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sábado, 25 de enero de 2025

Tres estrellas - Cap.-06


        Soledad se levanto y metió los pies en sus zapatillas; algo le molestaba y miró a ver que era.   

.- ¿Quién me habrá metido este papel aquí?

     --- (bajo el tiesto, a la derecha de la puerta del bar, antes de las cinco) —

    Soledad no entendía nada, cogió el papel y lo dejó encima de la mesita;  cuando entró al servicio miro el reloj (era demasiado pronto) la mejor manera de aprovechar la mañana del domingo, era dejarse abrazar un rato más, por las sábanas calentitas.

     --Al rato en el pasillo retumbaba la voz de Chus.

Chus.- vamos, a desayunar, que están a punto de tocar a misa

Andrea.- que pesada, todos los domingos la misma canción

Soledad.- pero podéis dejar de dar voces

Chus.- al infierno que vais a ir las dos

Andrea.- deja de dar la tabarra

Chus.- si lo digo por si queréis venir vosotras

Soledad.- prepara una tostada para mí, que ya me despertaste

Chus.- Andrea levanta que desayunamos juntas

Andrea.- venga, prepara para las tres, que ya voy

      En la mesa de la cocina, caras de sueño, ojos legañosos, bostezos contagiosos y estirar de brazos al techo.

Soledad.- buen día de caza, se estiran los galgos

Andrea.- que sueño, la noche del sábado al domingo, tenía que durar unas horas más de lo normal

Soledad.- pero si para ti, no amanece

Andrea.- lo peor es que si amanece y acostumbrada a levantarme pronto, cuando entra la luz, ya no se duerme igual, no es lo mismo

Chus.- eso se arregla rezando por la noche y yendo a misa la mañana del domingo

Andrea.- te estás poniendo pesada

Soledad.- mira que siempre la misma canción

Chus.- mujeres de poca fe; me voy a vestir, que se me hace tarde

Andrea.- a ver si es verdad y te callas de una vez

Soledad.-  yo, porque tengo que hacer la cama y recoger esta leonera, que si no…

Chus.- venga, anímate

Soledad.- tira tú, que yo tardo mucho y luego llegas tarde

Chus.- madre mía, tranquilas, ya rezo yo por vosotras

 

          Cada una se fue a recoger su habitación, pero lo primero ya de costumbre, era hacer la cama de Chus y dejarle la ropa doblada, así le pagaban esas peticiones de salud para las tres, que ella hacía siempre ante el altar, antes de salir de la iglesia.

    Soledad, volvió a ver ese papel sobre la mesita, y lo volvió a leer. Entonces por fin se dio cuenta; allí recogería el recado Antón cuando llegase el sábado, sin tener que llegar el día anterior.

 

    Los jueves por la tarde, pasaba siempre por el bar la pelirroja (ahora era ella la encargada de indicar nuevo sitio).    El viernes, se acercaban el gafitas y el barbas a recoger el recado y luego ella el sábado por la mañana después de limpiar, dejaba una nota en el tiesto para Antón.

     El que no aparecía desde hacía tiempo era el señor misterioso.  Cada semana cogía la llave de la taquilla, metía una nueva nota fechada y la volvía a poner en el lugar acordado, por si algún día le daba por venir a enterarse de algo.


   A primeros de mes, por fin apareció.  Cogió la llave, pero no volvió a dejar otra.

     Era una noche de miércoles.  Cuando soledad salió de trabajar, iría a cenar a casa antes de ir a reunirse con Roberto, pero...    Cuando dio la vuelta a la esquina, allí estaba el señor esperándola.

Señor.- buenas noches

Soledad.- joder que susto, pues te has librado de un puñetazo

Señor.- ¿tienes prisa?

Soledad.- pues mira, hoy precisamente sí

Señor.- solo será un momento. 

Soledad.- siempre tan inoportuno; por cierto aún no sé, tú o su graduación

Señor.- no te la podría decir, pues al igual que tú, no consto en ningún archivo, solo puedo decirte que ya llevo treinta años en la lucha “digamos antiterrorista”

Soledad.- entonces, estos cuatro son un comando

Señor.- creemos que sí y están coordinando una nueva operación

Soledad.- ¿otro atentado?

Señor.- eso aún no lo sabemos, por eso te escogí a ti y no me he equivocado, has batido un récord en contactar y conseguir su confianza.

Soledad.- todo ha sido fruto de la casualidad

Señor.- mira Soledad, la casualidad no existe ¿te importa si cenamos juntos en algún sitio que sea discreto?

Soledad.- es que hoy…

Señor.- por un día que no vayas a tu cita, no va a pasar nada

Soledad.- pero…

Señor.- yo también hago mi trabajo, pero tranquila, eso espero no sea relevante.

