miércoles, 11 de julio de 2018

Nadie





       La oscuridad se hizo dueña de los pasillos.
                 El silencio petrificó aquella sala.
  Los barrotes de aquellas sillas duras y frías, hechas para no dormir en ellas, se clavaban en los huesos del velador en espera.
Nadie pasaba por allí, tan solo él, para contar los minutos que estaban por pasar con lentitud.
          La incertidumbre, producto de la mezcla de miedos y esperanzas bailaban al son de los nervios, alrededor de las columnas que sujetaban la planta superior.

           En ella “en la planta de arriba” una habitación, una cama, una mujer que espera al destino observando como caen las gotas que una a una van entrando en sus venas.
        Sola.   Pero acompañada por su dolor de esperanza y sus dudas de alegría.

              Unos pasos agitados recorren el suelo del pasillo cortando la respiración de quien espera.
    Las ruedas de una camilla acelerada surcan el techo de la sala de espera.
 Y de nuevo.   El silencio más crudo impregna las paredes, la agonía abraza su soledad,  adueñándose de nuevo de su pecho acelerado.
         
                             - Una hora infinita –

          Un berrido exultante, hace temblar la estructura de todo el edificio.
           Corriendo escaleras arriba, va dejando un rastro de lágrimas blancas a cada paso, en cada peldaño.
           Nadie.  Ni las normas, ni los doctores.  Nadie.
    Nadie podrá impedirle el acceso a esa salita donde le esperan su mujer y su pequeña niña.





1 comentario:

  1. Impactante historia Carlos. Me conmovió. Un abrazo querido amigo.America Santiago.

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