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viernes, 30 de noviembre de 2012

Mi pequeña mujercita



             Llegó la hora, un momento que puede ser "sencillo" de entender para cualquiera, pero difícil, casi imposible de asumir, sobre todo para mí.
            Pequeña mujercita, mi niña. Te aproximas a galope a los catorce, llega el día en que tienes que actualizar la cartilla de vacunación,
Dentro de poco, muy poco:
Las mariposas empezaran a revolotear por tu estomago, cuando veas que te está mirando,
Pedirás a los demás que digan algo, para que alguien lo escuche
Dejarás caer algo al suelo, solo por ver quién lo recoge
Estará en todos tus sueños, aunque estés despierta
Te sentirás en una nube de algodón, cuando se siente a tu lado
Un escalofrío recorrerá tu espalda, cuando sientas que te coge de la mano
Se te iluminará la cara cuando te pida salir
Dirás que no, cuando quieres decir si
Serás una incomprendida, nadie te entenderá
Se te hará eterno cada segundo, cuando estés esperando
Se aceleraran las agujas del reloj, el tiempo que estés a su lado
Llegarás tarde a casa, por estar un minuto más en sus brazos
Cerrarás los ojos y se hará eterno ese primer beso
Abrirás la ventana para que entre en tu alcoba el duende del amor
y llorarás, si mi niña, llorarás y harás una tragedia de un insignificante conflicto.
Dentro de poco, muy poco:

Ya no seré tu papi, si no el padre represor
No compartiremos experiencias, ni me pedirás consejo
Las redes sociales sustituirán nuestras conversaciones
Cualquier cosa será una escusa, para no venir conmigo

         Yo esperaré impaciente, en silencio a que el tiempo pase, para: que vuelvas a preguntarme, te interese hablar conmigo, te apetezca darme un abrazo, y más tarde, me dediques unas letras, recordando tu infancia.
         De todas formas, a pesar de los pesares, disfruta cada momento que la vida te brinde, no intentes ponerle puertas, ni permitas que nadie le ponga puertas al campo y cada vez que caigas, piensa que lo importante es volver a caer, porque eso querrá decir, que te has vuelto a levantar, piensa que cuando dejes de cometer errores, será porque ya no haces nada, donde poderte equivocar.
        Así que mi pequeña mujercita, extiende tus alas, agítalas con fuerza y vuela alto. Yo siempre estaré aquí, sujetando mi red, por si algún día, en alguna tempestad, decides utilizarla.       
T.Q.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Especiales

