Camino de regreso, iba
creando una estructura de celdas hexagonales en su mente, un panal en el que ir
ordenando las distintas precisiones y las opciones circunstanciales.
Dulce.-
hola mami, ¿te apetece que hablemos un rato?
Madre.-
claro, ¿no te subes a leer?
Dulce.-
no, hoy estoy plof
Madre.-
¿y eso?
Dulce.-
no sé, dice el señor de la librería que pensar es muy cansado
Madre.-
yo no sé que tendrá de especial para ti ese libro, pero la verdad, yo creo que
es un coñazo
Dulce.-
el principio es muy simple, pero más adelante, espero se ponga emocionante
Madre.-
bueno, si tú lo dices, pero para el primer libro al que le prestas atención,
podrías haber buscado algo más ameno y sobre todo mejor escrito
Dulce.-
ah, yo no lo veo mal escrito
Madre.-
por favor, son malos hasta los dibujos
Dulce.-
a ver, buenos no son, pero son simpáticos
Madre.-
¿Tú me estás vacilando?
Dulce.-
no, porqué
Madre.-
por nada, por nada
Dulce.-
¿qué vamos a cenar hoy?
Madre.-
pues no sé
Dulce.-
¿inventamos algo entre las dos?
Madre.-
vale, hoy menú especial
Abrieron la nevera y se pusieron manos a la
obra.
Dos horas de risas les
aguardaban, dos horas en las que contarse cosas que incluso llegaban a
sonrojarlas.
Los recuerdos y vivencias de la madre cuando
tenía su misma edad, coincidían con las inquietudes y amoríos que ella ahora
experimentaba. Tiempos tan distintos,
pero con semejantes sensaciones.
Esa noche se acostó
tranquila, al día siguiente era sábado y no tenía que madrugar. A las siete
y media, sintió algo que la despertó. Estaba tumbada boca arriba y sobre ella, en
su abdomen estaba ese libro. ¿Quién lo
habría puesto allí?
(Ya no tenía sueño,
así que comenzó a leer).
Slavko, miró su mano y seccionó otro de sus dedos. A este decidió
moldearlo con silueta robusta, lo dotó de rostro y aspecto similar a aquellos
seres a los que debía de adoctrinar.
Menghormati,
tú, serás el encargado de implantar el respeto por la vida, evitaras las matanzas,
ningún acto de violencia será justificado, ni siquiera en tú nombre, el de mis
gestores o el mío propio.
Para esto que te encomiendo, se deberá usar
la persuasión y el convencimiento, no usando jamás la fuerza.
Menghormati, observo el proceder de
aquellos que se denominaban humanos.
Entre todos ellos, el de mayor liderazgo, era un hombre al que llamaban Dubracko.
Su fuerza y manejo de las armas, le
hacía ser temido por sus adversarios. Por
donde su ejército pasaba, tan solo la muerte quedaba como testigo.
En la oscuridad de la noche, se introdujo
en sus sueños y le habló;
¿Te extrañará mi aspecto blando y
radiante, acostumbrado a las vestiduras cubiertas de sangre reseca? A partir de hoy, deberás abandonar las armas
que solo ocasionan destrucción, horror y muerte.
Tú, Dubracko, serás mi general. Buscarás a un
representante, hombre o mujer, en cada uno de los otros seis pueblos y junto a ellos formareis mi ejército. Vestiréis armadura austera e impoluta, series reconocidos
allá donde piséis y luchareis contra el poder y la tiranía, desde el lugar en
que se encuentran de los afligidos.
(Dubracko, despertó sobresaltado).
.--- Espera no te vayas, si abandono las
armas…, con que lucharé.
.------ Con la palabra Dubracko, solo, con la
palabra.
A la mañana siguiente, en el centro del
campamento, se despojó de su coraza, clavo la espada en el suelo, sobre ella
colgó su casco y apoyo el escudo, vistió túnica blanca y habló con su pueblo de aquel sueño.
