En un manicomio ingresaron a tres artistas
a causa de su chifladura.
Les aplicaron un
tratamiento para borrarles todo lo que antes habían conocido y los indujeron a
expresar toda la verdad de lo que pensaban durante las 24 horas.
En su cuarto le
dejaron a cada uno algo con lo que expresarse a forma de diario; objetos que nada tenían que ver con lo vivido
anteriormente, para poder evitar así cualquier resquicio o neurona distraída
del exterior: Un cuaderno junto a un
bolígrafo, un blog de dibujo con una caja de pinturas de colores y un papel
pautado sobre las teclas de un organillo.
Todos días a media mañana y
después a la noche antes de que se
acostasen, el director pasaba a visitarlos y así apreciar el progreso de
expresión en cada descripción de sus actos, pensamientos y sueños.
Al principio tan solo encontraba:
cuatro letras, dos trazos descolocados y unas notas sin armonía alguna.
Poco a poco su habilidad en la
escritura, dibujo y musicalidad, fue dando forma a sus pensamientos cada vez
más explícitos. La lokura se iba
plasmando día a día con claridad, mostrando no solo lo que pensaban, sino
también sus inquietudes más enrevesadas, añoranzas y sueños irrefrenables de
vuelos por el infinito.
La irrefrenable inducción a decir
la verdad era más fuerte que su deseo de ocultar los sentimientos que albergaba
su mente, y así es como fueron pasando de ser lokos a convertirse en genios.
El escritor un día, comenzó a escribir
con metáforas que irónicamente describían un cuadro o una melodía, formando un
arco iris con sus lágrimas y fríos unicornios hundidos en el fango emulando su
sonrisa.
El dibujante, giró hacia las representaciones abstractas donde los
colores y líneas reflejaban puertas de acceso imposibles de abrir a cualquier
mortal que no tuviera la cordura iluminada por la ignorancia que abraza la
falta de años o el desvarío de la ancianidad.
Pero el músico, seguía expresando con claridad cada sentimiento, cada
matiz de sus sueños. Fue cambiando de
compas, de clave, introduciendo alteraciones propias e impropias, incluso
disonancias; no lograba disimular su “yo”
profundo. Hasta
que un día, cuando su digitación alcanzaba el virtuosismo, comenzó por fin a interpretar
una partitura con fusas y semifusas en puntos concretos.
Sin ocultar su verdad, todos verían mover sus
dedos como pasos en la carrera, pero nadie en su sano juicio sería capar de
apreciar las huellas superficiales que en cada pulsación dejaba por el camino.
Cada cual que piense lo que quiera.
No tenía otra cosa que hacer.
C.a.r.l. (España)
Pues muy bien cada artista con su batuta y personalidad
ResponderEliminarDe todas las bellas artes, a mí, sin duda, la música me ha parecido siempre la hermana más perfecta, la más delicada y hermosa. La más capaz de expresar el interior de uno mismo sin posibilidad de ocultamiento.
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