      Uno de los bancos es especial; el único que se ve durante todo el año desde los balcones del número doce de la plaza, el que está situado junto a la fuente, esa escultura de bronce con forma de cisne donde los niños que juegan correteando de un lado a otro se acercan para calmar su sed, otros, los más pequeños vienen con la pala y el cubo de plástico con la sana intención de guarrear un rato intentando hacer figuras de barro en la arena que solo su imaginación es capaz de ver y reconocer.
      Allí, todas las tardes después de comer y haberse echado un rato la siesta, se juntan los dos para cogerse las manos bajo la mirada atenta de sus respectivas madres tras los cristales. Esperando a que caiga la tarde para volver a casa y en el portal despedirse hasta el día siguiente; a continuación ella subirá rápidamente las escaleras hasta el primero, él, cogerá el ascensor para subir al tercero, donde como cada día lo espera su madre para quitarle los zapatos y ponerle unas zapatillas de andar por casa.
      El verano se ha agotado, ya en otoño al final del mes de octubre, con la complicidad del cambio horario, la oscuridad va comiendo a dentelladas la luz del día; ya pronto no les quedarán apenas minutos para estar sentados y el tiempo desapacible impedirá incluso que salgan muchos días.
      Llega la época en que empiezan a desprenderse las hojas amarillentas de los plataneros, que con sus ramas entrelazadas rodean toda la plaza, las que durante el verano proporcionaban sombra a todo el parque y ahora sirven de alfombra a los escasos paseantes; el reloj marca las cinco y media y casi ya es de noche, cogidos solo por un dedo sus miradas picaras e infantiles se cruzan en un instante dándose un beso de hasta mañana antes de cruzar la calle.
      Hoy es un día especial, veinticinco de noviembre, Santa Catalina, su treinta y un cumpleaños.  El cielo está increíblemente azul, sin una nube, pero eso no impedirá que estrene el chubasquero violeta que le han regalado haciendo juego con unos guantes de piel vuelta. Nada mas comer, casi sin terminar el postre, ya está tras la puerta, arreglada, esperando oír el ruido del ascensor para bajar al portal y lucir su modelo.
      Al encontrarse se funden en un abrazo, luego él, se aleja para decirle lo guapa que está y cruzan la calle dirigiéndose al parque; hoy, precisamente hoy, hace diez años que dibujaron con un pequeño clavo algo donde se deja adivinar un corazón en la tabla que les sirve como respaldo; hoy él, le trae el mejor regalo, ha cogido un pequeño destornillador de casa para repasar con sus manos temblorosas, superando la rigidez de sus muñecas esa figura gastada por el tiempo, a la que no le hacen falta ni letras ni estar atravesada por una flecha para también ser especial.
      La hora siguiente, cogidos como siempre por un vergonzoso dedo pasean por un pequeño trozo de acera, el que no excede de la vista de sus madres; cuando llegan a casa les espera una gran sorpresa, aparte de merendar juntos, hay preparada una tarta con velas, Cata, tendrá que apagarlas soplando si los nervios le dejan y antes de cortar las raciones, todos cantarán el cumpleaños feliz, incluso mamá ha comprado vino espumoso sin alcohol ¡que susto! cuando ha saltado el tapón de la botella y casi se cae toda la espuma al suelo, que susto y que risas. Mientras los mayores recogen la cocina, ellos se sientan en el sofá a ver la tele con sus cabezas una contra la otra. Se han quedado dormidos, por ser hoy, los dejaremos un ratito más.
         Y........... el tiempo siguió su marcha, a mediados de diciembre la primera nevada, que ilusión al levantarse y ver todo blanco a través de la ventana, no podían esperar a después de comer; sonó el timbre, era él; las prisas por coger aquello tan resplandeciente entre sus manos no le permitían ni decir palabra.  En la misma puerta de salida a la calle se agacharon, comprobaron que aquella cosa era suave y tierna como el algodón, pero tan fría, que se engarrotaban sus dedos y entonces recordaron que el año anterior paso lo mismo y les pusieron unos guantes para poder jugar con ella y hacer un muñeco inmenso que duró varios días junto a su banco. Sin dudarlo subieron cada uno a su casa para arrastrar entre voces de alboroto a sus madres hasta el parque.


        Pasó Navidad, Reyes, Carnaval, y llegó de nuevo la primavera; los días empezaron a ser más largos y menos fríos, empezaron a brotar los pámpanos con sus yemas en los plataneros, empezaron de nuevo a sentarse diariamente en el banco junto al cisne de bronce que es una fuente.
       Al llegar Semana Santa, el día once de Abril, miércoles santo aquel año, día de San Estanislao, (joder que nombre más feo), como es natural, por aquella manía de poner a los recién nacidos el nombre del santo que celebraba su onomástica el día de su nacimiento era el cumpleaños de Tanis, ya cumplía los treinta, pero solo ella sabía lo especial que iba a ser esa fecha.  Unos días antes había ido de tiendas; Cata, había ido guardando unas monedas cada semana para la ocasión, hacía tiempo que en un escaparate se exponía una gorra de visera y una bufanda marrón, allí llevo a su madre para comprar el conjunto y regalárselo a Tanis.
      Era el regalo mejor y más bonito que le habían hecho nunca, no se lo quitó en todo el día, únicamente para soplar las velas y comer la tarta no fuera a ser que se manchara, pero el regalo especial aún estaba por llegar.
      Cata, ya había pedido permiso a las dos madres las que aunque con recelo terminaron accediendo.
          Cuando ya anochecía se levantaron del banco, antes de cruzar la calle ella lo cogió de la mano con fuerza, como nunca se habían cogido, no se soltarían ni un instante, pero esa noche, los dos juntos, sin compañía, en la calle principal, entre la multitud, vieron pasar las cruces, las filas de tulipas con sus velas encendidas, aquellos hombres vestidos con túnica morada y capuz blanco que sobre sus hombros portaban el huerto de los olivos; ya hacia frio, se volvieron a casa y soñaron con poder repetirlo al año siguiente, al otro, al otro y colorín colorado esta historia especial, tan especial como el corazón pintado en ese banco tan especial, tan especial como el cisne, tan especial como su mirada: infantil, ingenua y a la vez picara, tan especial como Cata, tan especial como Tanis.  Esta historia no ha acabado, mientras sigan siendo niños, por siempre seguirán especialmente enamorados


