Había vuelto a ocurrir. Sin apenas aliento,
aquel niño subía la cuesta dirigiéndose al domicilio de un médico amigo de su
familia materna. Este al verlo con su faz desencajada, no necesitó preguntarle
qué pasaba, no era la primera vez que ocurría, cogió su maletín y corrió sin
esperar a que el niño dijera ni una sola palabra. Esta vez llegaría demasiado
tarde.
Cuando el niño se acercaba a su domicilio,
vio la estampa tantas veces repetida, la ambulancia con sus puertas abiertas y
las luces girando, la acera llena de vecinos amordazados, con cara de
sorprendidos, como si les extrañase una situación tan frecuente, su abuelo, en
el portal, formulando la denuncia junto a los agentes de policía, en el primer
rellano de la escalera, su tía, hermana de su madre, llorando, pero esta vez,
los enfermeros de cruz roja, bajaban con la camilla vacía, en ese momento,
empezó a subir los escalones de dos en dos, en la puerta de casa lo esperaba el
médico, sentado en el suelo, derrotado, apretando con rabia sus
mandíbulas. Se levantó rápidamente para
bloquear la puerta abierta e impedirle el paso,
con un abrazo, se dijeron todo lo que había que decir, juntos se
acercaron hasta la cocina, donde su madre, sola, sobre un charco de sangre, con
cara de complacencia, esperaba paciente la llegada del forense y así poder
descansar en paz, dejando atrás el infierno que le había tocado vivir estos
últimos años.
Después de otra larga noche en vela, como
tantas otras, por el mismo motivo, aunque distinto resultado, llegaba la hora
del último adiós. A su corta edad, ya no
le quedaban lágrimas con las que enjugar el recuerdo de su madre, las había
gastado junto a ella, compartiendo la impotencia, incluso algún que otro golpe
por intentar protegerla sin éxito un día sí y otro también.
Al día siguiente, los medios de comunicación
difunden la noticia: Ha sido detenido el presunto agresor de la última víctima
de violencia de género, cuando deambulaba por un parque cercano, decía no
acordarse de nada. El abogado intentará demostrar que sufre una amnesia temporal por lo que no puede
acordarse de donde estaba cuando ocurrieron los hechos que se le imputan.
El casi
adolescente, fue entregado por los servicios sociales en régimen de acogida, a
un matrimonio sin hijos, (no sin antes residir unos meses en un centro de
menores, debido a la precariedad en que vivían tanto su abuelo como su tía y la
desafección total con la familia paterna).
A los dos años:
Un presunto agresor, acusado de
maltrato con resultado de muerte, elude la acción de la justicia, después de
que su abogado presentara la semana pasada recurso, por haberse excedido el
tiempo de prisión provisional y no haberse celebrado el juicio.
Durante un tiempo, el contacto, entre el menor y su familia, se
limitó a mandar alguna que otra carta en fechas determinadas, a las que ninguna tenía respuesta, lo que no le impedía seguir mandándolas cada año.
Cuando
iba a cumplir dieciséis años, pidió a sus tutores el poder ir a visitar a su
familia materna. Ellos no solo apoyaron ese deseo, sino que se prestaron a acompañarlo. Tantas veces les había hablado de ellos y contado lo que hacían juntos, que indirectamente,
ellos también los consideraban familia y deseaban conocerlos.
De madrugada, emprendieron el
viaje; Durante el trayecto apenas se
cruzaron palabras, su “padre”, pendiente de la carretera, su “madre”,
adormilada en el asiento trasero y él,
estructurando la visita en su cabeza e imaginando cómo sería ese ansiado reencuentro.
Ya se divisaba la ciudad, aunque ya hubiese
claridad, aún mantenía las luces de sus calles encendidas. Un
poco antes de entrar en el casco urbano:
.- despacio
.-métete a la derecha
.-sigue y en la rotonda otra vez a la derecha
.- esta es la carretera del cementerio, me gustaría lo
primero, ir a ver a mi madre.
Llegaron al aparcamiento, se bajaron del
vehículo, anduvieron hasta una puerta
lateral por la que accedieron al recinto. A unos doscientos metros, se hallaba
una tumba descuidada, llena de hierbas, con una cruz oxidada clavada a su cabecera,
en la que se dejaba entrever un nombre y una fecha; se paró frente a ella, bajó la cabeza
mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, después de un rato en
silencio, susurró: cuando trabaje, el
primer sueldo que gane, será para una lápida que haga honor a tu memoria.
Saliendo, camino al coche se le ofreció la
posibilidad de encargar esa lápida ese mismo día, a lo que él respondió: .-os lo
agradezco, vosotros preocuparos de mi futuro, yo intentaré no olvidar mi
pasado.
Justo a la entrada de la ciudad, en una
hondonada sobre la que pasaba la carretera por un gran puente, se encontraban
unos bloques de pisos alienados.
.- ahí, ahí es
.-Gira en el semáforo a la izquierda, y rodeando esa
urbanización, bajando la cuesta, de frente está mi casa.
.-para en la puerta de esa casa
.-buenas señora, ¿Don Severino?
.- ya no vive aquí, se
mudó hace un par de años
.-lastima, me hubiera gustado darle las gracias
Minutos
después, paraban frente a un edificio. Enseguida, alguien lo reconoció, se formó
una algarabía.
.-que grande estás
.-no has cambiado nada
.-qué guapo, lo que te hemos echado de menos
Eran aquellos mismos vecinos que parecían
volverse sordos cada vez que había bronca en casa y enmudecían cuando les
preguntaba la policía después de cada denuncia.
Entraron en el portal, subieron despacio
las escaleras, en el rellano del segundo piso, lo esperaban: su abuelo, con su
típica chaqueta de rayas y su tía, de
negro riguroso, como siempre los había recordado. La
puerta de su casa estaba entreabierta, la empujó con cuidado, con miedo, con
la incertidumbre que le provocaba ver lo que había tras ella, todo estaba
igual, en el comedor aquel sofá marrón y en la cocina el infernillo de gas,
donde cocían unas patatas llenando de vaho el cristal de la ventana. Se dirigió
hacia ella y con su dedo índice puso su nombre, como tantas veces hizo en su
infancia junto a su madre.
Miró
al suelo, a su mente regresaba una imagen teñida de rojo. Seguidamente, llamó a
su abuelo, juntos estuvieron charlando durante largo rato en el dormitorio; Luego recogidos en la intimidad de aquel pequeño salón, compartieron vivencias, tras repartir las patatas aliñadas con sal,
ajo majao, pimentón y un poquito de aceite entre los cinco, y no pudiendo
ofrecerles, más que una pieza de fruta como postre.
Se despidieron y emprendieron el camino de vuelta.
Se despidieron y emprendieron el camino de vuelta.
Al día siguiente, su progenitor, era otra
vez protagonista en los medios:
Ha aparecido el cadáver de un hombre
de mediana edad, flotando en el agua, se desconoce la autoría y el móvil de este
asesinato, pero según la policía, había sido apuñalado antes de arrojarlo al
río. Por lo que se cree pudiese tratarse de un ajuste de cuentas ya que según
el testimonio de algunos vecinos, se movía en círculos vinculados a la
prostitución y tráfico de drogas.
¿Porqué esto se vuelve cada vez más "normal en el mundo"?.Duele que no se haga nada contra todo lo que relatas en esta historia que bien puede ser de mi país.
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