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miércoles, 21 de septiembre de 2011

Neurona busca compañia

            Allí, hace años, en esa oscura azotea abuhardillada; tumbado panza arriba en ese viejo colchón de borra que reposa sobre un antiguo somier de cuerdas situado entre los postes de madera que sujetan las vigas del tejado, bajo ese ventanuco inclinado, único contacto con el mundo exterior, por el que veo a través de su cristal polvoriento pasar las nubes que ocultan la claridad de la luna, evitando cualquier resquicio de visión en la estancia.
    El silencio es tan profundo y constante, que el propio latido del corazón, parece retumbar y hacer crujir las maderas llenas de agujeros, haciendo vibrar las telarañas que decoran los rincones y gracias a las cuales, el silencio, llega a ser sepulcral, no hay ni un insecto en el aire.
    Al cerrar los ojos, aquel pequeño habitáculo, se transforma en toda una inmensidad con un lejano horizonte como fondo; todos aquellos caminos que creí andar y desandar se entrelazan creando una maraña de hilos trenzados, escojo el que parece más recto, comienzo a caminar por él, intentando recordar algún acontecimiento transcurrido en el pasado, o que revele el futuro, queriendo gratificar el presente; a los lados derecho e izquierdo, van apareciendo figuras figuradas, imágenes imaginadas que te van contando historias inventadas.
       Según se ensancha o estrecha el camino, siento la lejanía o proximidad de los relatos, al tiempo que alzando la vista hacia el horizonte, parece cada vez más lejano en un sendero cada vez más recto.
    La curiosidad, no me deja parar, cada fantasía anónima que encuentro es nueva para mi y llena de interés, solo un momento de análisis para darme cuenta que no guarda ninguna relación con la anterior.
    Escorado a la izquierda, sentado en una piedra, un señor sin rostro definido, lee en voz alta unos papeles que sujeta entre sus manos; me sitúo a su lado, en cuclillas y en silencio, él, me mira un segundo con indiferencia y comienza a leer desde arriba, lentamente susurrando las palabras, para que nadie más se entere, como si de su secreto se tratase:

        Siempre se dijo: Quien calla otorga; hasta ahora no había acabado de entender su verdadero significado.
    Hay gente que en ocasiones debería decir la verdad, pero antes de contar a un cuarto interesado (el cual debería ser el primero en esterarse), las acciones realizadas de un tercero y en casos que se le escapan de las manos, decide, ocultarla por medio del silencio, en este caso por supuesto que está otorgando la posesión de la verdad a aquel segundo, que da su versión sin que nadie se la discuta en primera persona.
    Tenía una relación confundiendo esta frase con lo que podría ser: Quien calla consiente; con la omisión, podemos estar aceptando al tiempo que nos hacemos participes de lo que acontece en ese momento.
    Al final el silencio termina siendo como una hipoteca, que se puede firmar por diferentes razones, con la que nunca estamos totalmente de acuerdo, y en la que las condiciones nunca estás demasiado claras; nadie nos las explica, porque no queremos ni saberlas; según van llegando los recibos, vemos que los intereses, siempre superan con creces la cantidad de la amortización, pero ya es demasiado tarde, no hay manera de cancelarla, la única forma que tenemos a nuestro alcance, para que la ejecución del embargo no se lleve a efecto, es pagar mientras nuestro cuerpo aguante, y el de nuestros hijos, y el de nuestros nietos, sobre todo cuando el aval moral es mucho más fuerte que el aval económico.
    Cada vez que renovamos la hipoteca, se nos exigen más condiciones, la cantidad de avales se extiende a todo aquel que sepa la verdad y guarde silencio, excepto aquellos, los que desde el primer día encubrieron la situación, con la única misión de convertirse en acreedores y tener en su mano el poder de la posible extorsión, un chantaje que no se llega a realizar, se acabaría el chollo, pero siempre está acechando en el ambiente.
    Es una bomba de relojería, tarde o temprano, terminará estallando, algo que se sabe no se puede evitar, nadie quiere percutir el detonador, y la mínima aproximación de alguien hace temblar a todos, podría ser tanto un desastre, como un respiro de tranquilidad, pero ningún aval se arriesga, al final cada uno pagará la deuda completa con el embargo de todos sus bienes; la decisión tiene que ser por unanimidad y el tiempo sigue pasando mientras se encuentra el consenso a la solución del cuándo que nunca llega.
      Quien tenga algo que decir, que hable ahora o calle para siempre. El más interesado es el último en enterarse, si es que lo hace alguna vez, ó como ocurre en algunos casos, lo sabe desde el principio, pero prefiere no saberlo.
                          