Sus
soldados no daban crédito, lo tacharon de loco. Uno de sus capitanes, desenfundó su
espada y puso el extremo punzante junto su pecho. Dubracko quedó quieto.
.--- si es tu deseo, hazlo.
Tras burlarse de su irreconocible aptitud
desoyendo sus consejos, todos le volvieron la espalda repudiándolo. Dubracko, se alejó caminando despacio.
.--- recordad mis palabras, porque
la palabra doblegara vuestras espadas.
Recorrió los caminos, buscando a aquellos
que deberían formar parte de su nuevo ejército.
Paró a descansar junto a un arroyo. Una persona harapienta se le acercó,
introdujo un tazón de barro en las claras aguas y le ofreció de beber. Así fue como Hopkin, pequeño de estatura pero grande de corazón, siguió
sus pasos.
Subieron a una cima, para desde allí ver
donde se deberían dirigir.
Una mujer repudiada por su pueblo, vivía
en una cueva, donde les invitó a pasar la noche y resguardarse de las
inclemencias del tiempo.
También Kazimir, se unió a ellos.
Un pequeño rebaño de cabras pastaba en un
valle.
Los tres las miraban ambicionando su carne,
pero distraían el hambre comiendo las hojas verdes de una planta que se hallaba
a su lado. Un joven pastorcillo les
ofreció leche recién ordeñada.
Al caer la tarde, Noll,
decidió acompañarlos.
En medio de las arenas de
un desierto, bajo un sol tirano, se estaba levantando un gran palacio. Los hombres eran tratados como bestias. Tan solo uno de ellos tuvo el valor de
sentarse a escuchar sus palabras, aunque por ello sintiese el látigo en su
espalda.
Didacus, dejó de tallar la piedra,
para cincelar su mente.
De un agujero hecho en la tierra,
extraían el hierro, con que forjar y templar las armas que Dubracko, había abandonado.
Después de oír su propósito, Larkin,
el experto que más metales había proporcionado a su pueblo, miro sus manos y
las vio teñidas de sangre, sin haber nunca empuñado un arma.
Se adentraron en un bosque lleno de frutos
silvestres.
Allí
una joven, paseaba acompañada por su sequito.
Al verlos, les preguntó quienes eran. Ellos respondieron
sin dirigir la vista a su rostro, ante el temor de ser ajusticiados por el rey.
La
bella princesa Rohesia, despojó sus largos cabellos de aquella corona
dorada y se arrodillo frente a Dubracko y sus acompañantes, ofreciéndoles
obediencia.
Madre.-
¿Qué haces ya despierta? Si hoy es sábado
Dulce.-
nada, leyendo
Madre.-
y ¿Qué tal?
Dulce.-
bien, parece que se pone interesante esto
Madre.-
me alegro, ¿te apetece que desayunemos juntas?
Dulce.-
vale y preparamos tostadas, para estos zánganos
Madre.-
está bien.
Dulce.-
mami, ¿qué tal un toque de pimienta en las suyas?
Madre.-
mira que siempre tienes que estar liándola
Dulce.-
que no, que era broma
Madre.-
chicos… a desayunar
Esa mañana, la mesa de
la cocina se vio engalanada con el mantel floreado de ocasiones especiales.
Sobre los platos, unas hermosas tostadas untadas con mantequilla, a las que
Dulce había puesto ojos y sonrisa de mermelada.
Luis.-
umm que bien huele
Padre.-
gracias a las dos por este regalo, un besito
Dulce.-
quita pesado
Padre.-
pero que arisca eres
Luis.-
que va, para nada
Padre.- estoy recordando que hace mucho que no
salimos juntos al campo. Esta tarde
podíamos ir a dar un paseo y al volver parar a cenar en algún sitio como
hacíamos antes.
Dulce.-
a mí me parece bien
Madre.-
mira, preparo una tortilla y unos pimientos fritos y pasamos el día en el monte
Luis.-
yo es que tengo que estudiar
Padre.-
tú tienes para estudiar todo el domingo. Coño, que nos dé un poco el aire, que
vamos a criar polillas
Dicho y hecho. La Madre
preparó la comida, el Padre una mochila, se calzaron las botas y salieron a
patear el cerro.
