viernes, 16 de octubre de 2015

MAÑANA


Vacio se encuentra por dentro. Observando con desidia, un mundo mudo, que ya, ni se queja.   Elementos derrotados por la incomprensión, que demuestran su abatimiento en silencio, como recluidos en celda de monasterio, a la hora de la oración.

Una simple lagrima caída del cielo, haría germinar a esa insignificante semilla que tanto la espera y la flor volvería a inundar de color el paisaje y de su aroma impregnaría la desolación.    Pero las nubes, las nubes se cansaron ya de llorar.

Aquel color que alfombraba, resultante de la fusión del cerúleo y cítrico, quedó en el pasado,  en los lienzos que pintaron los que ya no están.  Las laringes de las aves que junto a él aparecían,  fueron atenazadas, dejando de emitir dulces sonidos para dar la bienvenida a aquello llamado primavera.

Hoy el viento sopla gris, cansado de arrastrar polvo de desperdicios, ya ni siquiera putrefactos de un lado a otro.  La mar ya se hartó de ir y venir a la orilla  sola, sin nada que dejar o recoger.  Las últimas nieves que dieron luz a las cumbres, dejaron  de ser blancas, se diluyeron dejando a merced de los insultantes rayos  cobrizos, a esas rocas de aspecto desahuciado y triste.

Las entrañas de esa masa esférica, se retuercen a cada giro, desgarrando la superficie y vomitando improperios en forma de fuego.    Las aguas que  debían congelarse, para hacer rodar de nuevo la rueda de la evolución de nuevas especies, quedó  convertida en un lodazal sintético, barro seco y estéril de color pardo exento de esperanza.

La poca vida que queda, se refugia encavernada en oscuros túneles que se transforman, aparecen y desaparecen en cada movimiento.  Especies que se alimentan del olor a azufre. Seres de corta vida y ningún conocimiento, adaptaciones que han mutado genéticamente para poder formar parte de ese hostil  enjambre de despropósitos.




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