Hace mucho, mucho tiempo, un enorme
personaje, atravesaba el umbral de la puerta del local de ensayo del grupo
Skarcha.
Allí, se colocó delante de su amplificador algo parecido a un armario de
cuatro puertas; su pelo largo tapaba
parcialmente su rostro, dejando ver el brillo de sus gafas una cuarta por
encima del micrófono, mientras el bajo que colgaba de sus hombros a la altura
de su cinturón parecía una guitarrita de juguete debido a su corpulencia. Dijo que se llamaba Onís, aunque yo siempre lo solía llamar Jonás, (tal vez porque este fué, el que se tragó la ballena que se tragó a Jonás).
Ana, Oscar, Onís y yo, junto con distinta
gente cada año, a la que tampoco se le va a quitar su importancia, logramos
hacer una formación en la que siempre primó el ensayo diario, para poder
ofrecer la mayor calidad musical y personal, para compensar la falta de
infraestructura económica, así estuvimos varios años, hasta que por
circunstancias que no merece la pena ni recordar, todo se fue al traste.
No pasa nada, cada uno siguió su
camino, pero la gran amistad que nos unía, nos empujaba a estar juntos.
Hacían falta dos personas que trabajasen
codo con codo, para una empresa de espectáculos, y allí estábamos los dos
dispuestos sobre todo a trabajar, eso sí con una condición, juntos y a nuestro
aire, nosotros organizaríamos nuestro trabajo.
Otros años, en los que discutimos
muchas veces, pero en privado, sabiendo pedirnos perdón, tantas veces como hizo
falta; juntos, preparamos todo el material, viajamos, montamos e hicimos la
parte técnica a diario, pasamos calor y frio, cansancio y sueño, por esas
carreteras de dios, como ya lo habíamos hecho antes, y en todo ese tiempo
siempre estuvo pendiente de mi.En Skarcha eran Ana y él, ahora Ana cuidaba de mi en casa, pero él seguía haciendo lo mismo: sudando la gota gorda bajo el sol, para que yo no cogiese los trastos que más pesaban, intentando hablar y pellizcándose en las piernas por las noches para no dormirse y hacerme compañía mientras conducía, enfrentándose a cualquier cosa o persona, que pudiese alterar mi tranquilidad, y muchas más cosas que parecen no tener importancia, pero que la tienen y mucho.
Ahora después de tanto tiempo,
estamos cada uno a lo suyo, como es natural, yo tan flacucho, y él con sus
pelos, sus gafas, tan grandote como siempre, igual que aquel día que entró por
primera vez en aquel local de ensayo. Sigo recordando aquel día, y me gusta
decirme en voz baja: Carlos eres un tío con suerte.
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