Soledad.- y dónde le parece que cenemos

Señor.- ve al restaurante “La Muralla”, allí hay una mesa reservada para dos a nombre de Agustín; yo llegaré al poco de llegar tú

     Soledad llamó a sus compañeras para que no la esperaran a cenar y se fue andando hasta el restaurante, que quedaba un poco alejado. (Aunque en esa ciudad, no había distancias demasiado largas)

 

    Se sentó en la mesa reservada mirando hacia la puerta para ver cuando entraba.

       De pronto algo le tocó en el hombro.  Su rostro era irreconocible con una perfecta caracterización.  Se sentó en la silla de enfrente y comenzó a mirar la carta.

Soledad.- ¿es que nada puede ser normal?

Señor.- mejor que nadie te pueda relacionar conmigo

Soledad.- pero al menos se llamará Agustín

Señor.- para ti sí

Soledad.- ya, me da igual como se llame

  La cena tampoco es que durase demasiado, ella tenía poco que explicar y él no estaba dispuesto a contestar demasiadas preguntas.  Le dio una copia de la llave que abría un apartado de correos, y él se quedó con otra, como nuevo sitio donde dejar y recibir los mensajes.

Señor.- si te das prisa, aún llegas a tu cita, pero hazme caso; acostúmbrate a variar los sitios donde quedas, aquel que quiera saber de tus costumbres, que al menos le cueste un trabajo, nunca se lo pongas sencillo a nadie, no seré yo el único que se interesa por tu paradero fuera del trabajo.

Soledad.- ¿nos veremos pronto?

Señor.- puede ser, pero no admito preguntas, es por tu seguridad

     Cada uno siguió su camino. 


         Esa noche seguía cargada de sorpresas.

   Al llegar a la discoteca, Roberto la esperaba sentado en una mesa con una botella de champán esperando a ser abierta.

Roberto.- siéntate y brindemos

Soledad.- vaya sorpresa

Roberto.- ¿ha pasado algo? Me pensaba que hoy ya no venías y me tocaba beberme la botella a mí solo

Soledad.- nada, una visita inesperada de un conocido

Roberto.- ¿y por qué no lo has traído?    

Soledad.- la noche del miércoles, solo es nuestra

Roberto.- y yo que me alegro

      Abrió la botella que aún estaba fresquita gracias al hielo de la cubitera, llenaron sus copas y se dispusieron a brindar.

Roberto.- por nosotros

Soledad.- Pero esto… ¿a qué se debe?

Roberto.- a que a partir de ahora, ya no hay ni chofer ni guardaespaldas, me he jubilado

Soledad.- y ahora qué

Roberto.- pues mi mujer, seguirá yendo al bingo con sus amigas y yo donde me dé la gana, sin quien me lleve y me traiga a todos lados

Soledad.- qué casualidad;  venía yo pensando en vernos en sitios diferentes, que aquí ya nos tienen muy vistos

Roberto.- hemos pensado lo mismo, estas son las llaves del apartamento que he alquilado; tiene garaje, para que nadie nos vea entrar ni salir

      Se sirvieron otra copa y volvieron a brindar.  En un llavero con la llave de la puerta del apartamento y el mando del garaje, estaba escrita la dirección, pero esa noche ya era muy tarde para ir a verlo.  Tenía que ser un momento especial y no eran suficientes unos minutos, por lo que esperarían el siguiente miércoles.

      

       El jueves por la tarde, llegaba un paquete al bar, a nombre se Soledad; era grande y pesaba bastante, al no tener remitente, prefirió no abrirlo hasta llegar a casa por si era algo demasiado privado.   Solo podía ser del señor enigmático que se hacía llamar  Agustín.

 

    Al rato, la pelirroja abría su ordenador, pedía el refresco de siempre y le indicaba un nuevo lugar de encuentro; ya no hacía falta ningún tipo de contraseña entre ellas.

  Se le veía una chica muy simpática, pero ya ves, las apariencias engañan. 

Soledad.- oye, y yo puedo ir algún día a la reunión

Pelirroja.- para qué, vives muy feliz así

Soledad.- eres muy maja, no te metas en jaleos

Pelirroja.- eso te digo, no te metas tú y cuidado con quien te juntas últimamente

Soledad.- a quien te refieres

Pelirroja.- a nadie, pero no es trigo limpio, algún día hablaremos; ahora me tengo que ir, antes de que lleguen otros clientes

 

     Desde luego, en esta ciudad todo era un enigma tras otro.  Bueno, poco a poco los iría descifrando y sería ella, quién tuviese guardados los ases en la manga a la hora de repartir los naipes en la partida.

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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