En
el bar, en casa, iban pasando los días.
Los fines de semana cerraban el bar al público, de todas formas no había
demasiado movimiento y el sábado por la tarde, aprovechaban las dos mano a mano,
para hacer una limpieza a fondo.
Luego Soledad se iba a cambiarse de ropa a
casa; junto con Andrea y Chus, cenaba algo en cualquier sitio y se iban las
tres de discoteca hasta las tantas (cosa normal en gente de su edad).
Soledad.- dijiste que hoy venía tu novio
Andrea.- sí, llegó sobre esta tarde las cinco
Soledad.- ¿y luego viene por aquí?
Chus.- Antón
siempre esta liado con reuniones
Andrea.- luego a las cuatro o así suele llegar a casa
Soledad.- vale, vale
Andrea.- pero mañana seguro que come con nosotras
Chus.- verás que es muy majo, pero muy vergonzoso
Andrea.- es muy suyo
Chus.- y feo con ganas
Andrea.- ¡como que feo!
Chus.- ja, ja, como sabía yo que saltaba
Soledad.- mira que eres mala
Soledad, llevada un rato viendo apoyado en
la esquina de la barra de la discoteca a un cliente del bar ya entrado en
canas, estaba solo y mirando hacia la pista como si estuviese buscando algo.
Soledad.- señor Roberto, como usted por aquí
Roberto.- pues ya ves Sole, matando el aburrimiento
Soledad.- y su señora
Roberto.- a esa le gusta más el bingo que a los chivos la
leche y a mí me aburre
Soledad.- venga si quiere con nosotras
Roberto.- no, no, estoy bien aquí, yo soy demasiado mayor y
vosotras tendréis que encontrar novio
Soledad.- no tengo yo otra cosa que hacer
Roberto.- tira, que te están esperando, yo todos los
miércoles y sábados, aquí estoy hasta que cierran, ya sabes, para lo que
necesites
Soledad.- pues mire, lo mismo me paso por aquí algún miércoles
--Así
quedó la cosa, sin más--.
Roberto era un señor muy apuesto y
agradable; llamaba la atención porque siempre iba como un pincel, y en sus ojos
no se veía la típica mirada babosa de otros que iban por el bar. Tenía pinta de
ser culto y una persona con la que poder entablar cualquier conversación. Así que bueno, al miércoles siguiente,
cuando salió del trabajo, cenó algo por ahí y pasó por la discoteca a estar un
rato charlando con el señor Roberto.
Soledad.- he venido a verle, como le dije
Roberto.- pues te lo agradezco, la verdad es que ya me
aburre siempre lo mismo
Soledad.- además los días de diario hay poca gente, se le
debe de hacer larga la noche
Roberto.- pero no me llames de usted, que bastante mayor
soy ya
Soledad.- usted, bueno tú, ¿en que trabajas?
Roberto.- nada, tú te lanzas sin anestesia
Soledad.- no, verá, es que es extraño, siempre lleva chofer
y un acompañante que parece un armario
Roberto.- son cosas del ministerio, pero no tiene
importancia
Soledad.- no serás ministro, yo es que soy muy despistada
Roberto.- no maja, ahora soy un funcionario cualquiera, que
dentro de unos meses se jubila y a pasar de tanta tontería
Soledad.- pero no es muy joven para jubilarse
Roberto.- privilegios del escalafón
Soledad.- pues mira, mejor, que eso tiene que ser una
incomodidad
Roberto.- y que lo digas, mi mujer está harta de no poder
ir a ningún sitio solos
Soledad.- y para ellos, vaya rollo, ahora les toca esperar
aparcados en la puerta
Roberto.- no, se los
ha llevado mi mujer. Que la escolten a
ella, y al paso que jueguen unos cartones
Soledad.- ¿pero ella también está en el ministerio?
Roberto.- que va, pero que yo tampoco estoy en ningún
ministerio; que son los del ministerio los que nos imponen los escoltas
dependiendo del nivel que se marca en cada momento, pero es una tontería, ya
ves aquí, si en esta ciudad somos cuatro gatos y nos conocemos todos
Cambiaron de conversación, con una copa
entre las manos. Semana tras semana aquello se convirtió en
algo habitual; otra forma de vida nueva que guardar en secreto, para evitar
malas interpretaciones de aquellas citas nocturnas, que podían incomodar a su
esposa.