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sábado, 24 de noviembre de 2012

Cabecera de informativos


      Había vuelto a ocurrir. Sin apenas aliento, aquel niño subía la cuesta dirigiéndose al domicilio de un médico amigo de su familia materna. Este al verlo con su faz desencajada, no necesitó preguntarle qué pasaba, no era la primera vez que ocurría, cogió su maletín y corrió sin esperar a que el niño dijera ni una sola palabra.  Esta vez llegaría demasiado tarde.
        Cuando el niño se acercaba a su domicilio, vio la estampa tantas veces repetida, la ambulancia con sus puertas abiertas y las luces girando, la acera llena de vecinos amordazados, con cara de sorprendidos, como si les extrañase una situación tan frecuente, su abuelo, en el portal, formulando la denuncia junto a los agentes de policía, en el primer rellano de la escalera, su tía, hermana de su madre, llorando, pero esta vez, los enfermeros de cruz roja, bajaban con la camilla vacía, en ese momento, empezó a subir los escalones de dos en dos, en la puerta de casa lo esperaba el médico, sentado en el suelo, derrotado, apretando con rabia sus mandíbulas.  Se levantó rápidamente para bloquear la puerta abierta e impedirle el paso,  con un abrazo, se dijeron todo lo que había que decir, juntos se acercaron hasta la cocina, donde su madre, sola, sobre un charco de sangre, con cara de complacencia, esperaba paciente la llegada del forense y así poder descansar en paz, dejando atrás el infierno que le había tocado vivir estos últimos años.
     Después de otra larga noche en vela, como tantas otras, por el mismo motivo, aunque distinto resultado, llegaba la hora del último adiós.  A su corta edad, ya no le quedaban lágrimas con las que enjugar el recuerdo de su madre, las había gastado junto a ella, compartiendo la impotencia, incluso algún que otro golpe por intentar protegerla sin éxito un día sí y otro también.

   Al día siguiente, los medios de comunicación difunden la noticia:   Ha sido detenido el presunto agresor de la última víctima de violencia de género, cuando deambulaba por un parque cercano, decía no acordarse de nada. El abogado intentará demostrar que sufre una  amnesia temporal por lo que no puede acordarse de donde estaba cuando ocurrieron los hechos que se le imputan.

    El casi adolescente, fue entregado por los servicios sociales en régimen de acogida, a un matrimonio sin hijos, (no sin antes residir unos meses en un centro de menores, debido a la precariedad en que vivían tanto su abuelo como su tía y la desafección total con la familia paterna).

       A los dos años:   Un presunto agresor, acusado de maltrato con resultado de muerte, elude la acción de la justicia, después de que su abogado presentara la semana pasada recurso, por haberse excedido el tiempo de prisión provisional y no haberse celebrado el juicio.

     Durante un tiempo, el contacto, entre el menor y su familia, se limitó a mandar alguna que otra carta en fechas determinadas, a las que ninguna tenía respuesta, lo que no le impedía seguir mandándolas cada año.