Sí que hacía tiempo,
pero en aquel lugar, casi nada había cambiado.
Al pasar por delante de donde se encontraba la gruta, todos
enmudecieron.
Los padres recordaban
aquella mañana, la impotencia al verlos sin respiración y la alegría de
recuperarlos con vida.
Luis, agachó la cabeza, cantidad de imágenes
se le iban agolpando en su mente.
Cogió unas cuantas piedras del suelo e intentó eludir su responsabilidad
tirándolas a la copa de un árbol, esperando que algún pájaro saliese de volando
de entre sus ramas.
Al final, la jornada mereció la pena, un día
de risas y bromas inolvidable.
Después de unas pizzas y un
helado, estaban desfallecidos, llegaron a casa y directos a la cama.
Esa noche, Luis soñó
con todo aquello que se negaba a recordar.
Dulce, soñó con un señor de túnica blanca y
una estrella de siete puntas en el pecho.
Se levanto pensando en que querría decir aquella estrella, pero pronto
lo entendería.
Una vez estaban representados los
siete pueblos, Dubracko, volvió a percibir la presencia de Menghormati:
Has completado aquello primero que te
encomendé, ahora que estáis unidos os dispersareis por distintos caminos,
haciendo llegar a todos estas enseñanzas.
En vuestra lucha, la espada será la palabra,
el escudo una estrella de siete puntas grabada a fuego en el pecho, vuestra
bandera la túnica blanca y vuestro grito PAZ.
Respetareis la vida sobre todas las cosas,
aun en los momentos en que esté en juego la vuestra y si llegaseis a perderla,
otro escogido portará vuestra espada, escudo, bandera y grito, hasta el fin de
sus días.
Al amanecer, cada uno cogió una dirección
distinta. Se encontrarían de nuevo en aquel mismo lugar cuando las nubes
cubriesen los campos de nieve, diez veces.
Dulce, volvió a leer
este pasaje varias veces.
Cómo podía ser que
supiese lo de la estrella antes de haberlo leído.
Los nombres extraños de
aquellos personajes empezaban a resultarle familiares y sin embargo, nunca
antes los había oído.
Fue a la habitación de
al lado, donde su hermano estaba aún dormido.
Dulce.-
Luis, Luis,
Luis.-
¿qué quieres? Déjame dormir
Dulce.-
despierta ceporro, te tengo que hacer una pregunta
Luis.-
luego, más tarde
Dulce.-
más tarde no, ahora
Luis.-
a ver ¿qué quieres?
Dulce.-
¿a ti te suenan de algo estos nombres?
Luis.-
¿Cuáles?
Dulce.-
Dubracko, Hopkin, Didacus, Kazimir…
Luis.-
no, no me suenan de nada, ¿de dónde ha sacado esos nombres?
Dulce.-
son algunos de los personajes del libro
Luis.-
¿de qué libro?
Dulce.-
del que estoy leyendo
Luis.-
ese libro es una bobada. Estás perdiendo el tiempo
Dulce.-
pues está muy bien
(Luis se levanto
enfadado y la cogió por los hombros)
Dulce.-
ay, que me haces daño
Luis.-
te he dicho que lo dejes de leer, que lo tires, a mi no me vuelvas a decir nada
de esos nombres. O lo tiras o te lo quemo
Dulce se fue llorando
a su habitación, jamás había visto tan enfurecido a su hermano, por un momento
pensó que le iba incluso a pegar.
Metió el libro bajo el
colchón con la intención de hacer caso a su hermano y el lunes devolverlo a la
librería, ella no podía entender el porqué, pero para ponerse así Luis, debía tener
una razón de mucho peso. Esperaría unos
días para pedirle que se lo explicase.
Pasaron el día sin
cruzarse la mirada, ni siquiera a la hora de la comida o la cena. Bueno había pasado el domingo.
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