Rayos y centellas,
iluminaron los cielos Un estruendoso y bronco sonido hizo temblar el suelo del
parque. Luego el silencio absoluto.
La pareja de
gorriones con las alas abiertas cubrían su nido protegiendo sus tres huevos,
con los picos alzados, esperando lo que estaba por venir.
El aire
cesó, la calma extrema hacía presagiar el desastre. Las bolas de hielo
empezaron a caer con fuerza y una ventisca quiso aliarse con ellas, como
queriendo causar el máximo daño en las criaturas que estaban por venir a este
mundo.
Extrañamente,
aquella pareja estaba formada por dos hembras guardianas. Escondieron sus
cabezas y aguantaron el tirón.
Al rato
volvieron a sacar sus cabezas. Inmóviles notaron como algo comenzaba a brotar
bajo sus pechos.
Los cascarones se desquebrajaban dejando
emerger unos picos hambrientos, tiernos y amarillentos acompañando a unas cabecitas
sin plumas con los ajos aún dormidos.
Una de ellas sacudió sus plumas y voló a buscar alimento. La otra quedó
con sus alas extendidas. Los huesos fragmentados por los golpes del granizo, le
impedían abandonar el nido.
A nadie
importó lo que allí sucedía, pero la gata, observando con sus ojos, encaramada desde
la rama de al lado, nunca intentó coger aquel suculento manjar.
Imagen de la RED
Maravillosa historia Maestro y hermosa lección.
ResponderEliminarQue tierno, Carlos.
ResponderEliminarQué bonito, aunque un poco triste pero así sucede. Un abrazo
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