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martes, 1 de junio de 2010

Solidaridad ciudadana

     Mientras que a la mayoría de la gente, se le complicaba su estado económico, a él parecía haberle hecho un guiño la diosa fortuna. Llevaba tres meses trabajando en una empresa, lo habían llamado, después de presentar varios currículos vacios de contenido, por la falta de experiencia laboral y títulos académicos en distintos sitios, por causas diversas, le anuncian no solo que lo van a hacer fijo, además lo ascienden, lo envían de supervisor a las oficinas de otra ciudad.
    Busca por internet, pisos o apartamentos céntricos, sin importarle el precio, ya que todo corre a cuenta de la empresa, le han dejado bien claro, que lo importante es su comodidad y su imagen.
     Se acerca el día de su traslado, con las direcciones y teléfonos recopilados, marcha temprano, quiere escoger el sitio que será su residencia, hacerse un diseño de lugar y encargar el mobiliario adecuado, para que todo esté perfecto su primer día  en su nuevo puesto de trabajo.
    Toda la mañana de un sitio a otro, está exhausto, decide adentrarse en la zona monumental, donde las calles no pertenecen al asfalto;    Allí en la puerta de una iglesia, situada en una calle solitaria, se sienta, se quita los zapatos, la chaqueta y la dobla a su lado, baja el nudo de su corbata, se siente aliviado, nadie lo ve, ahora pertenece a una clase social, a la que todavía no se ha acostumbrado, cierra los ojos y sin quererlo, cae plácidamente en los brazos de Morfeo.
      Empieza a deambular gente, lo miran extrañados, debido a su vestimenta, pero casi todos (obreros, parados, amas de casa, ancianos) se acercan para dejar caer en el forro de su chaqueta alguna moneda.
    El balón de una pandilla de fieros infantes, se para junto a sus pies, el más pillastre, se acerca a recogerlo, pero ni a él, se le pasa por la cabeza el coger ni una de las monedas que tiene a su alcance.
    De pronto se da cuenta, todo su entorno es real, no es un sueño, mira con asombro su chaqueta, se pone los zapatos, aprieta su corbata, guarda las monedas y se marcha del lugar.
       Paseando elegantemente e ignorando lo sucedido, en su camino se encuentra con otra gente, sentada en otros lugares, con la mano tendida, ni los mira.

Unas horas y monedas le han bastado, con razón lo han elegido, que pronto se ha acostumbrado a su nueva clase social.

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