Andrés, se dedicó unos días a observar la aptitud de D. Aurelio; luego empezó a mantener alguna conversación que otra, amenas, sin importancia, nada que denotase un cambio en su relación con los internos. Llegó el viernes, entraba de turno de noche. Como de costumbre, hizo la ronda por las habitaciones para comprobar el estado de los pacientes, luego se dirigió a la sala de televisión; allí, a unos metros de Toñi, estaba D. Aurelio en un cómodo sillón viendo una película.
Andrés se acercó, puso otro sillón junto al suyo y comenzó a hacerle preguntas sin sentido para comprobar su reacción. D.Aurelio siguió mirando el televisor y al momento volvió la cabeza y dijo:
.-Andrés, deja de preguntar tonterías y cállate, que no me dejas oír.
.-Andrés, deja de preguntar tonterías y cállate, que no me dejas oír.
Los rayos catódicos eran la única luz que iluminaba la sala, gracias a los cuales se pudo apreciar que Toñi estaba con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el lateral del sillón, dormía plácidamente, en ese preciso momento Andrés, comenzó a relatarle todo lo ocurrido en los días anteriores; observaba sus gestos para cerciorarse de que era veraz todo lo referente a su estado mental y por supuesto lo referido al dinero de la minuta que ocasionase su divorcio.
Un poco antes de la finalización del relato la mirada le empezó a brillar por la emoción, era algo que no se debía esperar, pero no solamente lo esperaba, tenía claros incluso detalles que Andrés había obviado.
De repente un temor agitó su mente ¿estaré loco de verdad? por si acaso, mejor esto no lo comparto con nadie, no vaya a ser que.....
La película estaba a punto de acabar, ya los créditos llenaban la pantalla, había orden expresa de que todos los internos debían de estar en su dormitorio antes de las doce, para lo cual faltaban unos pocos minutos.
D. Aurelio se dirigió a su habitación como cada noche, de rodillas a los pies de su cama recitó esas oraciones que aprendió de pequeño de los labios de su madre, se metió en la cama dejando como de costumbre los brazos por fuera de la manta y apagó la luz mirando fijamente la bombilla que había en el techo antes de apagarla; lo que hacía que pareciese quedar un punto iluminado en su retina durante un buen rato.
Pasó la noche. Comienza a entrar la luz por las rendijas de la persiana, medio adormilado se levanta de la cama, sobre el pijama de listas se pone una bata de paño, se calza las zapatillas a la chancla y por un pasillo desierto, con las canas alborotadas y la barba de tres días se dirige al patio.
Se sienta en un banco, de su bolsillo saca un palillo reseco y lo pone entre sus labios a modo de pitillo; con su mano derecha sobre el regazo, sujeta su mano izquierda cada vez más temblorosa.
Una silueta blanca se acerca, la borrosa imagen, en cuclillas a sus pies, coge y calienta suavemente sus dedos.
.- Vamos José, que te estás quedando helado.
Se pone en pie y cogido de su brazo, arrastrando las suelas de sus zapatillas por la arena vuelve la mirada mirando con nostalgia la verja de hierro que cierra los muros. Se dirige de nuevo al interior del pabellón donde sentado en un sillón y atado por la cintura vuelve a cerrar los ojos. Ya no hay nadie, todos se han ido, está solo, patéticamente solo.
Ayer fue D. Aurelio. Hoy...
En su mente...
Sabe dios quién será.
En su mente...
Sabe dios quién será.
F I N
Carlos Torrijos
¡Oh, pobre Aurelio!
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