes y abiertos.  Arboles con ramas secas y enroscadas que se precipitan hacia el suelo,  raíces que emergen de la tierra, vermes intestinales,  intentando alcanzar el cielo.

          Matías, desde una distancia prudencial, la observa pacientemente,  luego se acerca, mira el dibujo, intenta entender su significado. Entonces ella, se lo explica, con palabras tan abstractas como sus propias líneas y él,   lo vuelve a mirar con cara de no entiendo nada.

           Bueno…    Se dirige a la colina por el camino como cada día.  En lo alto, intenta una y otra vez, depositar su imaginación en la arena, pero nunca avanza más allá de las primeras estrías en las que no ve nada.

   Genaro, aprovechando la soledad del lugar, se acerca, mira el dibujo analiza sus trazos, no es nada parecido a lo visto por él en los mazos de hojas que en casa posee. ¿Cómo ayudar a potenciar eso que ella hace?   No tiene referencias en las que fijarse. ¿Está bien? ¿Está mal?...
Donde encontrar  referente con el que poder corregir y poder perfeccionar eso tan raro.
Permanece concentrado mirando el suelo.   Sin saberlo, la sorpresa acecha a sus espaldas.

Primavera.-  ¿Cómo usted por aquí?
Genaro.-  ya ves mirando esto tan raro
Primavera.-  lo he hecho yo
Genaro.-   ya lo sé, ¿y qué es?
Primavera.-   mire;   esto de aquí, es el día que empieza a nacer y se ve retenido por la noche, que no quiere irse.
Genaro.-  pero, ¿el sol? ¿y la luna?
Primavera.-  el nuevo sol está tras el ombligo y el ojo que está en su mano es la luna, que se resiste con fuerza a cerrarse aunque los dedos la aprieten.
Genaro.- sí, sí, (la imaginación de Primavera se escapa a su alcance)
Primavera.- no me mienta.   No lo ve, igual que Matías
Genaro.- serias capaz de reproducir unas laminas que tengo en casa
Primavera.- ¿para qué?
Genaro.-  ¿la verdad? No lo tengo claro… por intentarlo
Primavera.- vale
Genaro.-  pues mañana te llevo una

            Toda la noche, la pasó elaborando una tablilla de tres por cinco palmos.  La  pulió y lijó con esmero, hasta que consiguió una superficie lisa, incluso resbaladiza. 
 Seleccionó los carboncillos de mayor dureza y entre los papiros del arcón, cogió uno que en especial  siempre le había emocionado ver.   Una madre amamantando a su niño.

   La mañana siguiente, todos dedicarían sus sentidos a lo que Primavera hacía. Trazo a trazo, iba dando forma a la mujer y el niño. Con cara sin gesticular, miraban no sabían bien qué.       De pronto con el dedo expandió el negro polvillo dando forma al contorno.        Pasmados todos, vieron asombrosamente como su dedo corazón, iba creando sombras y la imagen, con dulzura, parecía salir de la tablilla hacia fuera, como intentando hablar.


Primavera.-  ya está, ¿Qué le parece?
Genaro.- me has dejado impresionado
Primavera.- espere
        Cogió un paño, y limpió la tablilla, lo aclaró en agua varias veces hasta dejarla blanca de nuevo.   Se unto las manos con los carboncillos y las movió, convirtiendo lo claro en una oscuridad absoluta.  Quedó quieta, parada, mirando con detenimiento.    Enrolló la punta del trapo, haciendo un nudo, para con él, ir limpiando y limpiando cachitos, para luego unirlos entre sí.
Primavera.-  ahora sí, ya está, la madre y el hijo, felices, las nubes la miran con envidia y los arboles se postran ante ella, reverenciando su maternidad.
     Todos miraban incrédulos. Nadie veía nada de lo que Primavera decía.  Los niños, marcharon a jugar.   Ella, se dio media vuelta ante la falta de  atención y marcho a la orilla del arroyo.    Genaro con la tabla en sus manos, se sentó, pasando varías horas dándole vueltas, a ver si en alguna posición, podía ver aquello que decía la pequeña había dibujado.


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