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lunes, 6 de enero de 2025

Tres Estrellas (INTRO)

 

 

           Tras pasar por la academia del cuerpo nacional de policía y superar los exámenes con buenos resultados (creía ella), su nombre no constaba en la lista de aprobados expuesta en el tablón anuncios.   Tampoco sus datos se encontraban en la lista de suspensos, por lo que fue a dirección a reclamar su expediente.  Seguro que era un simple error.

      Ni en los archivadores, ni en el ordenador, constaba ningún papel ni mención de que ella hubiese acudido allí a clases y mucho menos que hubiera realizado ningún examen.  Todo había desaparecido;   el funcionario la miraba callado, esperando a que se fuese de una vez y se diera cuenta que tal vez, simplemente lo había soñado.

      Se dirigió de nuevo al pasillo a volver a repasar las listas, no se lo podía creer, esos años perdidos por un error sin explicación.

        Ya todos se habían marchado;  ella permanecía sola, sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared.   Un señor se aproximaba a ella con paso lento, con traje y gafas negras, portando un sobre en su mano.

Señor.-  es usted Soledad

Soledad.- menos mal, alguien que me reconoce

Señor.- en este sobre está todo lo que necesita saber

Soledad.- ¿y eso es todo?

Señor.- mucha suerte

        El señor se dio la vuelta y la dejó allí con la palabra en la boca.

   La rabia y la impotencia, no le dejaba ni abrir el sobre, no había derecho, su esfuerzo se resumía en un sobre donde unas simples disculpas zanjarían la cuestión.

       Pero eso no iba a quedar así, tenía ella muchas agallas para remover cielo y tierra hasta esclarecer lo sucedido y que se reparase aquella injusticia.

 

         Era viernes;  el sábado y domingo, era imposible hacer nada, por lo que decidió irse a casa, pero no comentar nada a nadie; seguro que el lunes habría aparecido su expediente y no era cuestión de preocupar a sus viejos, que tanto habían gastado en esos años de estudios.

Madre.- que tal las notas
Soledad.- pues, no sé

Padre.- anda ¿y eso?

Soledad.- tenemos que volver el lunes, como éramos muchos, no habían terminado de corregir y confeccionar las listas

Madre.- la administración, está cada día peor

Soledad.- que le vamos hacer

Padre.- pero tranquila, seguro que has aprobado

 

    El sobre dormía en el bolso sin abrir, de todas formas nada podía hacer y prefería pasar tranquila el fin de semana, sin saber nada de nada; lo que tenga que ser, será.

 

       El lunes a primera hora, cogía de nuevo el autobús que la llevaría a la ciudad.

  Llevaba la cremallera del bolso abierta, y al sentarse el sobre se cayó al suelo del pasillo.   Un chico se lo dio y ella lo dejó entre sus manos.  Cuando llegó a la terminal de autobuses, era demasiado pronto como para ir a ningún sitio, por lo que decidió entrar en un bar a desayunar algo.

    Por fin se decidió a abrir el sobre y ver su contenido, no fuera a ser que se tuviese que presentar en las oficinas de un talante diferente.

     Dentro, tan solo una dirección a la que acudir ese mismo día lunes a las doce de la mañana.  Qué cosa más extraña; buscaría la calle en el móvil y se dirigiría hasta allí.

           En una calle alejada del centro, la esperaba un edificio destartalado que parecía deshabitado, con las paredes de la escalera llena de grafitis y la apariencia de estar usado por okupas en la noche.

      Subió los escalones con miedo a lo que se pudiera encontrar  en algún rellano o tras alguna puerta. Estaban todas abiertas de par en par (eso en las que no quedaba ni la madera del marco). 

    Al llegar a la tercera planta (como indicaba la notación) aquel señor que le había entregado el sobre, esperaba sentado en la carcasa de un mueble de cocina. Frente a él, un cubo de plástico puesto boca abajo.

Soledad.- ¿qué clase de broma es esta?

Señor.- siéntete, por favor

Soledad.- y usted quién es

Señor.- solo puedes saber que soy tu superior y único enlace

Soledad.- haga el favor de identificarse

Señor.- ¡Que te sientes!

        Con el miedo metido en el cuerpo, Soledad se sentó en el cubo, el señor se quitó las gafas y el silencio entre ambos se instauró durante unos minutos, en los que sus miradas hablaban desafiantes, comprobando el aguante que demostraba cada uno.

 

      El sudor le empapaba el cabello escurriéndole las primeras gotas por la frente.

