La tarde, no era la más idónea, por su
temperatura. Aún estando a mediados de
verano, corría una brisa fresca y los nubarrones negros que cubrían el cielo, hacían desapacible el paseo. La acera que protegida por una barandilla dibujaba
el contorno de la playa, estaba prácticamente vacía.
Con el cuello de la camisa levantado, protegiendo el leve espacio entre
los hombros y su pelo ya grisáceo,
andaba deambulando solo, triste y
cabizbajo, asumiendo su nueva
situación emocional, respecto a lo que había sido hasta ese momento su relación
sentimental.
Estaba anocheciendo, llegó a casa un poco más tarde de lo
habitual, la mesa ya estaba puesta y su pareja, con los ojos en el televisor, esperaba sentada para comenzar a cenar.
Ni un porque, ni un gesto, ni un donde, ni un nada. Cada uno, iba sirviéndose lo que le apetecía
del plato central, en que había varias
lonchas de diversos embutidos, cogiendo trozos de pan de una barra y utilizando
el tenedor, tan solo para pinchar la ensalada de tomate y lechuga, a la que no
se habían dignado ni a darle vueltas, por lo que la sal, solo se encontraba en
la parte superior. A ninguno de los dos,
parecía importarle.
Ella, llevaba ya un tiempo, con una actitud
distante, ¿pero él? ¿Qué le había ocurrido esa tarde? ¿Por qué, ese malestar?
¿Qué habría visto u oído? ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?
Lo normal, es que llegase un poco antes, que diera un beso a su esposa y
mientras ponía la mesa, preguntase algo, no sé, simplemente un ¿qué tal la
tarde?, aunque algunas veces su pregunta no tuviese respuesta. Poniendo durante la cena todo de su parte,
para entablar una conversación aún sin sentido.
Cogiendo el mando de la tele, para cambiar de canal, antes de irse a la
cama, con el único propósito de que su mujer lo mandase con aire a dormir y le
dejase ver en paz los programas de “tertulias” del corazón o algo parecido,
discusiones y temas familiares, que a nadie le importan, pero que todo el mundo
se traga.
Se fue al dormitorio sin mediar palabra,
como cada noche desde su prejubilación, puso el despertador a una hora
temprana, para salir a dar un paseo al perro, antes de que la gente acudiese a
la playa.
Aún no se había dormido, cuando ella
apareció, cerró los ojos, e intentó respirar pausadamente, como si ya estuviese
dormido. Pareció, darle igual, se
acostó en su lado de la cama, intentando ni rozarlo y se durmió.
Él siguió un buen rato despierto, pensando
en cómo proceder, que pensar, o si sería
mejor no hacer nada y olvidar.
El despertador, no llegó a sonar, antes
de que empezase a clarear, ya habían recorrido varios kilómetros de costa. Al llegar a un arrecife, se sentó como cada
mañana en una peña, redondeada a causa de la erosión producida por el
oleaje. Allí, volvió a sentirse
deprimido, no merecía la pena, eran muchos años, para olvidar todo lo bueno que
en ellos había vivido sin ni siquiera intentar evitar el naufragio. En caso de tener que cesar como capitán de la
nave, la dejaría a la deriva sabiendo que alguien cogería su timón y llevaría
al resto del pasaje a buen puerto.
Al volver a casa, se comportó con la misma
cotidianidad diaria. Recogía la
habitación y había la cama, mientras ella limpiaba el polvo, después hasta la hora de comer, iba y se
sentaba en un pequeño taburete en el garaje.
Con mucha tranquilidad y paciencia,
pegaba uno a uno los palillos, construyendo día a día, la maqueta de un
velero.
Para
dicha maqueta, una vez terminada, como la guinda del pastel, tenía preparada
una esclava de plata, con un corazón y una pequeña (Y) en el centro grabada, que andaba desde hace tiempo dando vueltas por
los cajones, a causa de estar estropeado el cierre y unos eslabones sueltos, pero la placa era
del tamaño ideal.
Por la tarde seguiría echando las partidas de dominó, ella mientras, supuestamente, asistía a cursos
en los que realizaba actividades de manualidades y ejercicios de baile.
Un paseo antes de volver a casa y a seguir
con la rutina de siempre.
Al pasar cierto tiempo, una noche, lo
despertó el llanto amargo de la decepción.
Al moverse, el sonido se tornó en sollozo contenido, giró suavemente el
cuerpo de su esposa para que su cabeza reposase en su pecho.
.- ¿Qué te pasa pequeña? Miénteme y te
creeré
.-perdóname
.- sssss, mejor no digas nada, las cosas
tienen principio y final, pero yo siempre estaré aquí
La arropó con sus brazos mientras
empezaba a sentir la humedad de sus lágrimas en la piel.
.-ahora duerme, duerme. Si eso te hace feliz, sueña con eso que tanto
anhelas. Yo soñaré con esto, mi mejor
sueño, tu cuerpo junto al mío y tu cabeza de nuevo sobre mi pecho.
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