El
señor don Cosme, había nacido en una familia acomodada en los años treinta. Su
padre era un afamado abogado, así que cuando llegó a su mayoría
de edad decidió mandarlo voluntario a cumplir el servicio militar. Al finalizar, iría a
la universidad, todo estaba previsto, estudiaría derecho y así tiempo más
tarde, se haría cargo del bufete familiar, pero él, decidió hacer biología, que
era lo que le entusiasmaba y tras terminar la carrera, accedió al puesto de
profesor de ciencias naturales, en el instituto de su ciudad natal.
Su carácter introvertido propiciaba su soledad,
siempre rodeado de libros, bocetos y manuscritos. El vivir en el centro de una
gran ciudad, no le facilitaba la tarea de recolección de plantas y frutos que
estudiar y catalogar, por lo que cuando fallecieron, primero su padre y años
después su madre, decidió vender todas sus posesiones inmobiliarias y pedir el traslado a un pueblecito de la
serranía de Cuenca, como maestro de escuela.
Allí compró una pequeña casita con un gran patio, donde tras su jubilación, algunas noches de verano, acompañado por un párroco de también avanzada edad, saboreaba una taza de té de menta, que el mismo había cogido, durante el paseo matinal a lo largo del arroyo que bordea el municipio.
Allí compró una pequeña casita con un gran patio, donde tras su jubilación, algunas noches de verano, acompañado por un párroco de también avanzada edad, saboreaba una taza de té de menta, que el mismo había cogido, durante el paseo matinal a lo largo del arroyo que bordea el municipio.
El trato con el resto del escaso
vecindario, (a parte de la señora que desde muy joven, cada día se encarga
tanto de la compra, como de las tareas del hogar), era casi nulo, limitado al
saludo, al hola o el adiós, que la educación exige en cada momento.
Aquella mañana como tantas otras, calentaba
sus manos cogiendo un tazón lleno de café con leche, mientras sonreía para sí,
oyendo cantar a un par de jilgueros que competían dentro de sendas jaulas, que
colgaban a ambos lados de la ventana. Canto que interrumpió el doblar de las campanas de la iglesia.
El día anterior, mientras despertaba el alba y
los gallos anunciaban los primeros sesgos
de luz, un solterón, introvertido tanto o más que él, pero con cuarenta
años menos, del que recordaba algunas andanzas de cuando era niño, e iba al
aula con pantalón corto y que casi nunca había salido del pueblo excepto en
ocasiones puntuales, se levantó, en pijama se sentó en la cama, puso su
paralela, la que tenía recostada junto a la cabecera entre
las piernas, apoyó su barbilla sobre los dos cañones y apretó con rabia los
gatillos, dejando la alcoba salpicada por sus últimos pensamientos.
Tampoco tenía familiares, entre el alcalde y
el cura, se habían encargado de agilizar los trámites y habían mandado preparar
una fosa, que el ayuntamiento poseía para casos de excepción, en una esquina, al
fondo del campo santo.
No era habitual su presencia en la iglesia y
menos en este tipo de eventos, pero creyó apropiado el acompañar a un alumno
solitario en ese último momento. Cogió
su pelliza de cuero y con calma se dirigió hacia la plaza, allí había unos
cuantos corrillos de hombres, intentando dilucidar los motivos de lo
ocurrido, tras los portones abiertos, unas mujeres cuchicheando sobre lo
extraño del acontecimiento e intentando dar respuesta a una pregunta que
ninguna se atrevía a hacer; En el
primer banco, el reservado para los familiares, una mujer, elegante, sola,
vestida de negro, una desconocida para todos, la única persona que se había
dignado a poner una flor, un clavel blanco sobre una fotografía del difunto
encima del ataúd.
Don Cosme, iba revisando con la mirada el estado de
conservación de aquel edificio, siguió caminando por el pasillo central hasta
llegar al altar, hizo un amago de gesto, como santiguándose e inclinando la
cabeza susurro: Que solos estamos.
Ya sentado junto a la señora, le cogió la
mano y le dijo: Le acompaño en el sentimiento;
Ella, volvió la cara hacia él y mirándole fijo a los ojos contestó:
Igualmente.
Al
finalizar la misa, unos largos segundos de incertidumbre y miradas inquietas, hasta que Don
Anselmo (el párroco), hizo un gesto de duples al sacristán, indicándole que
saliese a la plaza a reclutar algunos hombres para portar el féretro; En un momento se organizó la comitiva. Delante
el sacristán, con una pequeña cruz. Siguiendo al difunto el cura, con un pequeño
incensario, acompañado por un monaguillo que portaba un caldero y el hisopo,
luego el resto de gente produciendo un leve murmullo, que no llegaba a enmudecer
el sonido de las pisadas sobre el cemento.
