miércoles, 21 de junio de 2017

Resurrección "04"




             Alejada de la costa, en aguas internacionales, una chatarra con bandera  simulada,  parece no tener prisa para llegar a puerto.   Entre trago y trago,  y jugando una partida de cartas, esperan pacientes la caída del sol.  Esa noche entregarán la mercancía y de vuelta a casa.
      De pronto uno de sus tripulantes da la voz de alarma, algo extraño flota en el agua.
  Samuel está abrazado a una boya que es movida al libre albedrio de  las corrientes.
     .- hay un hombre en el agua
.- estará muerto
      .- ¿y si estuviese aún vivo?
.- no haría más que complicarnos la vida
     Dos de ellos se lazaron al agua desde la cubierta. Otro se apresuró a colocar la trócola con la que luego subir de nuevo a bordo a esos valientes. 
    El primero en llegar a él, intenta soltar sus brazos, es imposible.  El otro no tarda en llegar
. – respira, aún respira (grita este, entre la desesperación y la alegría)
   Algunos están atando unas cuerdas a un somier, para poder subirlo. Bajan la camilla improvisada y una vez tumbado en ella, la vieja trócola empieza a castañear sus dientes.
     Lo primero, ponerlo a la sombra y darle agua potable. Intentan quitar la boya de entre sus brazos, es imposible, están engarrotados, gracias a ello  ha conseguido tras tres días seguir  manteniéndose a flote.    Está tan débil que ni reacciona a la frescura de un paño mojado sobre sus labios. Todo quedaba en manos de la fortuna y de que alguna lancha de las que esperaban se brindase a llevarlo a tierra y que alguno, en la playa, simulase un encuentro fortuito, para que pueda ser tratado en un centro hospitalario.

       Esperando el ruido de los motores, entrada la noche, los fardos se suben a cubierta.    Uno a uno, eran tirados al agua y recogidos por los gancheros.        Las lanchas cargadas se alejaron, sin que ninguno de sus dueños quisiese hacerse cargo de una carga no contratada.
       Se arrancaban motores y el barco, (con Samuel a bordo) emprendía camino a algún puerto inconcreto, donde la legalidad internacional no fuera un impedimento para ser atracado.
        En un camarote entre  tinieblas, un deslucido joven que no era capaz ni de abrir los ojos, era alimentado tan solo por unas cucharadas de caldo, que  Weza con paciencia se encargaba  de hacerle engullir durante varias veces al día.
Su mente atormentada, repetía una y otra vez la misma secuencia. – numerosas gaviotas se lanzaban sobre él, intentando  arrebatarle su ser.      Él con sus brazos intentaba apartarlas sin conseguirlo y una vez que lo elevaban a cierta altura lo dejaban caer, volviendo otra vez al principio.
      Pasaron dos días. Cuando  Weza entró para darle caldo, Samuel, él solo había cambiado de postura.    
    El que siempre había permanecido boca arriba con los brazos cruzados en posición mortuoria, se encontraba tumbado de lado, hecho un cuatro y al oírlo entrar abrió los ojos.    Por primera vez inhalo aire a sus pulmones profundamente ante  aquella visión. – Era un hombre de raza negra, dos metros de altura y más de cien kilos de peso. Su cabeza afeitada, un aro metálico en cada lóbulo de sus pequeñas orejas y en su rostro unos ojos y dientes que parecían resplandecer.  Lo más parecido a un genio de los cuentos de las mil y una noches –
  De su boca intentó salir un grito ahogado  por el terror y haciendo un gran esfuerzo corrió su cuerpo contra la pared.
Acompañado de un gesto, sin pasar del umbral de la puerta le dijo.- Tranquilo. ¿Tú entender mi?
-Samuel asintió con la cabeza –




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