      Cuando iba a cumplir dieciséis años, pidió a sus tutores el poder ir a visitar a su familia materna. Ellos no solo apoyaron ese deseo, sino que se prestaron a acompañarlo. Tantas veces les había hablado de ellos y contado lo que hacían juntos, que indirectamente, ellos también los consideraban familia y deseaban conocerlos.
      De madrugada, emprendieron el viaje;  Durante el trayecto apenas se cruzaron palabras, su “padre”, pendiente de la carretera, su “madre”, adormilada en  el asiento trasero y él, estructurando la visita en su cabeza e imaginando cómo sería ese ansiado reencuentro.
     Ya se divisaba la ciudad, aunque ya hubiese claridad, aún mantenía las luces de sus calles encendidas.   Un poco antes de entrar en el casco urbano:
.- despacio
.-métete a la derecha
.-sigue y en la rotonda otra vez a la derecha
.- esta es la carretera del cementerio, me gustaría lo primero, ir a ver a mi madre.
     Llegaron al aparcamiento, se bajaron del vehículo, anduvieron hasta  una puerta lateral por la que accedieron al recinto. A unos doscientos metros, se hallaba una tumba descuidada, llena de hierbas, con una cruz oxidada clavada a su cabecera, en la que se dejaba entrever un nombre y una fecha;   se paró frente a ella, bajó la cabeza mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, después de un rato en silencio, susurró:   cuando trabaje, el primer sueldo que gane, será para una lápida que haga honor a tu memoria. 
      Saliendo, camino al coche se le ofreció la posibilidad de encargar esa lápida ese mismo día, a lo que él respondió: .-os lo agradezco, vosotros preocuparos de mi futuro, yo intentaré no olvidar mi pasado.

    Justo a la entrada de la ciudad, en una hondonada sobre la que pasaba la carretera por un gran puente, se encontraban unos bloques de pisos alienados.
.- ahí, ahí es
.-Gira en el semáforo a la izquierda, y rodeando esa urbanización, bajando la cuesta, de frente está mi casa.
.-para en la puerta de esa casa
.-buenas señora, ¿Don Severino?
.- ya no vive aquí, se  mudó hace un par de años
.-lastima, me hubiera gustado darle las gracias
Minutos después, paraban frente a un edificio. Enseguida, alguien lo reconoció, se formó una algarabía.
.-que grande estás
.-no has cambiado nada
.-qué guapo, lo que te hemos echado de menos
    Eran aquellos mismos vecinos que parecían volverse sordos cada vez que había bronca en casa y enmudecían cuando les preguntaba la policía después de cada denuncia.

       Entraron en el portal, subieron despacio las escaleras, en el rellano del segundo piso, lo esperaban: su abuelo, con su típica chaqueta de rayas  y su tía, de negro riguroso, como siempre los había recordado.    La puerta de su casa estaba entreabierta, la empujó con cuidado, con miedo, con la incertidumbre que le provocaba ver lo que había tras ella, todo estaba igual, en el comedor aquel sofá marrón y en la cocina el infernillo de gas, donde cocían unas patatas llenando de vaho el cristal de la ventana. Se dirigió hacia ella y con su dedo índice puso su nombre, como tantas veces hizo en su infancia junto a su madre.

        Miró al suelo, a su mente regresaba una imagen teñida de rojo. Seguidamente, llamó a su abuelo, juntos estuvieron charlando durante largo rato en el dormitorio; Luego recogidos en la intimidad de aquel pequeño salón, compartieron vivencias,  tras repartir las patatas aliñadas con sal, ajo majao, pimentón y un poquito de aceite entre los cinco, y no pudiendo ofrecerles, más que una pieza de fruta como postre. 
          Se despidieron y emprendieron el camino de vuelta.

    Al día siguiente, su progenitor, era otra vez protagonista en los medios:

                Ha aparecido el cadáver de un hombre de mediana edad, flotando en el agua, se desconoce la autoría y el móvil de este asesinato, pero según la policía, había sido apuñalado antes de arrojarlo al río. Por lo que se cree pudiese tratarse de un ajuste de cuentas ya que según el testimonio de algunos vecinos, se movía en círculos vinculados a la prostitución y tráfico de drogas.

martes, 20 de noviembre de 2012

Don Cosme

             El señor don Cosme, había nacido en una familia acomodada en los años treinta. Su padre era un afamado abogado, así que  cuando llegó a su mayoría de edad decidió mandarlo voluntario a cumplir el servicio militar.  Al finalizar, iría a la universidad, todo estaba previsto, estudiaría derecho y así tiempo más tarde, se haría cargo del bufete familiar, pero él, decidió hacer biología, que era lo que le entusiasmaba y tras terminar la carrera, accedió al puesto de profesor de ciencias naturales, en el instituto de su ciudad natal.

