lunes, 19 de junio de 2017

Ausencia "03"




  Mientras un helicóptero, sobrevolaba la zona  y agentes de la guardia civil inspeccionaban los recovecos de las rocas,  intentando encontrar algún vestigio del único desaparecido, la multitud acompañaba a los familiares, en una gran misa oficiada por el mismísimo obispo de la diócesis.
   Hasta allí se habían desplazado autoridades de toda la región y los vecinos de los pueblos aledaños para poder acompañar a  aquellos desgraciados en ese dramático  trance.

  El corto camino hasta el cementerio estaba flanqueado por ramos y coronas de flores.   Las promesas y palabras de aliento se sucedían cabizbajas.    Las fosas esperaban abiertas y junto al muro de piedra, los coches oficiales, con el motor arrancado y los cristales llenos de vaho, deseosos de coger el camino de regreso diciendo: Misión Cumplida.

    Asunción en una esquina, acompañada por su destino, prefirió quedarse junto a la tumba de su padre.   Mordía sus labios que tanto tenían que gritar por no armar un espectáculo.    Bien sabía ella, que las buenas palabras y promesas de ayudas, al día siguiente se las habría llevado el viento.       Como siempre  aquel lugar, seguiría siendo un pequeño vestigio en la nada olvidado de la mano de Dios.       Las viudas comerían gracias al alcalde.   Hacía ya años se había comprometido a respetar una tradición que les ofrecía la exclusividad de ir a las rocas a jugarse la vida para recoger los percebes y para las entradas en años, un cacho de playa, donde a las chirlas les gustaba esconderse en la arena.   De los cuatro cuartos  que de ello sacaban y el huertecito, pues iban comiendo.

              Maldita su suerte. Todos fueron desfilando calle abajo.  Ella se quedó apoyada en la cruz, esperando a que solo la soledad  oyese sus pasos. Pasó por casa y siguió a sus zapatillas por un camino demasiado bien conocido.

          Un ramo de flores solitario flotaba en las aguas del puerto, las mareas se encargarían de que este llegase a su destino.  Junto a él, la vieja maqueta que dormía sobre el pañito de ganchillo.      Que preciosa era.     Se mantenía erguida sobre las olas, como si  de un barquito de verdad se tratase  y en el muro de hormigón sentada, Asunción mirando al cielo.  La mar, ya no le podía robar nada más.

            El sol se escondía en el horizonte. La negra noche, cubría con su manto las aguas.   Las luces de las casas se apagaban una a una y solo el murmullo de las olas y el olor a sal, le hacían compañía.
      Una estrella fugaz, cruzó el firmamento.    Asunción alzó la mirada;  - ¿qué más quieres? - ¿qué me queda? -
Apretó con fuerza el rosario en su mano para no tirarlo y se dirigió  de nuevo a casa.
Aquellos pantalones recién planchados sobre la cama, le hicieron cerrar la puerta de la habitación de un portazo.
Se sentó en su butaca.     ¿Dónde si no iba a ir?      Y una noche tras otra, allí,  seguiría con su rosario rezando tras la ventana.





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