Soledad se levanto y metió los pies en sus zapatillas; algo le molestaba y miró a ver que era.
.- ¿Quién me habrá metido este papel aquí?
--- (bajo el tiesto, a la derecha de la
puerta del bar, antes de las cinco) —
Soledad no entendía nada, cogió el papel y
lo dejó encima de la mesita; cuando
entró al servicio miro el reloj (era demasiado pronto) la mejor manera de
aprovechar la mañana del domingo, era dejarse abrazar un rato más, por las
sábanas calentitas.
--Al rato en el pasillo retumbaba la voz
de Chus.
Chus.- vamos, a desayunar, que están a punto de tocar a
misa
Andrea.- que pesada, todos los domingos la misma canción
Soledad.- pero podéis dejar de dar voces
Chus.- al infierno que vais a ir las dos
Andrea.- deja de dar la tabarra
Chus.- si lo digo por si queréis venir vosotras
Soledad.- prepara una tostada para mí, que ya me
despertaste
Chus.- Andrea levanta que desayunamos juntas
Andrea.- venga, prepara para las tres, que ya voy
En la mesa de la cocina, caras de sueño,
ojos legañosos, bostezos contagiosos y estirar de brazos al techo.
Soledad.- buen día de caza, se estiran los galgos
Andrea.- que sueño, la noche del sábado al domingo, tenía que
durar unas horas más de lo normal
Soledad.- pero si para ti, no amanece
Andrea.- lo peor es que si amanece y acostumbrada a
levantarme pronto, cuando entra la luz, ya no se duerme igual, no es lo mismo
Chus.- eso se arregla rezando por la noche y yendo a
misa la mañana del domingo
Andrea.- te estás poniendo pesada
Soledad.- mira que siempre la misma canción
Chus.- mujeres de poca fe; me voy a vestir, que se me
hace tarde
Andrea.- a ver si es verdad y te callas de una vez
Soledad.- yo, porque
tengo que hacer la cama y recoger esta leonera, que si no…
Chus.- venga, anímate
Soledad.- tira tú, que yo tardo mucho y luego llegas tarde
Chus.- madre mía, tranquilas, ya rezo yo por vosotras
Cada una se fue a recoger su
habitación, pero lo primero ya de costumbre, era hacer la cama de Chus y
dejarle la ropa doblada, así le pagaban esas peticiones de salud para las tres,
que ella hacía siempre ante el altar, antes de salir de la iglesia.
Soledad, volvió a ver ese papel sobre la
mesita, y lo volvió a leer. Entonces por fin se dio cuenta; allí recogería el
recado Antón cuando llegase el sábado, sin tener que llegar el día anterior.
Los jueves por la tarde, pasaba siempre por
el bar la pelirroja (ahora era ella la encargada de indicar nuevo sitio). El
viernes, se acercaban el gafitas y el barbas a recoger el recado y luego ella
el sábado por la mañana después de limpiar, dejaba una nota en el tiesto para
Antón.
El que no aparecía desde hacía tiempo era
el señor misterioso. Cada semana cogía
la llave de la taquilla, metía una nueva nota fechada y la volvía a poner en el
lugar acordado, por si algún día le daba por venir a enterarse de algo.
A primeros de mes, por fin apareció. Cogió la llave, pero no volvió a dejar otra.
Era una noche de miércoles. Cuando soledad salió de trabajar, iría a
cenar a casa antes de ir a reunirse con Roberto, pero... Cuando dio la vuelta a la esquina, allí
estaba el señor esperándola.
Señor.- buenas noches
Soledad.- joder que susto, pues te has librado de un
puñetazo
Señor.- ¿tienes prisa?
Soledad.- pues mira, hoy precisamente sí
Señor.- solo será un momento.
Soledad.- siempre tan inoportuno; por cierto aún no sé, tú
o su graduación
Señor.- no te la podría decir, pues al igual que tú, no
consto en ningún archivo, solo puedo decirte que ya llevo treinta años en la
lucha “digamos antiterrorista”
Soledad.- entonces, estos cuatro son un comando
Señor.- creemos que sí y están coordinando una nueva
operación
Soledad.- ¿otro atentado?
Señor.- eso aún no lo sabemos, por eso te escogí a ti y
no me he equivocado, has batido un récord en contactar y conseguir su confianza.
Soledad.- todo ha sido fruto de la casualidad
Señor.- mira Soledad, la casualidad no existe ¿te importa
si cenamos juntos en algún sitio que sea discreto?
Soledad.- es que hoy…
Señor.- por un día que no vayas a tu cita, no va a pasar
nada
Soledad.- pero…
Señor.- yo también hago mi trabajo, pero tranquila, eso
espero no sea relevante.