                  Sin mediar palabra se levantó y se alejó campo a través dejando los folios en el suelo, (los que yo recogí), se va cargando con la pesada piedra sobre el hombro, como si de su penitencia se tratase.
    Sigo caminando, un cuervo arrogante, con plumaje negro azulado, se posa delante de mis pies cortándome el paso; dibuja en el suelo un gran círculo con su pico afilado y se aleja rápidamente brindándome como adiós un graznido insultante.
    En ese punto se desquebraja la tierra formando un gran abismo, del cual empiezan a salir todo tipo de objetos y utensilios relacionados con la práctica de la medicina: guantes, mascarillas, tijeras curvadas, gasas, goteros, jeringuillas, etc. Los cuales me rodean e intentan empujándome a mirar lo que se esconde en el fondo; al asomarme, tan solo distingo una camilla iluminada por una gran lámpara, como si fuera un quirófano; el miedo me hace crujir los huesos al tiempo que un escalofrío recorre mi espalda; de un brinco cruzo al otro lado; durante el salto justo en el centro, miro hacia abajo un instante, sobre la camilla solo hay un cuerpo pálido, desnudo, a su alrededor doctoras y enfermeras vestidas de verde con cara de preocupación y asombro miran hacia arriba, dejando en manos del todo poderoso el destino del joven, lo que me incita a lanzarme al abismo e intentar despertarlo, pero el impulso es demasiado fuerte para frenar, el deseo, se difumina al tocar el suelo con mis pies; prefiero seguir andando para encontrar experiencias más placenteras.
    Unas gotas de lluvia se dejan caer suavemente sobre el suelo a mi alrededor, miro al cielo y no hay nubes, ni tan siquiera hay cielo, tan solo una claridad transparente que se mezcla con un olor intenso que la tierra mojada deja escapar al tiempo que la ligera humedad eriza las briznas de hierba, hasta ahora dormidas, se desperezan con el frescor, dejando que se asomen las florecillas que bajo ellas se cobijaban.
    Sobre mí, no cae ni una gota, soy un mero espectador ambulante que prosigue la marcha contemplando dicha belleza.
     En la parte más ancha del camino, encuentro un espejo redondo, roto en siete partes casi iguales, lo recompongo y me preparo para mirarme en él; al principio no aparece nada, luego poco a poco va tomando forma una peluca verde , rizada, unos labios rojos, carnosos, una nariz roja, redonda y al lado un globo que se va hinchando muy despacio hasta que llena todo el espejo, entones estalla y todo desaparece, en ese momento se vuelve a fragmentar en los siete trozos iniciales, separados como una cuarta uno de otro.
    Un cochecito de bebé se cruza en mi canino, está desnudo, vacío, tan solo los cuatro hierros que forman su armadura; de su interior salen sollozos, suaves sonrisas, tímidos balbuceos; una monja vestida a la vieja usanza: sandalias, túnica negra y tocado con cofia blanca de alas anchas lo arrulla acunándolo mientras se aleja cantando: nana, nanita, nana.
    Mientras sigo camino, silbando una alegre melodía, se aproxima hacia mí un señor mayor curtido por el sol, agarrado a un arado tirado por dos enormes mulas tordas. Se quita la boina, afloja un poco la faja y grita:
                                     .- ¿dónde va? buen hombre
                                .- no lo se
                           .- buen sitio
                      .- este camino ¿dónde va?
                  .- tampoco lo sé, nunca fui
             .- a la vuelta, si está por aquí se lo cuento
        .- deje, deje, que tampoco es bueno saber tanto
    .- hasta pronto caballero
.- hasta cuando sea y busque donde guarecerse, que barrunta granizo.
           A los pocos minutos pude sentir en mi cabeza un golpeteo y darme cuenta de la sabiduría de aquel hombre; caían bolas de hielo como garbanzos, saqué los folios que había recogido del suelo me cubrí, para evitar el picor que los chinazos producían y aligeré el paso para llegar lo antes posible a una choza que se divisaba a un par de cientos de metros.
    En un tipo de cobertizo, dos ancianas con pañuelo negro en la cabeza, estaban sentadas, una a cada lado de la puerta. Mientras una, zurcía los tomates de un calcetín, la otra remendaba las rodilleras de un pantalón de pana negra.
    Según me aproximaba a ellas, al unísono y sin desviar la mirada de sus quehaceres, preguntaron: ¿traes dinero?, si no es así puedes seguir camino, aquí ya sobramos gente.   Nada a seguir andando y esperar a que escampe.
    Cuando amainó, me senté un poquito a descansar en los restos de un chopo cortado que había quedado un poco más alto que el resto de sus convecinos de tala, cogí un palito de madera y me entretuve dibujando líneas en la arena, con las que iba interrumpiendo una procesión de hormigas que transportaban en sus mandíbulas pequeños trocitos de grano, hojas y paja. Mientras, me dediqué a contemplar una llanura inmensa, desolada, en barbecho, que terminaba más allá de lo que mi vista podía alcanzar.
