En lo alto de la escalera,
observaba los peldaños llenos de girones de tela, piel, entrañas y huesos. Experiencias
de cada paso dado y de cada esfuerzo realizado, hasta llegar al hoy.
De nuevo hilvanó la aguja
con hilo de zorzal y puntada a puntada, fue tejiendo un saquito. Sus manos y su
vista, ya no eran tan hábiles, pero el ímpetu de su corazón permanecía intacto.
En la noche, entre sueños, en
silencio, sin ataduras, se deslizó por la barandilla hasta llegar al primer
escalón. Con paciencia, fue subiendo de nuevo uno a uno, recogiendo y metiendo
en el saquito cada rastro de su lenta ascensión.
No había tiempo para alegrarse de
lo conseguido ni arrepentirse de lo no hecho, lo único importante era saber que
todo formaba parte de una trayectoria llena de ilusión.
Una vez lleno a rebosar el
saquito, lo cogió con fuerza y lo agitó. Luego metió la cabeza dentro de él para
disfrutar de la fragancia de tantos olores distintos. Tantas experiencias, que
por distintas que fuesen tenían un nexo en común.
Una honda respiración seguida
de una escandalosa carcajada, despertó a su dama, esa que tantos y tantos años había
compartido con él la vida.
Para qué preguntar por qué. Su anciana mirada reflejaba la felicidad del
trabajo bien hecho. Un abrazo bastó como respuesta. Los ojos se tornaron de nuevo y los sueños
volvieron a ser la realidad por el resto de sus días...
¿Qué más podían pedir?
Este año me he adelantado unos días…
FELICIDADES ANICETO.
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