miércoles, 27 de julio de 2016

Paulina y Fidel .- 5




            Cuando el sol caía de plano, tres de la tarde y en las calles, ni un perro andaba.     Su mano, llamó a la puerta.
Paulina.- ¿Quién es?
Anónimo.- ¿puede abrir un momento?
Paulina.- voy
Anónimo.- ¿está su marido?
Paulina.- no, ¿qué quería?
Anónimo.- dígale que he venido a verlo y espero que me devuelva las cinco mil pesetas que me debe
Paulina.- ¿le debe?- ¿de qué?
Anónimo.- dígaselo o nos volveremos a ver
Paulina.- ¿pero quién es usted?
Anónimo.- un compañero de cartas
        Se dio la vuelta y se marchó. Paulina quedó encendida, daba vueltas por la cocina, se sentaba, se volvía a levantar, otra vuelta, lloraba de impotencia, de rabia dejaba de llorar.      Cuando llegó Fidel, tenía la mano en carne viva de tanto morderse para aplacar los nervios.
Paulina.- ¿has vuelto a jugar?
Fidel.- ¿qué dices?
Paulina.- ¿quien en ese señor?
Fidel.- ¿Qué señor?
Paulina.- al que debes cinco mil pesetas
Fidel.- tú estás loca, yo no le debo dinero a nadie
      (Enfurecida le explico lo que había pasado)
Fidel.- por lo que dices, solo puede ser el señor de aquella última partida
Paulina.- ves, te lo dije, ¿pero para que te metes? Es que lo sabía
Fidel.- tranquila que no va a pasar nada
Paulina.- claro, para ti nunca pasa nada
Fidel.- tranquila,  aún no sabemos si es él
Paulina.- o sea, que hay más gente a la que le debes dinero
Fidel.- que yo no debo dinero a nadie
Paulina.- me tienes harta, ya no me creo nada
Fidel.- bueno, ya pensaré algo
Paulina.- ya, ¿y si vuelve?
Fidel.- si me está buscando, me va a encontrar
Paulina.- ¿Dónde vas?
Fidel.- a dejarme ver por ciertos sitios
Paulina.- ven aquí, vuelve, que vengas
       Paulina no pudo retenerlo con sus voces, puso un cazo de agua en el fuego y la dejó hervir.  Si aparecía por allí esa noche, saldría escaldado.
   Fidel, después de dar muchas vueltas por los antros del vicio del juego, se fue hasta el único sitio donde podría estar si lo estaba buscando.
           Se apoyo en la esquina de aquel callejón y espero a que la sombra anónima apareciese.     Al momento llegó don Fernando y no tuvo más remedio que contarle lo sucedido.
D. Fernando.- no te preocupes, si llega, no digas nada, que entre y que arregle cuentas conmigo
Fidel.- pero don Fernando
D. Fernando.- yo confío en ti y tú confía en mí
     Pasada media hora…
Fidel.- por fin llegas, que valiente, ir  amenazar a una mujer
Anónimo.- vengo a reclamar mi deuda
Fidel.- entra, que te está esperando un señor para darte el dinero
Anónimo.- espero que esto no sea una encerrona
Fidel.- aquí no somos tan cobardes
Anónimo.- más te vale
Fidel.- una advertencia antes de entrar, si vuelves a pisar por el barrio de San Antón, te mato
        Con la mano derecha, en la que lucía un gran sello dorado, sacó una navaja del bolsillo y se la puso en el cuello.
Anónimo.- ¿eso es una amenaza? Qué risa
Fidel.- yo que tú no malgastaría esta oportunidad, piénsalo bien, porque eso es una promesa
Anónimo.- entremos y saldemos la deuda
     Según entraron, todos se pusieron en pie y se retiraron de la mesa, poniéndose con la espalda pegada a la pared.
D. Fernando.- buenas noches, ¿Qué quieres?
Anónimo.- el dinero que les gané en la partida
D. Fernando.- ¿y cuanto crees que es?
Anónimo.- cinco mil pesetas
D. Fernando.- mucho me parece
          Entonces, sacó de su cartera diez billetes azules y los puso sobre la mesa.    Según iba a cogerlos.