Soledad.- y dónde le parece que cenemos
Señor.- ve al restaurante “La Muralla”, allí hay una mesa
reservada para dos a nombre de Agustín; yo llegaré al poco de llegar tú
Soledad llamó a sus compañeras para que no
la esperaran a cenar y se fue andando hasta el restaurante, que quedaba un poco
alejado. (Aunque en esa ciudad, no había distancias demasiado largas)
Se sentó en la mesa reservada mirando hacia
la puerta para ver cuando entraba.
De pronto algo le tocó en el
hombro. Su rostro era irreconocible con
una perfecta caracterización. Se sentó
en la silla de enfrente y comenzó a mirar la carta.
Soledad.- ¿es que nada puede ser normal?
Señor.- mejor que nadie te pueda relacionar conmigo
Soledad.- pero al menos se llamará Agustín
Señor.- para ti sí
Soledad.- ya, me da igual como se llame
La cena tampoco es que durase demasiado, ella
tenía poco que explicar y él no estaba dispuesto a contestar demasiadas
preguntas. Le dio una copia de la llave que
abría un apartado de correos, y él se quedó con otra, como nuevo sitio donde
dejar y recibir los mensajes.
Señor.- si te das prisa, aún llegas a tu cita, pero hazme
caso; acostúmbrate a variar los sitios donde quedas, aquel que quiera saber de
tus costumbres, que al menos le cueste un trabajo, nunca se lo pongas sencillo
a nadie, no seré yo el único que se interesa por tu paradero fuera del trabajo.
Soledad.- ¿nos veremos pronto?
Señor.- puede ser, pero no admito preguntas, es por tu
seguridad
Cada uno siguió su camino.
Esa noche seguía cargada de sorpresas.
Al llegar a la discoteca, Roberto la esperaba sentado en una mesa con una botella de champán esperando a ser abierta.
Roberto.- siéntate y brindemos
Soledad.- vaya sorpresa
Roberto.- ¿ha pasado algo? Me pensaba que hoy ya no venías
y me tocaba beberme la botella a mí solo
Soledad.- nada, una visita inesperada de un conocido
Roberto.- ¿y por qué no lo has traído?
Soledad.- la noche del miércoles, solo es nuestra
Roberto.- y yo que me alegro
Abrió la botella que aún estaba fresquita
gracias al hielo de la cubitera, llenaron sus copas y se dispusieron a brindar.
Roberto.- por nosotros
Soledad.- Pero esto… ¿a qué se debe?
Roberto.- a que a partir de ahora, ya no hay ni chofer ni guardaespaldas,
me he jubilado
Soledad.- y ahora qué
Roberto.- pues mi mujer, seguirá yendo al bingo con sus
amigas y yo donde me dé la gana, sin quien me lleve y me traiga a todos lados
Soledad.- qué casualidad;
venía yo pensando en vernos en sitios diferentes, que aquí ya nos tienen
muy vistos
Roberto.- hemos pensado lo mismo, estas son las llaves del
apartamento que he alquilado; tiene garaje, para que nadie nos vea entrar ni
salir
Se sirvieron otra copa y volvieron a
brindar. En un llavero con la llave de
la puerta del apartamento y el mando del garaje, estaba escrita la dirección,
pero esa noche ya era muy tarde para ir a verlo. Tenía que ser un momento especial y no eran
suficientes unos minutos, por lo que esperarían el siguiente miércoles.
El jueves por la tarde, llegaba un
paquete al bar, a nombre se Soledad; era grande y pesaba bastante, al no tener
remitente, prefirió no abrirlo hasta llegar a casa por si era algo demasiado
privado. Solo podía ser del señor enigmático que se
hacía llamar Agustín.
Al rato, la pelirroja abría su ordenador,
pedía el refresco de siempre y le indicaba un nuevo lugar de encuentro; ya no
hacía falta ningún tipo de contraseña entre ellas.
Se le veía una chica muy simpática, pero ya ves, las apariencias engañan.
Soledad.- oye, y yo puedo ir algún día a la reunión
Pelirroja.- para qué, vives muy feliz así
Soledad.- eres muy maja, no te metas en jaleos
Pelirroja.- eso te digo, no te metas tú y cuidado con quien
te juntas últimamente
Soledad.- a quien te refieres
Pelirroja.- a nadie, pero no es trigo limpio, algún día
hablaremos; ahora me tengo que ir, antes de que lleguen otros clientes
Desde luego, en esta ciudad todo era un
enigma tras otro. Bueno, poco a poco los
iría descifrando y sería ella, quién tuviese guardados los ases en la manga a la
hora de repartir los naipes en la partida.
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