Cada noche el profesor se
acercaba hasta el campus. Le gustaba pasear con paso lento y las manos cruzadas
a la espalda. El joven guarda jurado encargado de vigilar el recinto en horario nocturno,
hacia la ronda siempre a la misma hora. Le gustaba su compañía y las historias
que le contaba, por lo que las noches que llovía o hacia frio, lo invitaba a
pasar con él, se sentaban un rato en conserjería y entonaban el cuerpo con un té
o café calentito.
.-Pues sí. Ahora la gente
estudia más que antes y además estudia más gente. Hubo muchos estudiantes que sacaban tiempo
para trabajar, estudiar y luchar para que el acceso a la universidad llegase a
todas las capas sociales. Me acuerdo de
uno que llegaba a clase siempre
corriendo, después de sonar aquel escandaloso timbre. Llevaba dando patadas desde las seis de la
mañana repartiendo periódicos, por la tarde se dedicaba a dar clases
particulares para poder pagarse los estudios y aun así sacaba tiempo para
estudiar y estar siempre al frente de las movilizaciones para conseguir estos privilegios
que desde hace tiempo parecen no tener importancia, ya se ven como algo
natural, ya no hay que luchar ¿para qué? ¡Leche! Pues para conservarlos.
Se levantaba de su silla y
se iba de regreso a casa refunfuñando pasillo adelante.
Otras noches, aprovechando la
buena temperatura, después de la ronda se sentaban en uno de de los bancos de piedra que había a la entrada.
.-Aquí, donde estamos
sentados, esto que ahora son rampas, había una serie de escalones, en ellos y
delante de las puertas, estaban apostados los policías de los cascos y las
escopetas. Todos los estudiantes junto a
algunos profesores proscritos, llenaban con sus gritos todo esto que se ve,
entonces era una gran plaza con el suelo de arena. Tras las puertas cerradas
estaba reunido el claustro, se les veía asomarse a la ventana junto a los
inspectores y señalar a aquellos que consideraban los cabecillas de la
revuelta. Entonces no se usaban pañuelos, ni pasamontañas, ni nada para
ocultarse, no había porqué. Lo que se estaba haciendo no era ningún delito,
aunque algunos lo considerasen así. A
cara descubierta y la cabeza bien alta, un moratón producido bien por un pelotazo
a las porras de las grises, era todo un orgullo, una señal que te identificaba
“yo estaba allí” algo de lo que sentirse orgulloso. Cuando más tranquilo estaba todo, alguien
propuso hacer una sentada silenciosa, la consigna iba pasando de persona a persona,
en unos minutos todo esto se convirtió en una alfombra de donde no se oía ni un
suspiro. Rompiendo aquel silencio, sonó
un silbato, en ese momento empezaron a aparecer policías por todas partes. Con
sus porras dando golpes a diestro y siniestro. La gente, en vez de levantarse y
echar a correr, se quedó tumbada, protegiendo sus cabezas con el cuerpo de la
persona que tenía al lado. Se recibieron
palos por todos los sitios, ese momento lo aprovecharon para sacar arrastras a
los que aquellos miserables, antes habían señalado con el dedo y llevarlos en
furgones hasta los calabozos. Por la tarde y toda la noche, frente a la puerta
de comisaría, una muchedumbre esperaba la
salida de los compañeros. Cada hora salían
los grises a dispersar la concentración, pero a los pocos minutos otra vez
estaban allí. Cada vez, más estudiantes
orgullosos mostraban a sus moratones y heridas a sus compañeros. Así hasta las
ocho de la mañana que los soltaron después de propinarles una soberana
paliza. A unos cuantos hubo que
ayudarles, no podían casi ni siquiera andar por los golpes recibidos, pero aún
así, todas las cabezas, algunas incluso llenas de sangre, permanecieron erguidas,
ellos dieron los palos, pero aquella batalla la ganó la calle.
Aquella noche diluviaba,
bajo su paraguas negro, llegó hasta la estrada para guarecerse un rato bajo la
cornisa semicircular. Protegido de la lluvia tras las puertas, el joven
esperaba para abrirle y que entrase.