    Tras un interminable trecho de camino solitario, sobre una gran alfombra de pelo violeta, mis seres queridos forman un círculo, todos sonríen llenos de alegría y felicidad, como celebrando un gran acontecimiento. En el centro, tres preciosidades saltan y juegan con una esfera de variados y vivos colores; Que radiante está la madre, que alta es la hija mayor y que guapa la pequeña.
    Me intento aproximar para participar de la fiesta, pero me da miedo, no sea que con mi presencia se rompa el hechizo y despierten de ese precioso sueño; me pongo de rodillas lo más cerca posible pero sin llegar a rozar la alfombra y me paso una eternidad disfrutando de su felicidad con el alma encogida por la emoción, hasta que por desgracia todo desaparece envuelto en una densa niebla; en su lugar solo quedan unos juguetes amontonados sobre una silla de ruedas y con los ojos llenos de lágrimas continuo mi camino.
          Paso junto a una fuente, me acerco a beber, pero no, tiene pinta de estar seca desde hace mucho tiempo; una mujer joven, esbelta,de mirada tranquilizadora, se aproxima y me ofrece un cuenco de barro, según lo acerco al grifo, se llena de líquido rojo y denso como por arte de magia, una voz dulce me dice: Bebe de mi sangre y saciaras la sed que habita en tu interior.
     Cogido con las dos manos acerco lentamente el cuenco a mi boca y justo al rozar mis labios, el líquido se hace incoloro resultando ser agua limpia y fresca; al devolverle el cuenco, ella, toca el fondo con sus dedos, se moja los labios y sonríe, luego agita la mano diciendo adiós mientras me alejo.
           El camino se estrecha hasta convertirse en un estrecho sendero, allí, inclinado y semi hundido en una especie de cuneta, se encuentra un piano de madera carcomida, viejo y destartalado, ya casi no le quedan cuerdas de acero en el arpa, la mayoría de teclas que aun le quedan, están sin su protección de marfil amarillento y desgastadas por el uso, los pedales partidos, la tapa delantera superior, donde algún día estarian alojados un par de preciosos candelabros de metal  no existe, lo que deja al descubierto una maquinaría con infinidad de macillos partidos, en el atril tan solo sujeto por un tornillo oxidado de una de sus bisagras, una arrugada hoja en blanco de papel pautado; me apena su estado, pero su vida útil debió de ser larga y fructífera; tengo que seguir. No sé que busco o que debo encontrar, pero tiene que ser algo diferente.
    Como a metro y medio observo un gran águila real con las alas abiertas, esculpida en mármol blanco, bajo sus garras una lapida en la que se puede leer el siguiente epitafio:
AQUÍ YACE UN DESEO
HAZLO REALIDAD
     Justo al lado se encuentran un pico y una pala, me dispongo a descubrir lo que hay enterrado. Como a medio metro, el pico golpea una caja de metal, una vez en mis manos, la abro lentamente, dentro se encuentra un pergamino enrollado, lo estiro con sumo cuidado para leer no sin dificultad, pues las letras están medio borradas: TAN SOLO QUIERO EXISTIR.
    Al alzar la mirada, el camino se ha terminado, ante mi solo se encuentran dos personajes sentados frente a frente en una mesa con tapete de fieltro jugando a los naipes. A la izquierda, (lo cual me resulta extraño), un ser angelical, resplandeciente; entristecido dice: Vete con él, hemos venido a buscarte y él ha ganado la partida, se levanta y se va. Al lado derecho un personaje tétrico, con el rostro, endiabladamente rojizo oscuro, vestido arrogantemente; de forma pausada abandona su asiento, con aspecto chulesco se da la vuelta y se aleja diciendo: No, no merece la pena llevarte con migo.
            Me giro lentamente para echar un vistazo al camino recorrido y tan solo encuentro la nada; cierro los ojos, jamás los volveré a abrir, siento como me difumino en el aire.
      Ni la azotea, ni yo, fuimos capaces de hacer realidad el deseo.

1 comentario:

  1. Quizá no pensaste en la felicidad de la azotea por tenerte, ni en que te sentías arrebujado por la soledad y el silencio que te brindaba.
    Buscamos nuestros sueños fuera de nuestro alcance y éstos se convierten en pesadillas.
    Vuelve a la azotea. Échate el colcón de borra y abrázate mientras aspiras el silencio. Luego duerme. Volverás a soñar, seguramente con tantas ideas peregrinas como sean necesarias, pero tu sabrás que sueñas, y que aquí, acurrucado en el silencio puedes aquietar tu realidad por unas horas. Mañana será otro día.
    Cuando vuelvas, las silla y los juguetes seguirán allí, y las mujeres también, y tu también.
    Los ángeles y los demonios seguirán jugando por tí, por que sabrán que vales la pena, has encontrado, no el camino, sino el lugar del descanso.

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