El tiempo no pasa en balde; con la desaparición de ciertos personajes, relacionados con la historia reciente y oscura de nuestro país, puede ser que la situación que aún perdura a cuenta de las dos Españas, vaya diluyéndose en el tiempo.
Uno de los dos pilares más reconocidos a nivel mediático en este conflicto murió ayer, el otro aún sigue siendo una excusa para no entendernos.
Hace tiempo con la conmemoración del 30 aniversario de nuestra constitución, alguien los comparó de la siguiente manera: Al principio eran “Fraga Iribarne y Santiago Carrillo” después fueron “Fraga y Carrillo” y ahora son “D. Manuel y D. Santiago”. Tal vez han llegado a que se les de este trato a base de elogiarse mutuamente y resaltar las cosas que han podido tener en común (por lo menos cara a la galería).
Ahora todo son alabanzas y reconocimientos a su trayectoria personal y política, desde su paso por el ministerio de información y turismo, sus años como embajador en Londres, su época como jefe de la oposición en los bien llamados acuerdos del diván, su gran aportación al estado de las autonomías (a las que él se negó reiteradamente) menos cuando estuvo de presidente de la Xunta de Galicia.
Lo que más me ha chocado, es que como a muchos otros se les denomine “padres de la constitución”, y no digo yo que no sean los padres, pero no producto de un acto de amor a ella, más bien de una violación obligada.
Se tuvo que firmar una amnistía a todos los colaboradores del régimen anterior y dejar que siguiesen ocupando cargos relevantes para dejar a sus hijos acomodados en las administraciones, “que el poder establecido no se resienta” pensamiento profundo de los que con su benevolencia nos dejaban caminar hacia un futuro incierto en aquel momento, aguantando ver pisar territorio español a aquellos “para ellos indeseables” soldados de la república, comúnmente llamados: rojos de mierda.
A algunos de los que venían de fuera “del exilio” solo les importaba entrar, querían repartir la parte del pastel, aunque para ello tuvieran que dar las gracias públicamente a aquellos por los que tuvieron que salir huyendo, los llamados fachosos y a la corona, que ahora se llamaría monarquía parlamentaria.
Todos se enfundaron su piel camaleónica y fueron adaptándose al color más propicio hasta llenar los hemiciclos. ¿Hicieron concesiones? Creo que más bien se dieron por culo mutuamente y eso es de agradecer, todos supieron bajarse los pantalones en el momento oportuno, eso sí, luego de subirlos, los ataron bien a la cintura, para que esta carta magna, no la modificase ni dios y después de tanto tiempo soy de los que creo que no estaría de más darle una reforma y adaptarla a estos tiempos, aunque no le veo muchas ganas a nuestra clase política.
El tiempo seguirá pasando, los recuerdos se irán desvaneciendo, el pasado quedará olvidado, y tal vez, ojalá no, por falta de información y la costumbre de no mirar hacia tras, alguna de nuestras próximas generaciones volverá a caer en el mismo error que nuestros antepasados cayeron, y la historia, como en tantos otros casos se verá avocada a repetirse, con las mismas mentiras, con los mismos silencios y con los mismos miedos.
Aún estamos a tiempo de pensar en el mañana, recordando el ayer, teniendo presente el hoy, perdiendo el miedo a escuchar a nuestros abuelos y dejando opinar a nuestros nietos, aprendiendo a caminar sin mirar los cordones de nuestros zapatos.
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