lunes, 28 de noviembre de 2016

Dónde Marchaste cap.- 4º


-------- Dónde marchaste -------
----- Capítulo 4º -----

    Al medio día la expectación era máxima.
         .------ bueno Manuel ¿nos vas a enseñar ese poema?

    Manuel, comenzó a leer en voz alta, ellos asentían con la cabeza a modo de aprobación.
      .------ en verdad es precioso hasta en alemán

    Entonces Manuel dejó el papel sobre la mesa y se puso a declamarlo en su traducción al  francés.    Con la nueva entonación, eso sí era un poema de amor.
        Todos se sentaron a comer, un españolito como él, lo miraba fijamente sin atreverse a decir nada. Manuel lo miró sonriente, se puso de nuevo en pie y lo leyó en castellano. No hacía falta entender el idioma, solo con el tono de voz y los gestos de sus labios a todos se les puso un nudo en la garganta.    El poema de amor, en realidad era un desgarro en el alma.

 Manuel.- que mayor inspiración, para unas estrofas de amor infinito, que el recuerdo de una Madre.

    Al anochecer del viernes, la caligrafía de la lámina estaba totalmente terminada.
          El poema bien encuadrado, escrito en elegante letra cursiva en color azul.
     La primera letra en grande, de color rojo y con adornos negros y morados.
   Todo el contorno, formado por orlas verdes, simulando las hojas y los pámpanos de una parra.
     Y en la parte inferior derecha, una preciosa rúbrica sin nombre, esperando la llegada del Mayor.

Mayor.- ¿está acabado?
Manuel.- solo falta un detalle
Mayor.- ¿Cuál?
Manuel.- su nombre
Mayor.- mi nombre es Rudolf
     (Manuel roturó esas letras en el centro de la rúbrica)
Manuel.- ahora si está, felicítela mañana de nuestra parte y espero que le guste.


        A primera hora de la mañana cuando su esposa, (una mujer de esbelta figura y agrio carácter, sumisa ama de casa y casada por conveniencia familiar),    cogió la lámina entre sus manos, se le saltaron las lágrimas.     Durante minutos quedó mirándola, callada.    Luego…   cerró los ojos.
     El Mayor, inmóvil, frente a ella, esperaba mudo aunque solo fuera una palabra de agradecimiento por el regalo.
    La esposa abrió los ojos y se abalanzó sobre él.
     Lo abrazó con una fuerza que jamás lo había hecho.
       Tal vez le regaló un te quiero, tal vez no, para él, aquel abrazo era el mejor gracias que jamás había recibido.

    Toda la dureza que como oficial alemán albergaba en su corazón, se volvía mantequilla cada vez que entraba en el barracón de los escribientes.
     Manuel cada semana hacía para la esposa del mayor una lámina nueva y cada una de ellas era recompensada con un nuevo abrazo.

            Hasta que una mañana……  Llegaron decisiones del estado mayor.

        Un destacamento de (la liga femenina nacionalista) se haría cargo del cometido a ellos asignado.
           Ante aquel acontecimiento, el comandante de aquel acuartelamiento, asumiendo su responsabilidad,  firmó las órdenes de ejecución de los veinte hombres. Únicos civiles y además extranjeros, que estaban al tanto de los entresijos de todo lo ocurrido en los diferentes frentes. Esos escritos que eran considerados secreto de estado.
     
    El Mayor, llego a casa destrozado.      Aquellos hombres se habían convertido en algo más que unos prisioneros, era injusto, pero no podía hacer nada.
   La esposa montó en cólera, exigió a su marido hacer algo para evitar ese desenlace.  Él intentó mediar.  En una hora, propuso diferentes alternativas y ocupaciones para aquellos hombres, pero el comandante ante la falta de disciplina del Mayor, ordenó formar el pelotón esa misma noche.

    Ninguno de ellos sabía el destino que les esperaba.

           La esposa le imploró incluso rodilla en tierra, que al menos, salvase al escribiente que hacía las láminas.
     Aquel prisionero, había conseguido que el amor por fin, habitase en aquel matrimonio que tan solo era fachada.
       Lo llevarían lejos, donde pudiese esconderse y después  que la suerte dictaminase su futuro.    Ellos juntos podrían comenzar una nueva vida, sin cargar sobre sus hombros con la muerte de esas personas.

   Al caer la tarde, el mayor, paró su coche tras el barracón, entró por la puerta y ordenó a Manuel que se dirigiese a las letrinas y que esperase allí hasta que él lo mandase salir de nuevo.
     Luego ordenó al resto que se acostasen y que pasase lo que pasase no se levantasen y que no recibiesen órdenes de ningún soldado sin estar él presente.

       Volvió a la parte de atrás, cogió una palanca de hierro y desclavo unas tablas.

Mayor.- soy yo. Manuel, sal por aquí, en silencio
Manuel.- ¿qué pasa?, ¿qué hace?, ¿está loco?
Mayor.- calla y métete en el maletero

          Otra vez entre mantas junto a la rueda de repuesto. Otra vez un maletero. Otra vez, otro lugar, otra identidad. Una y otra vez…

        El Mayor avanzó hasta la puerta de su casa sin dar las luces.    Su esposa se subió en la parte trasera y salieron del recinto, con la excusa de que iban a una cena.
   El Comandante vio en aquello un acto de cobardía.
    ya hablaría con él al día siguiente, esa noche redactaría la petición de traslado, no quería cobardes entre sus oficiales.

 Se alejaban a gran velocidad. Tenían que llegar a la ciudad, dejar a Manuel y buscar un sitio tranquilo donde refugiarse esa noche antes de proseguir viaje.
   Rudolf. Comentaba a su esposa la planificación del viaje:
     Esa misma noche, se pondría en contacto con antiguos conocidos para que los estuviesen esperando en Zúrich y desde allí, se desplazarían con una nueva documentación a Berna donde podrían residir y tener una ocupación que les permitiese vivir holgadamente.

  A las once, saltaban las alarmas: Manuel había huido.
     Los soldados con las motos, salían en su busca en todas direcciones, la orden era tajante: capturar a los tres, vivos o muertos.
    
            A las doce;   los otros diecinueve escribientes, eran fusilados junto a  la fachada del barracón, como pago a la labor prestada.

  Y a las dos veintisiete;  una curva, un bache, un reventón, provocaban la salida del vehículo de la carretera.   Tras dar varias vueltas entre la espesa vegetación, al impactar con el fondo del barranco, la puerta del conductor y el maletero se abrían.   Manuel y Rudolf salían despedidos.
 Manuel quedaba sin consciencia, oculto entre unos densos matorrales.
 Rudolf, no tuvo tanta suerte.   Su cabeza impactaba contra una roca y se abría en dos.
          La esposa quedaba entre los asientos con las láminas abrazadas contra su pecho.   Su último suspiro, sus últimos susurros serían para él.
  
…---- Siempre fuiste el amor de mi vida y ahora, siempre estarás a mi lado.
   
          La gasolina alcanzó los bornes de la batería, tras una explosión el coche se incendió.    Calcinados quedaron los poemas de Manuel junto al cuerpo de la esposa.   Su amor eclosionó en infinito.    Cenizas, que quedarían fusionadas para toda la eternidad.






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