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sábado, 1 de febrero de 2025

Tres estrellas - Cap.-08

 

 

      Las semanas pasaban con relativa tranquilidad;  Una mañana le dio por pasar por el banco a poner la cartilla al día.  Eso crecía como la espuma (ella con el sueldo del bar tenía de sobra para sus gastos).

   Llevaba unos días que a cada momento pensaba en sus padres.  Recordaba aquellos fines de semana en casa mientras estaba estudiando y que su madre siempre había querido uno de esos trastos (como ella decía) que lavan los platos, y su padre soñaba con un televisor que fuera grande.  Hablaban y fantaseaban con terminar de comer y quedarse juntos viendo en unos orejeros cómodos la novela, mientras en la cocina se hacía solo el trabajo de fregar.

  Se fue a una tienda y escogió dos sillones de esos que se tumban solos con un mando; luego un televisor que se adaptase bien a la distancia del comedor y un lavavajillas, de no demasiada capacidad, pero que pudiese con las sartenes y cazuelas mas resecas y engrasadas.

       Lo mando llevar y montar en su casa del pueblo y luego llamó a sus padres para darles la noticia.   No podía ser una sorpresa, según eran, lo mismo decían que ellos no lo querían;  nadie regala nada y luego vienen los disgustos.

 

   Empezaba a tener sentimientos encontrados.  Cada noche, se refugiaba entre las manos de Chus, que la acariciaban mientras veían la peli entre risas o llantos, cremas y besos.

    También le encantaba salir bajo su disfraz cada noche de miércoles, para compartir momentos entre los brazos de Roberto.    ¿Era diferente o no? No lo tenía claro, pero no quería renunciar a ningún momento de loKura  que le brindase la vida.

   Cuando volvía a casa sobre las dos (pues no le gustaba quedarse sola en aquel pisito) levantaba la visera del casco y hacía unos kilómetros en carretera a toda velocidad.   Era una sensación de libertad con la que le daban ganas de soltar el control poniendo los brazos en cruz y volar a lo más alto.

      Llegaba al garaje, se quitaba el equipamiento de cuero y ponía los pies en el suelo frío para bajar a la realidad.

     

       Cada sábado lo primero era dejar la nota bajo el tiesto y luego dejar otra igual en el apartado de correos.    Por sorpresa, cuando llegó a dejar la nota pertinente de donde quedaban ese día, en el buzón encontró una pequeña caja, la abrió rápidamente y quedó sin palabras.   Una pistola de nueve milímetros, poco pesada, con el número de serie borrado y una caja de munición.   Sabía que no debía llevarla encima y que solo era para caso de necesidad extrema; de todas formas alguna tarde se iría al campo gastar unas cuantas balas contra algún bote.

      Dejó la nota y se fue a limpiar el bar. En el camino le coincidía la puerta del garaje, por lo que bajó a su plaza y buscó un sitio apropiado para dejar el arma escondida en la moto;  justo en la parte derecha del asiento había un pliegue a modo de bolsillo, que le quedaba  a una altura ideal para su brazo en caso de necesidad.

   

    Cuando salieron del bar ya anochecido, el gafitas la estaba esperando en la esquina.

Luisa.- mira quién hay ahí ¿te está esperando a ti?

Soledad.- ¿a mí? No creo

Luisa.- que callado te lo tenías

Soledad.- que no coño, que yo no he quedado con él

Luisa.- vamos, no le hagas esperar más

   Luisa se quedó parada en la puerta mirando como Soledad se acercaba a la esquina.

Soledad.- ¿Qué pasa? A mí no me líes con tonterías

Gafitas.- te acompaño a casa

Soledad.- a ti no te importa donde vivo

Gafitas.- por favor, lo sé de sobra

     Comenzaron a andar, mientras Luisa se sonreía diciéndoles adiós a mano alzada.

Gafitas.- ¿ha recogido el mensaje Antón?

Soledad.- y yo qué sé

Gafitas.- ¿pero no le has dicho el sitio?

Soledad.- se lo dejo en una nota ¿ha pasado algo?