Señor.- has ido demostrando tu genio y templanza en cada prueba que has ido superando, pero ahora ya no estoy tan seguro de mi elección

Soledad.- pero esto a que viene

Señor.- de entre todas, te escogí a ti, para algo especial.

Soledad.- ¿entonces estoy aprobada?

Señor.- como ya sabes, nunca acudiste a la academia y eso no se puede cambiar

Soledad.- si es una broma, no me está haciendo ninguna gracia

Señor.- en mi profesión nunca se bromea

Soledad.- mire, mejor me voy, ya he escuchado bastantes tonterías, pero esto no va a quedar así

     No había acabado de levantarse, cuando la mano le cayó sobre el hombro.

Señor.- ¡Que te sientes!

     Sentía unas ganas irrefrenables de rebelarse, pero la prudencia le hacía permanecer sentada frente a aquel hombre corpulento que bajo su chaqueta abierta dejaba ver la culata de una pistola de gran calibre.

Señor.- ahora me vas a escuchar en silencio, has sido elegida para una misión que puede salvar vidas de tus compañeros, pero la tuya, nadie la protegerá.

Soledad.- pero…

Señor.- tú, nunca has tenido ningún contacto con la policía; no eres más que una nueva trabajadora de un bar en una ciudad que no conoces, y por ahora no tienes que saber nada más

Soledad.- cómo que no tengo que saber nada más

Señor.- este es el billete de tren para el jueves, la dirección del bar donde vas a trabajar de camarera y las llaves de un piso; allí dispones de una habitación con derecho a cocina y los dos mil euros son para los gastos del primer mes, hasta que cobres.  Pasado un tiempo me pasaré por el bar para entregarte un sobre con nuevas indicaciones. Invéntate lo que quieras, pero considera esto como secreto de estado

       Sin más se levantó y se fue.  Ella quedó allí sin saber cómo reaccionar.   Le era imposible aceptar que algo tan estrambótico le acababa de pasar.  ¿Qué diría en su casa?  Cómo justificar un viaje tan repentino a un destino del que no podía revelar ningún detalle.

 

      Tras horas sentada en aquel cubo, sin poderse mover, oyó ruidos en la escalera; unos drogadictos entraban en el piso de enfrente a administrarse unas dosis sin dar ninguna importancia a su presencia.   Salió de nuevo a la calle y se fue hasta una tienda que conocía de uniformes.   Compro uno de ellos tipo camuflaje y volvió de nuevo en autobús a su pueblo.

    La habían destinado a una misión internacional. El destino se le asignaría en el aeropuerto, pero que en cuanto llegase al lugar de acuartelamiento, escribirá para decir donde se encontraba. No tenían de que preocuparse, era una misión de Naciones Unidas para ayuda humanitaria en algún país del tercer mundo;  cosa de custodiar el transporte de alimentos y medicamentos, para que llegasen perfectamente a su destino.

     El jueves llegaba a la estación de trenes ataviada con el uniforme nuevo; tal y como se había despedido de sus padres andes de montar en el autobús.    En los aseos, se sentó en la taza del servicio sin saber qué hacer.  Sus impulsos eran mandar todo a la mierda, ir hasta el ministerio del interior y contar todo lo sucedido, volverse de nuevo a su pueblo y que le dieran por saco al mundo.   Ella siempre había querido ser policía, pero no a ese precio;  aparte de las dudas, sobre cual era en realidad su cometido, si lo que iba a hacer estaba dentro de la legalidad y quién era aquel señor, que sí, le dijo que era su superior, pero sin identificarse.

    Por los altavoces anunciaban la salida de su tren.  Metió el uniforme en la papelera y se puso de nuevo ropa de paisano, se miró en el espejo, lavó su cara con agua fría y salió de nuevo al andén.  El tren estaba a punto de salir; mientras tiraba de su maleta con ruedas con la mano derecha, su izquierda se acercó a su cabeza y quitó las cuatro horquillas de su recogido, dejando el cabello al aire antes de entrar en el vagón.

  Durante el viaje, con los cascos puestos, viendo una película en la pantalla incrustada en el respaldo de asiento de adelante, fue desprendiéndose de miedos a  lo que era desconocido, de preguntas que no tenían respuesta, a pensar en el mañana sin haber vivido el hoy.

    Cuando llegó a su destino, se había desprendido de todas las capas que la envolvían atemorizándola, y al poner pie en tierra, era una persona nueva, sin pasado, sin recuerdos, sin nada que le impidiera dar un paso adelante y empezar a vivir una nueva etapa que intentaría resultase única e irrepetible.

 

 

  

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