lunes, 31 de octubre de 2016

CAP.- 10º--- La gruta del musgo ---



    La serenidad, el pasarlo bien y disfrutar del momento, fue el pacto acordado por los dos para esos días.

   Seguían con la normalidad. Iban al instituto, por la tarde salían los cinco a dar una vuelta hasta la hora de cenar y más tarde, la tertulia se alargaba hasta altas horas.

   El padre, siempre se iba el primero a la cama,(madrugaba mucho) minutos después ellos dos se subían a la habitación, llegaba el momento más esperado del día.    Se abrazaban y quedaban dormidos, sumidos en una gran felicidad. 
          Y allá a  las tantas las dos cotorras.

            Llegó el fin de semana. Daba igual que hubiese que madrugar para calzarse las botas.   El padre, no podía dejar pasar la oportunidad de retomar aquellos benditos tiempos cuando todos los sábados comían en el campo después de patearlo  arriba y abajo recogiendo tomillos y romeros con que hacer la hoguera en cuyos rescoldos, se asaban sardinas o el forro de cabeza, según el precio en el mercado.
   Ahora faltaba el abuelo, aquel chiquillo ya le sacaba casi la cabeza y aquella niña de coletas no lloraba para ir en brazos. Ellos pretendían verse igual pero los años no habían pasado  en balde y al subir la cuesta, el resuello de su respiración se encargó de recordárselo.

Madre.- vamos chicos, ahora coger ramas secas, para hacer la lumbre
Padre.- yo voy a recoger piedras para poder hacer un buen contorno de cortafuegos.
Tía.- pues yo me, voy con ellos
Padre.- cuidado con el lumbago abuela
Tía.- a mi no me pesan las botas como a otros
Madre.- menos charla y más recoger ramas. ¡AH! tomillos y romeros, que si no, no sabe igual

    (Todo eran risas hasta que llegaron a aquel sitio).

Tía.- ¿no queríais saber? Mira tú por dónde, aquí fue donde os encontraron, junto a esa roca.  Ahí estabais los dos como dormidos.
Dulce.-  nos dijiste que conocías bien este sitio
Tía.- sí claro, fueron muchos sábados viniendo a merendar en familia.   Desde niños, el abuelo y la abuela nos traían a tu padre y a mí, y nosotros seguimos la costumbre, hasta que pasó aquello, después ya no volvimos
Dulce.- y por aquí habrá muchas cuevas
Tía.- pues no, la verdad es que solo hay una y está bastante lejos
Dulce.- lejos como cuanto
Tía.- ¿ves aquella peña de allá arriba?, pues debajo, hay una pequeña cueva, que siempre estaba llena de agua limpia, hasta allí subíamos a llenar botellas, no había en el contorno un agua igual
Luis.- vamos a seguir recogiendo tomillos
Tía.- venga sigamos

               Dulce, se quedó mirando a los arbustos y según se acercaba a ellos para ver lo que escondían, Luis la agarró del brazo.

Luis.- vamos que te enrollas y al final ni ramas ni nada
Dulce.- bueno, bueno, que desde que te comes los mocos

       Luis le dio una colleja a la pequeña y los tres se echaron a reír.

Tía.- ya cobraste
Dulce.- algún día te vas a acordar
Luis.- anda tonta ¿me das un beso?
Dulce.- vete a la mierda
Tía.- ji, ji, que gracia.   Eso es algo solía pasar siempre cuando erais pequeños

          Un sábado feliz, una noche tranquila, una mañana de domingo que no querían se acabase, pues por  la tarde, la tía Lourdes, cogería de nuevo el tren de vuelta a sus viajes.

        A los pocos segundos de despedirla, parecía que algo imprescindible faltaba en sus vidas.  En el camino de vuelta a casa, todas palabras, eran dedicadas a la esperanza de su regreso.

Padre.- bueno chicos, esta noche cada mochuelo a su olivo  
Madre.- los tenías que haber visto
Padre.- a quién
Madre.- a estos dos, estas noches se han acostado juntos, abrazaditos los dos en la misma cama y con una cara de felicidad
Padre.- que te crees, los veía todas las mañanas y a vosotras dos.  Que parecíais dos ranas cada una en una cama
Madre.- por lo menos ella, no ronca
Dulce.- ¿nos podemos acostar hoy también juntos?
Madre.- pero solo esta noche, mañana ya cada uno a su habitación
Dulce.- gracias mami

                   Luis abrazó a su madre, como hacía tiempo no lo hacía, la mantuvo achuchada un buen rato y luego subió corriendo las escaleras.   La madre se quedó allí, de pie, sola, con los ojos cerrados, alargando la sensación de aquel calor.