        Su carácter introvertido propiciaba su soledad, siempre rodeado de libros, bocetos y manuscritos. El vivir en el centro de una gran ciudad, no le facilitaba la tarea de recolección de plantas y frutos que estudiar y catalogar, por lo que cuando fallecieron, primero su padre y años después su madre, decidió vender todas sus posesiones inmobiliarias  y pedir el traslado a un pueblecito de la serranía de Cuenca, como maestro de escuela.
  Allí compró una pequeña casita con un gran patio, donde tras su jubilación, algunas noches de verano, acompañado por un párroco de también avanzada edad, saboreaba una taza de té de menta, que el mismo había cogido, durante el paseo matinal a lo largo del arroyo que bordea el municipio.   
        El trato con el resto del  escaso vecindario, (a parte de  la señora que desde muy joven, cada día se encarga tanto de la compra, como de las tareas del hogar), era casi nulo, limitado al saludo, al hola o el adiós, que la educación exige en cada momento.

      Aquella mañana como tantas otras, calentaba sus manos cogiendo un tazón lleno de café con leche, mientras sonreía para sí, oyendo cantar a un par de jilgueros que competían dentro de sendas jaulas, que colgaban  a ambos lados de la ventana. Canto que interrumpió el doblar de las campanas de la iglesia.

             El día anterior, mientras despertaba el alba y los gallos anunciaban los primeros sesgos  de luz, un solterón, introvertido tanto o más que él, pero con cuarenta años menos, del que recordaba algunas andanzas de cuando era niño, e iba al aula con pantalón corto y que casi nunca había salido del pueblo excepto en ocasiones puntuales, se levantó, en pijama se sentó en la cama, puso su paralela, la que tenía recostada junto a la cabecera entre las piernas, apoyó su barbilla sobre los dos cañones y apretó con rabia los gatillos, dejando la alcoba salpicada por sus últimos pensamientos.

       Tampoco tenía familiares, entre el alcalde y el cura, se habían encargado de agilizar los trámites y habían mandado preparar una fosa, que el ayuntamiento poseía para casos de excepción, en una esquina, al fondo del campo santo.

      No era habitual su presencia en la iglesia y menos en este tipo de eventos, pero creyó apropiado el acompañar a un alumno solitario en ese último momento.    Cogió su pelliza de cuero y con calma se dirigió hacia la plaza, allí había unos cuantos corrillos de hombres, intentando dilucidar los motivos de lo ocurrido, tras los portones abiertos, unas mujeres cuchicheando sobre lo extraño del acontecimiento e intentando dar respuesta a una pregunta que ninguna se atrevía a hacer;    En el primer banco, el reservado para los familiares, una mujer, elegante, sola, vestida de negro, una desconocida para todos, la única persona que se había dignado a poner una flor, un clavel blanco sobre una fotografía del difunto encima del ataúd.

        Don Cosme, iba revisando con la mirada el estado de conservación de aquel edificio, siguió caminando por el pasillo central hasta llegar al altar, hizo un amago de gesto, como santiguándose e inclinando la cabeza susurro: Que solos estamos.

       Ya sentado junto a la señora, le cogió la mano y le dijo: Le acompaño en el sentimiento;   Ella, volvió la cara hacia él y mirándole fijo a los ojos contestó: Igualmente.
       Al finalizar la misa, unos largos segundos de incertidumbre y miradas inquietas, hasta que Don Anselmo (el párroco), hizo un gesto de duples al sacristán, indicándole que saliese a la plaza a reclutar algunos hombres para portar el féretro;  En un momento se organizó la comitiva.     Delante el sacristán, con una pequeña cruz. Siguiendo al difunto el cura, con un pequeño incensario, acompañado por un monaguillo que portaba un caldero y el hisopo, luego el resto de gente produciendo un leve murmullo, que no llegaba a enmudecer el sonido de las pisadas sobre el cemento.