Gafitas.- que no ha aparecido

    Volvieron sobre sus pasos de nuevo a la puerta del bar.  Allí estaba la nota, ese día no la había recogido.

Soledad.- que extraño, siempre la recoge

Gafitas.- no te preocupes, seguro que ha tenido algún problema para venir

Soledad.- si me entero de algo el jueves se lo digo a…   Bueno a ella

Gafitas.- sí por favor; muchas gracias y ya te dejo en paz

Soledad.- adiós

       Se quedó preocupada, pero tampoco le dio demasiada importancia, solo con que hubiese perdido el tren; lo mismo solo se había retrasado, de todos modos cogieron la nota,  allí ya no hacía nada.

       Justo cuando entraba al portal de casa, un señor en la oscuridad al que no reconoció:

   .- Soledad tranquila,  el lunes te espero a cenar en el restaurante de la otra vez

       Salió rápidamente por la puerta y desapareció como por arte de magia.

   ---Esto ya le preocupó bastante más—

    En casa todo parecía normal, era ya la hora de cenar;  Chus estaba haciendo unas fritangas y Andrea colocaba la mesa de la cocina para poner los platos.

Soledad.- cómo, ¿hoy cenamos aquí?

Andrea.- no sé que será hoy, pero esta todo lleno hasta los topes, yo paso de andar esperando a que quede una mesa libre y luego cenar a la carrera

Soledad.- a mí me parece bien

Chus.- ya le he dicho, que para ir a un sitio cutre o que no nos guste, mejor en casa

     Se pudieron a cenar y Andrea se le veía despistada, mirando el móvil cada poco.

Chus.- tranquila mujer, que ya te llamará

Andrea.- es raro, siempre me llama cuando baja del tren

Soledad.- lo mismo hoy, no tenía reunión

Andrea.- pero si fuera así me habría llamado para decirme que no venía

Chus.- tranquila que no creo que haya quedado con otra

Soledad.- no juegues con esas cosas Chus, que hoy no está bien

Andrea.- estoy de los nervios, no me entra en el estómago ni un cachito de pan

Chus.- tranquilízate, que así no arreglas nada, seguro que en un rato te llama

          Esa noche no salieron de discoteca, las tres pendientes todo el rato de la llamada que no llegaba. 

Soledad.- llámame tonta, pero ¿por qué no lo llamas tú?

Andrea.- lo he llamado y siempre me sale apagado o fuera de cobertura

Soledad.- a ver si se va haber quedado sin batería

Chus.- o se le ha jodido, que todo es posible

Andrea.- vais a tener razón, seguro que no pasa nada y se presenta aquí a las cuatro como siempre

Chus.- pues claro, ya verás que sí

Soledad.- tú tranquila que hasta que llegue, nos quedamos aquí contigo viendo series o lo que quieras

Andrea.- os he fastidiado la noche

Chus.- anda que sí, para lo que hay últimamente

 

             Dieron las cuatro, más tarde las cinco y Antón no aparecía.

      Andrea miraba la lámpara apagada, donde se reflejaba la luz de una farola cercana a la ventana.  Chus y Soledad, se habían quedado dormidas a ambos lados del sofá.

       Ya a las nueve, las tres en la cocina preparaban café y barajaban cosas que podían ser o no ser.    Ya estarían levantados en casa de Antón, por lo que Andrea llamó a su madre por si estuviera allí.  Contestación: Como la mayoría de sábados, había salido al medio día, para pasar el fin de semana con ella.

       Qué ironía.  Ese domingo, Andrea se vistió para acompañar a Chus a oír misa.

Le esperaban un día y una noche de incertidumbre, ninguna manera de contactar con él.   Solo quedaba esperar a que diera señales de vida de alguna manera.

      Soledad salió a dar una vuelta, con la esperanza de que alguno de los “amigos de reunión” la asaltase por la calle y le diera alguna noticia de lo ocurrido.  Pero nadie se le acercó.

     La noche del domingo no había llegado aún a casa de sus padres y el lunes a la mañana no aparecía en el trabajo.

      



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