El lunes por la mañana en el gimnasio, todo era
alegría, por fin alguien había visitado a Rafael, por fin el contacto con la
realidad iba a ser posible y esto le haría ir cosiendo a base de remiendos todo
su pasado.
Las pastillas no tenían contraindicaciones que
pudieran afectar a la funcionalidad de sus órganos, por lo que se las seguirían
suministrando. Nada se perdía y si en
algo ayudaban, pues bienvenido fuera.
Siempre el último domingo de cada mes. Recibía la visita de su fiel
amigo junto a su hija y su yerno. Las
anécdotas que le contaban se le quedarían grabadas en su memoria para toda la
vida gracias a Bella, que siempre estaba pendiente para que no olvidase ni una
palabra.
Bella,
Perro y Grifo serían como su disco duro. Ellos irían guardando frases, emociones,
imágenes y todo lo necesario para resolver las incógnitas en caso de duda.
Tenían un montón de fotografías de la ciudad
en las que ir apuntando detrás en que calle estaba y algo que allí hubiese
sucedido digno de recordar.
En
casa de la hija de Belarmino se guardaban cantidad de cosas que estaban
relacionadas con Rafael -- (al fin y al cabo, era uno más de la familia)- cada
vez había más historias con las que ir rellenando el extenso vacío.
Todos estaban muy contentos y esperanzados. Veían que su esfuerzo daba sus frutos y que
Andrea no se equivocaba cuando en su día los convenció para afrontar este reto.
Todos, menos Belarmino.
Se
le veía preocupado, siempre pensando incluso en casa según su hija, pero él no
quería soltar prenda de sus preocupaciones.
Ese domingo llegó con un semblante distinto. Menos mal, por fin había
recordado donde había puesto los recuerdos de cuando eran niños. Los había
guardado tan bien para que no se perdieran que en estos meses no había sido
capaz de encontrarlos. Allí en una
maleta, en el trastero estaban todos. Cosas que normalmente estarían en la
basura, pero que a él le dio por guardar.
Desde ese día sus raíces fueron tomando forma y sus piernas volvieron a
correr por las calles de aquel pueblecito ruinoso. Un lugar que durante mucho
tiempo los dos pretendieron olvidar, pero ahora al recordarlo se les llena la
cara de ingenuidad dejándose llevar por los sueños de futuro que entonces
tenían y que por ser demasiado fantásticos jamás llegaron a realizar.
Por
fin esas anécdotas fueron haciendo que las volviese a visionar en sueños y
llegó la gran sorpresa. Pasados unos meses Rafael pidió a todos “incluyendo a
Bella” que lo dejasen solo con Belarmino.
Cerró
la puerta del despacho, colocó una silla y se sentó frente a su amigo.
.- hoy quiero que me cuentes la historia de
este tren (poniendo la locomotora sobre la palma de su mano)
.-
ay amigo, tu pequeño tren. ¿Te acuerdas?
.- creo que sí, pero me gustaría que me la
contases tú
La
curiosidad de todos hizo que rompiesen su intimidad poniendo la oreja pegada a
la puerta. Sabían que estaba mal, pero no pudieron evitarlo.
Belarmino empezó a contar el día en que se la regaló su padre y como
jugaban los dos con aquel juguete en la calle.
Rafael callado lo escuchaba con atención. Entonces llegó el momento en que aquel niño
grandullón pretendió arrebatársela y ahí se produjo el milagro.
.- si no me sujetan sus hermanos, me lo como
--- Belarmino quedó mudo ---
.- tú Belarmino, tú solo te enfrentaste a todos
para defenderme. Ni siquiera mi hermana nos ayudó y eso nos costó unos cuantos
moratones a los dos. Pero desde
entonces no volvieron a quitarnos nada
.- pero ellos también se llevaron lo suyo
----
entre risas los dos siguieron recordando aquel día ---
.- aún siento entre mis dedos los pelos de la
pequeña, aquella rubia que era más mala que la sarna
.-
sí, menuda calva le hiciste. Y del ojo del mediano que estuvo morado un tiempo
.- por cierto ¿cómo se llamaba?… a sí, Romualdo
.-
claro el que decían que era de otro padre, porque les salió pelirrojo
---
y entre risotadas pasaron toda la mañana ---
Cuando
llegó la hora de despedirse, todo era felicidad. Ellos continuaban hablando
pasillo adelante y el resto en silencio tras ellos contenían la emoción.
Todavía quedaban muchas lagunas, tal vez las más turbias, esas que sin
quererlo también se irían rellenando sin que nadie se las recordase. Tan solo sus sueños. Esos sueños crueles que no respetan
nada. Esos que no olvidas al despertar.
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