      Dentro de la iglesia, un silencio sepulcral acompañaba a la señora, arrodillada frente al retablo mayor, mientras Don Cosme, con los ojos cerrados, brazos caídos y manos cruzadas a su espalda, dejaba su mente en blanco, pensando en nada por pensar en algo, lo que le sirvió de reflexión, analizando las palabras que anteriormente se habían pronunciado dirigiéndose al fallecido.

      El tiempo pasó, cuando abrió los ojos, la mujer ya se había ido, allí, frente a él, sentado delante del ambón, en el par de peldaños  que separaban la nave del presbiterio, callado para no interrumpir tan agradable estado, estaba Don Anselmo que hacía rato ya había regresado del cementerio.
 .-Qué, ¿hace un vinito antes de ir a comer?
.- Pues hace.
  Cerraron los portones del templo, sin mediar palabra fueron hasta casa donde se encontraba Silvina, (la criada) terminando de componer el puchero.  Se sentaron uno frente al otro en aquella mesa cuadrada cubierta por un  hule que mostraba el mapa político de la España preconstitucional.
.-Silvina
.-dígame usted
.-pon dos vasos y saca una botella de vino del bueno
.- ¿del de la parte de abajo del botellero?
.-si, de ese que guardo para esa ocasión que nunca llega
.-usted dirá que celebramos hoy
.-nada Don Anselmo, nada.  ¿Que teníamos en común el muerto, usted y yo, hasta ayer?
.-digo yo que....... ¿hasta ayer estábamos vivos?
.-si, vivos y solos;  ¿quién portará nuestro féretro en ese último día?
.- alguien siempre habrá que no tenga nada mejor que hacer
.- ¿creé usted, que habrá alguien que ponga una flor por nuestra alma?
.-en eso si que creo, que debo  darle la razón
.-pues eso, celebremos hoy que podemos, no se vaya a estropear el vino con los años.
.-cuando quiera
.- Sírvase (Después de descorchar la botella)
.-por favor, usted primero.
.-acérqueme un poco el vaso
.- excelente, (con un gesto de aprobación)
.- pues sí, no me engaño el mozalbete que me la recomendó.       Silvina
.-dígame usted
.-trae otro vaso
.- ¿para quién?
.- para usted; demasiados años sirviendo en esta casa sin haber estado nunca sentada a la mesa
.-pero si yo no bebo nunca, a ver si me va a sentar mal
.- !siéntate leche!
.- (sonriendo) yo hago voto de silencio, de todo lo que ocurra o se hable en esta mesa
.- ¿le sirvo un culín?
.-eso un dedo, más que nada por acompañarles
.-ya era hora, parecemos una familia sentados los tres a la misma mesa
.-los cuatro
.- ¿los cuatro?  ¿y quién es el cuarto?
.-Dios nuestro señor
.-vale
.- (con una mueca) ¿voy a por otro vaso?
.-haz lo que quieras
.-tranquila, que el señor con vernos así, se da por contento.

      Desde entonces, algunas mañanas, mientras Silvina sigue a sus quehaceres, Don Anselmo y Don Cosme, dan un paseo por el pueblo, e incluso algún que otro domingo después de misa, a la hora del vermut, entran a la cantina a tomar una tapita en compañía del alcalde y el sacristán, al tiempo que se interesan por cómo van las cosas al resto de vecinos.        Después, eso sí, todos los domingos a comer a casa con Silvina, los tres compartiendo  mesa.

     .-Perdón Don Anselmo, quise decir los cuatro.


 F I N



jueves, 8 de noviembre de 2012

Y llueve


         Y llueve;  La gente en sus casas, las calles vacías, solo un paraguas de vez en cuando protegiendo del agua a un despistado viandante.