D. Fernando.- alto ahí. El dinero pertenece a la mesa, aún no tiene dueño, siéntense los dos, tomen la mitad cada uno y empiecen a jugar.  En media hora de reloj al que más pueda.      ¿Estamos de acuerdo?
Fidel.- pero don Fernando
Anónimo.- ¿se hizo caca el criado del señor?
D. Fernando.- aquí no se hizo caca nadie, ¿estamos de acuerdo?
Anónimo.- por mi encantado, será un placer
           Los dos se sentaron frente a frente, un tercero repartía los naipes de los descartes y ellos sin levantarlas apostaban.  Al final de cada mano solo una carta levantaban para mostrar quien había ganado.
             Trascurridos veinte minutos, en una mano larga y extraña, donde uno a otro se iba pisando la apuesta, todo estaba apilado en el centro de la mesa.    Fidel, consiguió dejarlo sin nada.
Anónimo.- una mano más, me juego el reloj, todo o nada
D. Fernando.- eso no era lo convenido y aquí,  somos caballeros de palabra
Anónimo.- llevo dinero, echemos una partida normal para pasar el rato
D. Fernando.- lo siento, pero usted no es bienvenido en este sitio. Si vuelve a pasar por aquí, no cuente con salir por su pie
Anónimo.- es la segunda vez que se me amenaza esta noche
D. Fernando.- eso quiere decir que hablamos en serio
           Según salía por aquella puerta estiró su mano hacia Fidel.
Anónimo.- ¿cuenta saldada?
    Fidel no fue capaz de negarle la mano.
Fidel.- cuenta saldada
       La puerta se cerró con un portazo de rabia.
D. Fernando.- una ronda para todos, a esta invito yo
Fidel.- ¿y si llego a perder?
D. Fernando.- mi dinero en el juego, está más seguro en tus manos que en las mías, hoy he ganado, mañana…
Fidel.- pero no ha ganado nada
D. Fernando.- pues sí, ya ves, me que quedado más satisfecho que un cerdo recién comido
Fidel.- bueno señores, me voy que mañana tengo que trabajar y mi mujer estará intranquila.
     Don Fernando lo acompañó hasta el callejón, al despedirse de él, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta.
D. Fernando.- toma, está cargado, si te sale al paso, no lo dudes.
    Mañana sin que nadie se dé cuenta subes a mi oficina y me lo devuelves, yo iré acompañado a casa,  a mí o me hará falta.
     Fidel a toda prisa, corrió a su casa.  Por el camino no hacía otra cosa que pensar en Paulina y en su hijo.     En su mano, agarrado con fuerza, aquel cachorrillo de dos postas dispuesto a ser usado.
Fidel.- Paulina, hijo,
Paulina.- ya es hora, ¿qué ha pasado?
Fidel.- nada ya está solucionado, vamos a la cama
      Allí, le contó con pelos y señales todo lo sucedido, no podían dormir de los nervios.     Era una situación incómoda, pero bueno ya estaba todo arreglado.         Sin saber cómo, al día siguiente en el barrio se sabía lo sucedido, todos estaban pendientes de quien merodease por los alrededores.  A cabo de de una semana según vino, debió marchar de la ciudad, pues no se le volvió a ver por ninguna mesa de juego.

           Pasado el tiempo, un anochecer de viernes, Fidel andaba ronroneando calle arriba y calle abajo.       Tenía que hablar con paulina pero no sabía cómo.    Ella lo veía, sentada en la puerta al fresco se reía con disimulo, lo conocía demasiado bien, estaba esperando a que le preguntase, pero ella se hacía la tonta y no pensaba abrir el pico.
Paulina.- bueno, entro hacer la cena
      (Él entró y se sentó junto a la mesa)
Fidel.- cagüen…
….- puf, esto es la leche
…- el caso es que…



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