Las semanas pasaban con relativa
tranquilidad; Una mañana le dio por
pasar por el banco a poner la cartilla al día.
Eso crecía como la espuma (ella con el sueldo del bar tenía de sobra
para sus gastos).
Llevaba unos días que a cada momento pensaba
en sus padres. Recordaba aquellos fines
de semana en casa mientras estaba estudiando y que su madre siempre había
querido uno de esos trastos (como ella decía) que lavan los platos, y su padre
soñaba con un televisor que fuera grande.
Hablaban y fantaseaban con terminar de comer y quedarse juntos viendo en
unos orejeros cómodos la novela, mientras en la cocina se hacía solo el trabajo
de fregar.
Se fue
a una tienda y escogió dos sillones de esos que se tumban solos con un mando;
luego un televisor que se adaptase bien a la distancia del comedor y un
lavavajillas, de no demasiada capacidad, pero que pudiese con las sartenes y
cazuelas mas resecas y engrasadas.
Lo mando llevar y montar en su casa del
pueblo y luego llamó a sus padres para darles la noticia. No podía ser una sorpresa, según eran, lo
mismo decían que ellos no lo querían;
nadie regala nada y luego vienen los disgustos.
Empezaba a tener sentimientos
encontrados. Cada noche, se refugiaba
entre las manos de Chus, que la acariciaban mientras veían la peli entre risas
o llantos, cremas y besos.
También le encantaba salir bajo su disfraz
cada noche de miércoles, para compartir momentos entre los brazos de Roberto. ¿Era
diferente o no? No lo tenía claro, pero no quería renunciar a ningún momento de
loKura que le brindase
la vida.
Cuando volvía a casa sobre las dos (pues no
le gustaba quedarse sola en aquel pisito) levantaba la visera del casco y hacía
unos kilómetros en carretera a toda velocidad.
Era una sensación de libertad con la que le daban ganas de soltar el
control poniendo los brazos en cruz y volar a lo más alto.
Llegaba al garaje, se quitaba el
equipamiento de cuero y ponía los pies en el suelo frío para bajar a la
realidad.
Cada sábado lo primero era dejar la nota
bajo el tiesto y luego dejar otra igual en el apartado de correos. Por
sorpresa, cuando llegó a dejar la nota pertinente de donde quedaban ese día, en
el buzón encontró una pequeña caja, la abrió rápidamente y quedó sin
palabras. Una pistola de nueve
milímetros, poco pesada, con el número de serie borrado y una caja de munición.
Sabía que no debía llevarla encima y
que solo era para caso de necesidad extrema; de todas formas alguna tarde se
iría al campo gastar unas cuantas balas contra algún bote.
Dejó la nota y se fue a limpiar el bar.
En el camino le coincidía la puerta del garaje, por lo que bajó a su plaza y
buscó un sitio apropiado para dejar el arma escondida en la moto; justo en la parte derecha del asiento había
un pliegue a modo de bolsillo, que le quedaba
a una altura ideal para su brazo en caso de necesidad.
Cuando salieron del bar ya anochecido, el
gafitas la estaba esperando en la esquina.
Luisa.- mira quién hay ahí ¿te está esperando a ti?
Soledad.- ¿a mí? No creo
Luisa.- que callado te lo tenías
Soledad.- que no coño, que yo no he quedado con él
Luisa.- vamos, no le hagas esperar más
Luisa se quedó parada en la puerta mirando
como Soledad se acercaba a la esquina.
Soledad.- ¿Qué pasa? A mí no me líes con tonterías
Gafitas.- te acompaño a casa
Soledad.- a ti no te importa donde vivo
Gafitas.- por favor, lo sé de sobra
Comenzaron a andar, mientras Luisa se
sonreía diciéndoles adiós a mano alzada.
Gafitas.- ¿ha recogido el mensaje Antón?
Soledad.- y yo qué sé
Gafitas.- ¿pero no le has dicho el sitio?
Soledad.- se lo dejo en una nota ¿ha pasado algo?
