domingo, 11 de junio de 2017

Ausencia "01"





                     El mar devolvía a la playa los cuerpos sin vida de aquellos marineros junto a los restos de su embarcación. 
      Los familiares gritaban su desconsuelo tras el cordón policial, esperando a poderlos reconocer y llevarlos, para darles cristiana sepultura.      El forense se retrasaba y los nervios encendidos,  estaban a punto de estallar.
   Por fin un señor, levantó la cinta amarilla y se dirigió a los cuerpos.   Uno a uno, fueron examinados y alienados, cubiertos por una tela.    Antes de ser introducidos en las negras bolsas, para su transporte.
    Los familiares no podían creerlo.   Allí, tan solo a unos metros y no podían ni siquiera verlos.       El protocolo marcaba que solo tras la autopsia,   en el anatómico-forense,   se debía hacer el reconocimiento.
         Los gritos desoladores, se convirtieron en susurros. Las miradas borrosas, contaban los cuerpos, mientras el furgón se acercaba.    La remota posibilidad de que fuera el de su hijo, uno de aquellos cuerpos que faltaban en la hilera, llenaba de esperanza a aquella madre.      Alegría contenida, por respeto al resto.   
        Siempre llevaba una camisa negra como luto por su padre y ninguno vestido de oscuro, yacía en la arena.
               La duda era inevitable.  Algunos de ellos, habían sido devueltos por el mar semidesnudos.
     A lo lejos la voz de  un policía –aquí hay otro cuerpo-  varios efectivos corrieron hacia las piedras, antes de que la multitud, pudiese ver el cadáver de cerca.       Su torso cubierto por blanca vestidura,  hizo suspirar de nuevo a aquella mujer, que  con su mirada perdida en el lejano horizonte, rogaba clemencia al mar.

   Una nueva tormenta se aproximaba. Las lanchas de los guardacostas, cesaban la búsqueda volviendo a puerto y ella.  Solo ella, bajo el aguacero, permanecía junto a las rocas, esperando, sin miedo a que una ola le arrebatase el aliento y condujese su cuerpo junto a los suyos. 
       Su padre, marido y ahora su hijo. Amantes de la mar, que fueron elegidos y nunca regresaron.

    Se vio arrastrada por debajo de los hombros, al tiempo que una gran masa de agua cubría su cuerpo.    Aguantó la respiración.  Cuando de nuevo abrió los ojos, truncada vio su esperanza.   Se hallaba sentada en la parte trasera del vehículo de la municipal, camino de vuelta a casa.

   Con sus ropas empapadas, se sentó junto a la ventana abierta, desde la cual, esperaba ver cada día la entrada en el puerto de las barcazas de pesca.    Pasaría toda la noche en vela. Sola. Esperando a que nadie llamase a su puerta.
     Las paredes llenas de recuerdos lloraban su tristeza y sobre un pañito de ganchillo junto al televisor, inmóvil permanecía la bonita maqueta hecha y pintada a mano de aquel barquito.  Samuel siempre antes de hacerse a la mar le decía - cuídala madre –
   Asunción, como tantas veces, entretenía su soledad con las cuentas del rosario entre sus manos.    Una y otra vez, repitiendo los Ave María.  Las horas pasan y los minutos se arrastran en la esfera del reloj con el cristal rallado de tanto mirarlo.

Toda la noche estarán doblando las campanas de la torre y el pequeño faro, en acantilado permanecerá paralizado alumbrando la mar.
        En el pequeño pueblo de pescadores, nadie duerme. En aquel naufragio, todos han perdido a alguien de su familia y en cada casa, se verán los cristales iluminados, esperando el amanecer.

Dibujo de: D. Fernando Torrijos (El Mayor de la Juanita)



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