Dentro de la iglesia, un silencio sepulcral
acompañaba a la señora, arrodillada frente al retablo mayor, mientras Don
Cosme, con los ojos cerrados, brazos caídos y manos cruzadas a su espalda,
dejaba su mente en blanco, pensando en nada por pensar en algo, lo que le
sirvió de reflexión, analizando las palabras que anteriormente se habían pronunciado dirigiéndose al fallecido.
El tiempo pasó, cuando abrió
los ojos, la mujer ya se había ido, allí, frente a él, sentado delante del ambón,
en el par de peldaños que separaban la nave del presbiterio, callado para no interrumpir
tan agradable estado, estaba Don Anselmo que hacía rato ya había regresado del cementerio.
.-Qué, ¿hace un vinito antes de ir a comer?
.- Pues hace.
Cerraron los portones del templo, sin mediar palabra fueron hasta casa
donde se encontraba Silvina, (la criada) terminando de componer el puchero. Se sentaron uno frente al otro en aquella
mesa cuadrada cubierta por un hule que
mostraba el mapa político de la España preconstitucional.
.-Silvina
.-dígame usted
.-pon dos vasos y saca una botella de vino
del bueno
.- ¿del de la parte de abajo del botellero?
.-si, de ese que guardo para esa ocasión que
nunca llega
.-usted dirá que celebramos hoy
.-nada Don Anselmo, nada. ¿Que teníamos en común el muerto, usted y yo,
hasta ayer?
.-digo yo que....... ¿hasta ayer estábamos
vivos?
.-si, vivos y solos; ¿quién portará nuestro féretro en ese último
día?
.- alguien siempre habrá que no tenga nada
mejor que hacer
.- ¿creé usted, que habrá alguien que ponga
una flor por nuestra alma?
.-en eso si que creo, que debo darle la razón
.-pues eso, celebremos hoy que podemos, no
se vaya a estropear el vino con los años.
.-cuando quiera
.- Sírvase (Después de descorchar la
botella)
.-por favor, usted primero.
.-acérqueme un poco el vaso
.- excelente, (con un gesto de aprobación)
.- pues sí, no me engaño el mozalbete que me
la recomendó. Silvina
.-dígame usted
.-trae otro vaso
.- ¿para quién?
.- para usted; demasiados años sirviendo en
esta casa sin haber estado nunca sentada a la mesa
.-pero si yo no bebo nunca, a ver si me va a sentar mal
.- !siéntate leche!
.- (sonriendo) yo hago voto de silencio, de
todo lo que ocurra o se hable en esta mesa
.- ¿le sirvo un culín?
.-eso un dedo, más que nada por acompañarles
.-ya era hora, parecemos una familia
sentados los tres a la misma mesa
.-los cuatro
.- ¿los cuatro? ¿y quién es el cuarto?
.-Dios nuestro señor
.-vale
.- (con una mueca) ¿voy a por otro vaso?
.-haz lo que quieras
.-tranquila, que el señor con vernos así, se
da por contento.
Desde entonces, algunas
mañanas, mientras Silvina sigue a sus quehaceres, Don Anselmo y Don Cosme, dan
un paseo por el pueblo, e incluso algún que otro domingo después de misa, a la
hora del vermut, entran a la cantina a tomar una tapita en compañía del alcalde
y el sacristán, al tiempo que se interesan por cómo van las cosas al resto de
vecinos. Después, eso sí, todos los domingos a comer a
casa con Silvina, los tres compartiendo
mesa.
Carlos, algún día tienes que ponerte a escribir un libro. Algunos relatos como éste último son muy buenos. Deberías considerar la idea... Un saludo.
ResponderEliminarSanti.
Hay que ser realista, me falta cultura para desarrollar algo que se extienda más de un par de páginas.
ResponderEliminarDe todas formas Gracias.
Estimado Carlos déjame corregirte algo, tienes cultura y mucha. Ya quisieran muchos con carrera saber transmitir lo que tú transmiten en tus escritos. Un saludo amigo. Anabel.
ResponderEliminarEstimado Carlos, me vas a permitir corregir tu comentario anterior. Tienes cultura y mucha, lo importante no son los conocimientos que tenga una persona, lo importante es saber transmitirlos y tú lo haces en cada uno de tus relatos. Un beso amigo.
ResponderEliminarMe gusto mucho, gracias por compartir
ResponderEliminarGracias por estar
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