    Ahí, a tu lado, un felino amaestrado, adoctrinado para no hacer más esfuerzo que  rozar su costado contra tu pantorrilla y así llamar la atención, para terminar haciéndose el remolón y echándose sobre tu regazo, tapado con los manteos de una mesa camilla que alberga un brasero, cuyo calor, junto con el proceso digestivo, va entrecociendo tus pensamientos y haciendo que tus parpados caigan lentamente hasta entrelazar las pestañas al tiempo que la barbilla se aproxima a tu pecho, momento en el que una sacudida de espalda, te hace abrir los ojos con la única intención de seguir despierto, esperando a que ocurra algo distinto tras los cristales semiempañados de tu balcón, al tiempo que  el murmullo de la radio, te sirve de compañía.

    El politono asignado a tu portátil y una pestaña intermitente, comunican que tienes un nuevo mensaje en la carpeta de entrada de tu correo;  No tienes otra cosa mejor que hacer, ¿porqué no leerlo?.  Retiras hacia un lado el plato, pasas la servilleta levemente por el hule para limpiar ese pequeño espacio de migas para poner frente a tus ojos la pantalla y tener un acceso cómodo al teclado.

     .- ¡Va!........ Es de ese pesado que siempre está agobiado y termina agobiando a los demás, pero bueno, por ser hoy, lo abriré antes de eliminarlo.

     

     Hola, estoy aquí de nuevo.   Solo pretendo asomarme un poquito, para ver cómo anda la cosa por estos barrios.

     No penséis que me he olvidado de vosotros, la verdad es que no han pasado demasiadas cosas que contar, o tal vez sí, pero no me he enterado.

     Ando haciendo mudanza, separando lo que es necesario llevar, de lo que resulta práctica mente inútil, dentro de lo cual estarán todas aquellas que han de quedar en el olvido y que al intentar recordarlas dentro de un tiempo, su idea sea tan difusa, que puedas moldear su recuerdo a tu capricho sin llegar a incurrir en la mentira, aunque de ello resulte una falta parcial de la verdad.

   Es difícil diferenciar la realidad de los sueños, cuando  uno no quiere despertar, cuando el estar despierto supone el aceptar la realidad, una realidad vacía,  mi nuevo hogar.

   Espero vuestra respuesta y a ver si nos vemos un día de estos.


      .- ¿Le contesto 0 no?  Paso....  Mientras le acariciaba el lomo al minino.

   

       Una sonrisa se dibuja en su rostro cuando escucha un chiste en la radio:  

      Dice que una señora va al médico y le dice:

          .-mire doctor, estoy preocupada, porque tengo complejo de fea.

      A lo que el doctor le responde:

          .- váyase tranquila señora, que lo suyo no es complejo.



Esto le recuerda que hace algún tiempo, que no se pone en contacto con una “amiga” conocida del chat, poco agraciada de tez, pero súper agradable en su conversación, siempre dispuesta a aceptar una video llamada.

     Introduce su nombre (carpanta) y contraseña; Iniciando el Messenger;.-¿quién estará conectado a estas horas?;.-hombre, Campanilla.(esa niña de pelo corto,  cuerpo menudo y una sonrisa perpetua en esa cara de bicho, de ahí su apodo, con la que pasaba todas las horas de su niñez excepto la noche, en la que los separaba un tabique de ladrillo y unos cuadros colgados en el, como un muro infranqueable que parecía delimitar hasta donde debía de llegar su relación de amistad).


·       Hola campanilla, ¿qué andas haciendo?

·       nada, matando el tiempo

·       lo mismo que yo

·       que aburrimiento, pero salir yo sola

·       si no te molesta mi compañía

·       vale, me pongo las pisacharcos y nos vamos al parque como hacíamos antes

·       paso a buscarte por casa dentro de media hora, pero no te andes pintando el ojo, que no está el tiempo para esperar

·       cuando llegues, llamas y bajo

·       mejor voy con el coche y luego ya veremos

·       vale, si vemos que tal, por aquí siempre hay sitio para aparcar

·       hasta ahora

·       te espero


        Se levanta de la silla pensando: Un poco más y no me deja ni decir hola,  va hasta la puerta, coge del perchero una cazadora y se dispone a marchar. Tras la puerta cerrada, quedan: el gato sobre la silla, aprovechando el calor que aún desprende el brasero, la mesa sin recoger y el portátil abierto, conectado, descargando una película y archivos de música, que han sido programados con la intención de hacer más llevadera la sobremesa de la cena, antes de irse a dormir.

