Anoche, me desperté con un sueño, como es lógico, algo extraño; Después de ciertos sucesos desagradables, yo lo cogía en brazos, desnudo, delgado casi no pesaba nada, y en ese momento el se reía a carcajadas, como un niño, como agradecimiento, como hace Raquel. Eso me desveló, hacía tiempo que ni siquiera lo recordaba y su imagen era tan nítida, incluso estando despierto, que me hizo volver a mi niñez, sentarme junto a él, en aquella buhardilla, junto a la cama turca en la que dormía al calor de una estufa de leña, puesta en medio de lo que pudiéramos llamar comedor de aquella estancia.
Recordé algunas de sus historias irónicas que el contaba, mientras yo embelesado lo miraba; Todas estaban envueltas de un humor socarrón, por trágicas que pudiesen parecer, en aquellos años su vida no debió ser demasiado amable, pero el parecía positivar sus experiencias.
Creo que quedó cojo de una caída, jugando con su hermana, siendo un crio, yo siempre lo recuerdo con su muleta de madera en el sobaco, y una garrota en la otra mano, no sé por qué, pero a mi tío perico de pequeño lo llamaban “peloto” como apodo.
Entre sus correrías, contaba que un día, fueron a coger nidos y cuando estaban a mitad del árbol, solo se le ocurrió tirar de pantalón, pagando las consecuencias su amigo “el bolero” que se encontraba un poco más abajo.
Nos relataba como su primo “el guapo” echaba cachos de tocino tan grandes como puños, por la boca cuando el médico lo reconocía, debido al atracón de matanza fresca que se había dado la noche anterior.
“el guapo” debía también de ser un ingeniero en eso de inventar maldades, pues nos contaba Peloto como un día le debió de atar con una cuerda el pititín, y acto seguido el muy (...) salió corriendo y como no podía ser de otra manera al cojo no le quedó más remedio que acelerar sus muletas tras él.
Decía que le costó trabajo acabar con diez zarajos de una sentada para no dejar rastro de ellos camino adelante, así que cuando pasados unos días le preguntaron por ellos, a él solo se le ocurrió una contestación: Ah, pero ¿esas tripas eran zarajos?
Luego tuvo que estar escondiéndose entre las alforjas a la hora de comer algún tiempo, debido a una pillería que realizo con unos pollos y un mimbre, claro su familia para escarmentarlo, cada vez que se ponían a comer, alguno gritaba : La guardia civil, y peloto a esconderse.
Supe que estuvo en la cárcel después de la guerra, pues contaba que se debió de hacer pasar por tuerto, en el recuento de entrada, y luego se rieron todos al ver que los guardias se volvían locos, y el tuerto no aparecía por ningún sitio.
En fin, verdades, mentiras, qué más da, son unos recuerdos que el dejó bien acomodados en ese baúl de los recuerdos que tenemos escondido, y que anoche mi tío perico se dignó a abrir para hacerme pasar unos momentos entrañables.