Gafitas.- que no ha aparecido
Volvieron sobre sus pasos de nuevo a la
puerta del bar. Allí estaba la nota, ese
día no la había recogido.
Soledad.- que extraño, siempre la recoge
Gafitas.- no te preocupes, seguro que ha tenido algún
problema para venir
Soledad.- si me entero de algo el jueves se lo digo a… Bueno a ella
Gafitas.- sí por favor; muchas gracias y ya te dejo en paz
Soledad.- adiós
Se quedó preocupada, pero tampoco le dio
demasiada importancia, solo con que hubiese perdido el tren; lo mismo solo se
había retrasado, de todos modos cogieron la nota, allí ya no hacía nada.
Justo cuando entraba al portal de casa,
un señor en la oscuridad al que no reconoció:
.-
Soledad tranquila, el lunes te espero a
cenar en el restaurante de la otra vez
Salió rápidamente por la puerta y
desapareció como por arte de magia.
---Esto ya le preocupó bastante más—
En casa todo parecía normal, era ya la hora
de cenar; Chus estaba haciendo unas
fritangas y Andrea colocaba la mesa de la cocina para poner los platos.
Soledad.- cómo, ¿hoy cenamos aquí?
Andrea.- no sé que será hoy, pero esta todo lleno hasta
los topes, yo paso de andar esperando a que quede una mesa libre y luego cenar
a la carrera
Soledad.- a mí me parece bien
Chus.- ya le he dicho, que para ir a un sitio cutre o
que no nos guste, mejor en casa
Se pudieron a cenar y Andrea se le veía
despistada, mirando el móvil cada poco.
Chus.- tranquila mujer, que ya te llamará
Andrea.- es raro, siempre me llama cuando baja del tren
Soledad.- lo mismo hoy, no tenía reunión
Andrea.- pero si fuera así me habría llamado para decirme
que no venía
Chus.- tranquila que no creo que haya quedado con otra
Soledad.- no juegues con esas cosas Chus, que hoy no está
bien
Andrea.- estoy de los nervios, no me entra en el estómago
ni un cachito de pan
Chus.- tranquilízate, que así no arreglas nada, seguro
que en un rato te llama
Esa noche no salieron de discoteca,
las tres pendientes todo el rato de la llamada que no llegaba.
Soledad.- llámame tonta, pero ¿por qué no lo llamas tú?
Andrea.- lo he llamado y siempre me sale apagado o fuera
de cobertura
Soledad.- a ver si se va haber quedado sin batería
Chus.- o se le ha jodido, que todo es posible
Andrea.- vais a tener razón, seguro que no pasa nada y se
presenta aquí a las cuatro como siempre
Chus.- pues claro, ya verás que sí
Soledad.- tú tranquila que hasta que llegue, nos quedamos
aquí contigo viendo series o lo que quieras
Andrea.- os he fastidiado la noche
Chus.- anda que sí, para lo que hay últimamente
Dieron las cuatro, más tarde las
cinco y Antón no aparecía.
Andrea miraba la lámpara apagada, donde
se reflejaba la luz de una farola cercana a la ventana. Chus y Soledad, se habían quedado dormidas a
ambos lados del sofá.
Ya a las nueve, las tres en la cocina
preparaban café y barajaban cosas que podían ser o no ser. Ya estarían levantados en casa de Antón, por
lo que Andrea llamó a su madre por si estuviera allí. Contestación: Como la mayoría de sábados,
había salido al medio día, para pasar el fin de semana con ella.
Qué ironía. Ese domingo, Andrea se vistió para acompañar
a Chus a oír misa.
Le esperaban
un día y una noche de incertidumbre, ninguna manera de contactar con él. Solo quedaba esperar a que diera señales de
vida de alguna manera.
Soledad salió a dar una vuelta, con la
esperanza de que alguno de los “amigos de reunión” la asaltase por la calle y
le diera alguna noticia de lo ocurrido.
Pero nadie se le acercó.
La noche del domingo no había llegado aún
a casa de sus padres y el lunes a la mañana no aparecía en el trabajo.
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