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lunes, 21 de enero de 2013

Tararí que te ví


AVISO:   Esto, es una manera de no dejar de hacer nada, cuando uno, no tiene nada que hacer.

        Una noche cualquiera, en los primeros días de la segunda quincena de Enero de 201?, salí del trabajo, recorrí la calle que desemboca en la plazuela donde habitualmente aparcamos, acompañado por una ligera brisa que soplaba en mi misma dirección, lo que me hacía aligerar el paso, no por la fuerza de su velocidad, más bien por la ausencia total de grados de la misma.   Subí al coche, después de ponerlo en marcha, sentado en su interior, conecté la resistencia de la luneta trasera, al tiempo que graduaba el selector de caudal de aire, para que las ranuras situadas bajo el parabrisas administrasen calor contra él, en unos instantes, el hielo se derretía y los limpias se deslizaban suavemente de un lado a otro sin que las escobillas de goma rechinasen en mis oídos,  antes de finalizar la melodía que sonaba en la radio el habitáculo, se encontraba a una temperatura agradable.
      Luego de callejear, por los recovecos estrechos del casco antiguo,  llego a la avenida que bordea la margen izquierda del rio, la niebla ya intenta adueñarse del entorno, pero aún se vislumbran, claramente al fondo, las luces amarillentas que iluminan los ojos del puente de piedra, por el que cruzar a la otra orilla y así acceder después de pasar un descampado a esa carretera comarcal que me llevará a mi destino, aunque de manera real, hay que pasar dos rotondas, hasta llegar  al Km.0 de dicha ruta.
       En quinientos metros, se disipa la niebla, en el cielo, situada justo enfrente, una estrella emite destellos que perecen hacer cambiar de diámetro su tamaño.
     Los altavoces de la bandeja trasera, susurran matices clásicos interpretados por una sinfónica, mientras entretengo el trayecto contando y localizando los puntos kilométricos, algunos se me pasan otros no están.
      Al salir de una curva, veo por el retrovisor interior, la señal de flechas en blanca y azul, teñidas de rojo, por las luces traseras de situación, toco levemente el pedal de freno, para darle más intensidad de color y ver cómo según me alejo va desapareciendo de mi vista.
      En un instante de rompe la monotonía, hay que levantar el pie del acelerador y reducir de a una marcha más corta para atravesar por medio una población, en la que se encuentran varios pasos de cebra elevados, para evitar la tentación de mantener una velocidad inadecuada, después del último de ellos, la oscuridad deja ver de nuevo las lucecitas que llenan un firmamento tan oscuro, totalmente raso, esta noche van a caer chuzos de punta.
     Más adelante, una pendiente pronunciada, que acaba en un cruce de caminos, y en un momento, al llegar a la cresta de una rampa, por un momento se deja ver el alumbrado público, de la localidad donde habito, una curva pronunciada, otro por de ellas algo más suaves y la vista accede a la señal roturada con el nombre del municipio, a tiro de piedra, la plazuela donde cada noche tiene el vehículo  un merecido descanso, cuatro pasos y en casa.   Casa, una palabra tan pequeña y cuanto conceptos pueden agruparse en su interior;   Pues eso, como desde hace algún tiempo, cada noche, en casa, con la family.  Uuuuuuum

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