El resto de la semana la rutina se había
instalado en sus quehaceres cotidianos, pasando los días sin pena ni gloria,
pero muy a gusto con las nuevas personas con las que compartía su tiempo. Cada
cierto tiempo una llamada de teléfono a sus padres para que supieran que estaba
bien. Por las noticias se enteraba de
donde había tropas españolas y ellos en la televisión se entretenían mirando
con detalle cuando veían las noticias, intentando ver a su hija entre los
voluntarios.
Habían pasado dos meses y todo seguía sin
novedad, no entendía que hacía allí, pero bueno, en parte mejor, le gustaba esa
forma de vivir, que nunca había imaginado para ella.
A primeros de mes, una mañana, cuando más
jaleo tenían con los desayunos, vio entrar al señor misterioso (su superior) al
bar. Este se acercó a la máquina de tabaco y metió la mano en su parte
trasera. Antes de que le diera tiempo
a salir de la barra, ya había desaparecido.
Esperó a que se pasase el follón; una vez terminaban con los cafés y las
tostadas, ella recogía las mesas y Luisa se iba al servicio. Ese momento lo aprovechó para mirar detrás de
la máquina de tabaco.
Allí había dejado un pequeño imán con una
llave que tenía aspecto de ser de una taquilla o un candado. Por las letras que llevaba troqueladas junto
al número treinta, parecía ser de la terminal de autobuses.
Después de comer y pasada la hora del
café, tenía la costumbre de salir a dar una vuelta por la zona para despejarse
y estirar un poco las piernas (aunque
estuviese siempre de pie, no era lo mismo y le venía muy bien un paseo con
tranquilidad).
Se acercó hasta la terminal; miró a un
lado y otro, para ver si estaba por allí ese señor o si alguien la observaba
demasiado. Luego bajo las escaleras
hasta cerca de los andenes y se dirigió a la zona de taquillas, buscó la
marcada con el numero treinta para probar si esa llave la abría, no sin antes
girar varias veces la cabeza para fijarse de que nadie estaba cerca.
Efectivamente, dentro un sobre; lo cogió y
volvió a intentar cerrar la taquilla.
Para volverla a cerrar y quedarse con la llave, debía de meter otra
moneda, así que la dejó abierta, para que fuera utilizada por otra persona.
Guardó el sobre en su bolso; no lo abriría
hasta llegar a casa, y ya a solas en su cuarto, poder ver lo que contenía antes
de dormir.
Era una situación incómoda, con lo
tranquila que había pasado ella esas semanas, y de nuevo tenía que aparecer ese
tipo a tocar los pies. Era algo
previsible e inevitable, antes o después, tenía que saber de él y del porqué o
para qué, estaba en ese nuevo lugar.
Luisa.- ¿te encuentras bien?
Soledad.- sí, por qué
Luisa.- te veo rara ¿estás nerviosa por algo?
Soledad.- no, debe de ser que lo mismo, está a punto de
bajarme
Luisa.- esto de ser mujer es una jodienda, di que yo ya,
me olvidé hace tiempo de esa mandanga
Soledad.- vamos, preparando que vienen los cagaprisas estos
Luisa.- siempre vienen que parece que pierden el tren y
luego están aquí dos horas
Soledad.- bueno pero hacen gasto, siempre son cuatro o
cinco rondas
Luisa.- es que si no, ya les había yo puesto las pilas
Soledad.- venga, que voy a hacer unas rabas y hoy los
invitamos a una tapita para acompañar el vino
Luisa.- me parece bien, haz bastantes y las repartimos
entre todos los clientes que vengan esta tarde.
Mientras Luisa ponía los vinos de la barra
y las diferentes consumiciones de las mesas, Soledad en la cocina distraía su
mente calentando la freidora y rebuscando una bolsa de rabas que estuviese
abierta en el congelador, que a saber donde la habría metido Luisa; seguro que
abajo del todo. Esta mujer colocando era un desastre.
Llegaban como cada tarde Roberto y su
señora a ocupar la mesa de al lado de la ventana y enfrente siempre aparcado el
coche con el chofer y el guardaespaldas.
Ella como de costumbre con un trato cordial hacia ellos al servirles y
el usted por delante; la relación camarera / cliente, no tenía nada que ver con
sus encuentros. Además eso, le daba una emoción especial a esas noches de
miércoles, de las que solo ellos sabían.
Hmmmm pero qué intriga jajaja
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