Dulce.- Luis, he sido muy feliz esta semana
Luis.- yo también
Dulce.- ¿y por qué no podemos seguir siendo así?
Luis.- tal vez, porque nos hemos hecho mayores
Dulce.- entonces yo, no quiero ser mayor
Luis.- yo tampoco
Dulce.- ¿me abrazas?
Luis.- claro que sí, hasta mañana
Dulce.- eso, hasta mañana

      Las discusiones tontas se habían acabado. De repente se habían vuelto uña y carne. Su intensa complicidad, los hacía irreconocibles. Iban juntos a todos los sitios y siempre se les veía de buen humor.
     Las notas de Luis volvieron a ser buenas y todas las tardes se acercaban a la biblioteca.      Ella, seguía con sus aficiones a lo esotérico, mientras él, dedicaba el tiempo a leer  filosofía.

   Más de una vez, Dulce le preguntaba cosas sobre aquellos personajes y su cueva, de donde estaría.   Luis simplemente capeaba el temporal y cambiaba de conversación sin soltar prenda.

 En la sobremesa, la casa estaba en silencio, cada uno en su habitación hincando los codos para luego poder salir.
  El matrimonio sentado en el sofá con la tele bajita.
   La madre ojeaba una revista de cocina y el padre, se había quedado dormido.

Madre.- lo que puede hacer la presencia de una bruja
Padre.- que sí, que luego subes
Madre.- ¿pero qué dices?
Padre.- ¿Qué pasa?
Madre.- ¿te habías quedado dormido?
Padre.- no, estaba pensando
Madre.- anda ceporro, te estaba diciendo, que qué bien que sea tan bruja
Padre.- ¿Qué bruja?
Madre.- mi prima, no te fastidias
Padre.- ¿tu prima?, ¿qué prima?
Madre.- coño tu hermana
Padre.- mira aclárate, la bruja, tu prima o mi hermana
Madre.- estaba pensando que desde que vino la bruja de tu hermana, lo que han cambiado estos chicos
Padre.- tienes razón, parecen otros, ya casi echo de menos las broncas entre los dos
Madre.- déjate, que ya cambiará el viento, esta calma no puede durar mucho
Padre.- yo los veo muy a gusto, nos aprovecharemos del tiempo que dure

          Esa tarde, Dulce había estado hilvanando ideas.   Sus peregrinas conclusiones, aún no teniendo razón de ser, para ella eran lo suficientemente lógicas para  poner manos a la obra en su ejecución.
           La noche del viernes, una vez todos dormían, Dulce sin hacer ruido, metió en una mochila todas aquellas cosas que creía necesarias para su aventura.
         Cuerdas, linterna, el casco de montar en bicicleta y un puñal de supervivencia.
          Antes de despertar las primeras luces del día, se calzó las botas y salió de casa para investigar aquella cueva que según su tía, se albergaba bajo aquella gran peña.
     Por el camino iba repasando las palabras clave.
        Teníais que haber andado mucho
La cueva, estaba lejos
        Las ropas olían a humedad
Por lo que allí tenía que haber agua
       La cueva esta bajo una peña
Y allí seguro que comenzaban aquellas escaleras.

        Poco tardó en ver frustradas todas sus expectativas.
    Al llegar a la cueva, tras la larga caminata, resultó que era demasiado pequeña.
 Ató a la punta de la cuerda una piedra, poniendo en ella sus esperanzas.
             Probó y probó, pero en ningún sitio la profundidad superaba el medio metro.      El largo viaje, no había servido para nada.
 Metió su decepción en la mochila y se encaminó a la cuesta abajo.

      Cuando Luis se levantó y vio que su hermana no estaba, sin dudarlo abrió el armario.   Las botas no estaban.     Salió corriendo sin decir nada.       Llegó a aquel lugar y empezó a abrirse paso entre el denso ramaje de aquellos arbustos que bloqueaban la entrada de la gruta.

De repente…   Se oyó una voz…



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