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sábado, 21 de enero de 2012

Vaya dos

          Era una noche de invierno, noche de Enero, la noche entre Santa Honorata y Santa Cesárea. En un pequeño lugar de la meseta, situado en el margen izquierdo del rio Tajo a pocos kilómetros de su nacimiento y desde donde se observan claramente los principios de la serranía de Cuenca, toda su escasa población dormía, todos menos yo.
     Cada vez que Morfeo intentaba abrazarme, se veía sorprendido por esos ronquidos feroces que mi abuelo emitía en la cama de al lado y cada vez martilleaban con más fuerza en mi cabeza.
    Decidí levantarme e irme a la cocina, allí, miré el reloj que colgaba de la pared, sus agujas metálicas, siempre brillantes, marcaban las tres y diez; puse el transistor sobre la mesa, eché unos palos a la chimenea y me senté junto a ella en esa silla bajita, con las patas cortadas que mi abuela utilizaba siempre para observar la lenta cocción del potaje en aquella olla de barro que colocaba en las trébedes en la parte derecha del rescoldo.
    Prestaba atención a las frases entrecortadas que el locutor decía, era un programa que hablaba de la naturaleza, de los ríos, vegetación, fauna de un determinado lugar, eso de la naturaleza.
    Allí al abrigo de las brasas pasé toda la noche, los cristales empañados dejaban imaginar la crudeza del tiempo que hacía en el exterior, el cielo estaba totalmente raso, y el resplandor de la luna iluminaba ligeramente una calle sin ningún tipo de alumbrado.
    Cuando despertaba el alba y la claridad se hacía más intensa me aproximé a la ventana, con el visillo, hice un circulito en el vaho para poder ver que el suelo de la calle, estaba blanco, cubierto de letras heladas y alguna que otra palabra completa, AGUA, había sido la más vulnerable a la baja temperatura, entendí, que ni las ondas de la radio  habían soportado el rigor de la noche, de ahí que se interrumpiese la locución de manera intermitente a cada instante.
    Los pinganillos de hielo colgaban como por arte de magia de los tejados escarchados, brillantes, reflejando los primeros rayos de sol.
          Volví a la alcoba, estaba helada, me tapé hasta las orejas, para intentar que mi aliento templase el aire contenido entre las sábanas, mi abuelo seguía roncando insistentemente. Al poco tiempo, de pronto se hizo el silencio, se incorporó, cogió de la mesita el cuarterón y el librillo de papel, como cada mañana se lió un cigarrillo, lo encendió y al momento empezó su tos perruna, según él, servía para abrir bien los pulmones y desperezar la mente. Sentí un par de bastonazos en el lomo y su voz bronca:      
              .- Vamos chico, que hay que atender el ganado. Y se fue refunfuñando por el pasillo
             .- cuando yo tenía tu edad, antes de que amaneciese, ya llevaba yo una hora en el campo y aún no me he muerto.
    Me puse la ropa de trabajo; cuando llegué a la cocina, el había echado una gavilla de sarmientos a la lumbre y me esperaba sentado a la mesa mientras se hacia el café de puchero que tanto me gustaba.
.- ¿qué tal la noche?, ¿has dormido mucho?
    .- bueno
.- no mientas, no has dormido nada
    .- que le vamos a hacer
              Mientras él ponía los tazones de porcelana, a mí se me cerraron los ojos apoyando le cabeza sobre los brazos cruzados en la mesa. Él cogió una gran toalla que había en una silla doblada, la echó sobre mi espalda y dijo sonriendo:
           .- duerme mi pequeño, que ya le pongo yo la comida a los bichos.

jueves, 19 de enero de 2012

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             A parte de incluir otra serie de frases a veces sin sentido para muchos.

miércoles, 18 de enero de 2012

Viejos Camaleones

           El tiempo no pasa en balde;          con la desaparición de ciertos personajes, relacionados con la historia reciente y oscura de nuestro país, puede ser que la situación que aún perdura a cuenta de las dos Españas, vaya diluyéndose en el tiempo.
      Uno de los dos pilares más reconocidos a nivel mediático en este conflicto murió ayer, el otro aún sigue siendo una excusa para no entendernos.
     Hace tiempo con la conmemoración del 30 aniversario de nuestra constitución, alguien los comparó de la siguiente manera:   Al principio eran “Fraga Iribarne y Santiago Carrillo” después fueron “Fraga y Carrillo” y ahora son “D. Manuel y D. Santiago”.   Tal vez han llegado a que se les de  este trato a base de elogiarse mutuamente y resaltar las cosas que han podido tener en común (por lo menos cara a la galería).
           Ahora todo son alabanzas y reconocimientos a su trayectoria personal y política, desde su paso por el ministerio de información y turismo, sus años como embajador en Londres, su época como jefe de la oposición en los bien llamados acuerdos del diván, su gran aportación al estado de las autonomías (a las que él se negó reiteradamente) menos cuando estuvo de presidente de la Xunta de Galicia.
        Lo que más me ha chocado, es que como a muchos otros se les denomine “padres de la constitución”, y no digo yo que no sean los padres, pero no producto de un acto de amor a ella, más bien de una violación obligada.
      Se tuvo que firmar una amnistía a todos los colaboradores del régimen anterior y dejar que siguiesen ocupando cargos relevantes para dejar a sus hijos acomodados en las administraciones, “que el poder establecido no se resienta” pensamiento profundo de los que con su benevolencia nos dejaban caminar hacia un futuro incierto en aquel momento, aguantando ver pisar territorio español a aquellos “para ellos indeseables” soldados de la república, comúnmente llamados: rojos de mierda.
      A algunos de los que venían de fuera “del exilio” solo les importaba entrar, querían repartir la parte del pastel, aunque para ello tuvieran que dar las gracias públicamente a aquellos por los que tuvieron que salir huyendo, los llamados fachosos y a la corona, que ahora se llamaría monarquía parlamentaria.
    Todos se enfundaron su piel camaleónica y fueron adaptándose al color más propicio hasta llenar los hemiciclos.  ¿Hicieron concesiones? Creo que más bien se dieron por culo mutuamente y eso es de agradecer, todos supieron bajarse los pantalones en el momento oportuno, eso sí, luego de subirlos, los ataron bien a la cintura, para que esta carta magna, no la modificase ni dios y después de tanto tiempo soy de los que creo que no estaría de más darle una reforma y adaptarla a estos tiempos, aunque no le veo muchas ganas a nuestra clase política.
                El tiempo seguirá pasando, los recuerdos se irán desvaneciendo, el pasado quedará olvidado, y tal vez, ojalá no, por falta de información y la costumbre de no mirar hacia tras, alguna de nuestras próximas generaciones volverá a caer en el mismo error  que nuestros antepasados cayeron, y la historia, como en tantos otros casos se verá avocada a repetirse, con las mismas mentiras, con los mismos silencios y con los mismos miedos.
        Aún estamos a tiempo de pensar en el mañana, recordando el ayer, teniendo presente el hoy,  perdiendo el miedo a escuchar a nuestros abuelos y dejando opinar a nuestros nietos, aprendiendo a caminar sin mirar los cordones de nuestros zapatos.