    Ya en el coche, mientras cruza la ciudad sin prisas, dirigiéndose al domicilio de campanilla, se entretiene contando los segundos que pasan  entre un movimiento y el siguiente del limpiaparabrisas, al tiempo que busca algún CD apropiado para la ocasión, aprovechando el tiempo en que está detenido frente a un semáforo en rojo.   La lluvia, parece que amaina al ir aproximándose a la calle donde aparcado en doble fila hará sonar el claxon.

       Al momento, se abre la puerta, entra, se sienta e inclina hacia su lado para saludarlo con un par de besos en las mejillas.

.- Donde te apetece que vallamos

.- Donde hemos dicho, al parque que había en nuestro barrio

Por el camino, suenan canciones de su adolescencia, que tararean al unísono cada vez que llega un estribillo, entre sonrisas van pasando los minutos.   De nuevo empieza a llover, según arrecia la tormenta, ella grita: 

.-Para, ahí a tu izquierda tienes un sitio para aparcar.

.- ¿pasa algo?

.-no. vamos hasta el parque andando, como cuando éramos pequeños.

    Van bailando con la lluvia acera adelante, mientras hacen aspavientos con los brazos y el agua empieza a recorrer so rostro.

   Llegan al parque, está desolado, sin niños, descuidado, los columpios en los que tanto jugaron, se encuentran oxidados, sin asientos, tan solo las cadenas unidas por un nudo le sirven para sentarse, él, desde la parte de atrás, da impulso a su balanceo mientras ella entre carcajadas grita:  más, más.    

  Después pisando los charcos con fuerza para que salpiquen, se acercan al tobogán, siguen riendo, recordando su niñez, suben por la escalinata para resbalarse y dejarse caer con el culo al suelo una y otra vez incrementando sus risotadas.

  Empieza a anochecer, el tiempo ha pasado volando, cogidos de la mano, y más adelante abrazados, como si de novios se tratase, recorren el camino de regreso, olvidándose del  coche.

   Ya en su portal se despiden con un beso, el primero y único beso de "amor" en toda su relación.

   Él vuelve andando a casa, bajo el aguacero, de cornisa en cornisa, su cara irradia una placidez que no le coge en el cuerpo,  su boca, tararea idiotizadamente la música de una canción  de la que olvidó la letra, mientras en sus bolsillos refugia las manos entumecidas por el frío.

    Cuando llega a casa, se dirige directamente al cuarto de baño, un escalofrió, recorre su espalda de arriba abajo mientras vacía su vejiga, acto seguido, se despoja de toda su ropa, coge una toalla, la más esponjosa y seca todo su cuerpo de pies a cabeza.

  Puerta con puerta, se encuentra su habitación, su único deseo en ese momento en entrar en calor, pero antes a de apagar el ordenador.

        En ese instante observa que campanilla, ha colgado en nuevo comentario:

La felicidad no está fuera sino en uno mismo y ahí es donde debemos buscarla, las circunstancias externas son solo alicientes que te hacen ser más feliz aún, pero no son la causa.    A mí, ni me ha tocado la lotería, ni tengo a mi príncipe azul, ni el coche de mis sueños, ni el armario de Paris Hilton pero... soy rematadamente FELIZ y siempre tengo un motivo para sonreír!!!
Que paséis una buena noche!!!

      Hoy dejará ese comentario invadiendo su morada toda la noche.  Con andar pausado recorre el pasillo, se introduce en la cama totalmente desnudo arropándose hasta las orejas, se abraza a sí mismo con fuerza, apoya la comisura de sus labios en la almohada y al tiempo que da un beso, susurra antes de dormirse para enlazar la realidad con sus sueños: Gracias, gracias por brindarme una tarde tan feliz.

   No he vuelto a saber nada de Carpanta, nada he vuelto a saber de Campanilla, pero el relato de su encuentro me ha contagiado un poco de esa maravilla.     Espero que a vosotros también se os contagie un poco de felicidad, locura, o simplemente os transporte, para disfrutar en el recuerdo, de esos tiempos lejanos de la niñez.