.-Un día, el primero de aquel
curso, cruzó esta puerta con cara de susto un muchacho de pocos posibles. El
hijo de un mecánico, pero no era cualquier mecánico, le arreglaba el coche al
gobernador. El chaval trabajaba a ratos
en el taller ayudando a su padre. Así y todo había terminado sus estudios con matrícula
de honor. Las uñas con el reborde ensombrecido lo distinguía de todos los
demás. Gracias a la mano del gobernador podría
asistir a clase pagando la mitad de la matricula. Siempre había soñado con ser médico,
pero estaba fuera de su alcance, por lo que terminaría sus días en aquel taller,
cambiando aceite, filtros y limpiando carburadores. Esto podía ser, su gran oportunidad. Nada más comenzar el segundo tremente,
aunque lo tenía estrictamente prohibido, fue a la movilización estudiantil que
se había convocado. Un profesor
prepotente y chulo, escoltado por la policía se acercó a una chica, la cogió
les brazo tirando de ella hacia fuera y gritó: Zorra, prepárate para suspender de por vida,
mientras yo esté aquí. Levantó su mano
amenazante para pegarle. En ese momento no lo pensó. Se abalanzó sobre él y le
lanzó un puñetazo a la cara que lo dejó tumbado en el suelo. Después de pasar dos días en los calabozos
detenido, fue a recogerlo su padre, no lo echaba de casa de milagro, pero si lo
expulsaron de la universidad. Trabajaría todo el día en el taller, como
siempre había pensado que sucedería.
Los compañeros, todas las tardes le llevaban los apuntes, él los copiaba
y estudiaba por las noches. Nadie lo esperaba, ni su familia, pero en junio se
presento a los exámenes por libre. Entre todos, habían hecho un tipo de colecta
y lo obtenido, había servido para pagar su matrícula. Ningún profesor le dio
más importancia, algunos hasta se rieron de la iniciativa, hasta que al
corregir los exámenes, vieron que había sacado sobresaliente en todas las
asignaturas. Eso no podía quedar así, había que inventarse algo, algo que los reforzase,
algo con lo que contentar y calmar un
poco de momento a la sociedad estudiantil. El consejo rector decidió que a partir de
entonces, todos aquellos con las calificaciones extremadamente elevadas, no
tuviesen que pagar la matrícula del curso siguiente. Aquel chaval, desde hace años trabaja en ese
hospital de enfrente, el doctor Ramos y por lo que dicen, es muy bueno.
Cada
noche tenía una historia distinta que contar. Algunas veces los ojos se le
volvían vidriosos al recordar aquellas batallas, aquella lucha que tanto
reformó este país. Al nombrar los
nombres de los jóvenes que tristemente quedaron en el camino por uno o varios
golpes de los grises y en quien nadie reparó, esos olvidados que no constan en
ningún sitio excepto en el recuerdo de sus familiares.
Aquella noche: Qué extraño, el profesor
cabizbajo, con bastón y parecía que cojeaba un poco. El joven salió a su
encuentro.
.- ¿Le pasa algo? ¿Está
bien?
.- ¡Sí! Que estoy de mala hostia
Qué cosa más rara, nunca de su boca había salido una expresión de ese
tipo y menos con esas formas.
.-Tomemos
un té y tranquilícese
Al
coger la taza, las manos le temblaban como si estuviese helado hasta los
huesos, incluso al sorber, los labios se le movían como si estuviese tiritando.
.-A ver, ¿en que he fallado? Mira que me preocupé de enseñarle que la
educación gratuita y de calidad, era la mejor inversión para una sociedad. Que
el prestigio de una nación no lo daba la renta de sus políticos, sino el grado
de cultura de sus ciudadanos. Que la
alta cualificación social, crea una infraestructura que es demandada por todos
los países de su entorno. Que exportar tecnología de última generación
hace fuerte a un estado. Que no es
suficiente con que los “más listos” lleguen a los puestos más altos, si los que
son un poco más torpes o no tienen medios, se quedan por el camino. Que no
es más valioso el que más tiene, sino quien más lo necesita y pone de su parte. Zoquete,
siempre me pareció un zoquete, se aprendió todo de memoria para aprobar, pero
nunca lo entendió.
.- ¿Pero de que me está hablando profesor?
.-No me llames profesor.
Estoy decepcionado, todos esos años de esfuerzo no han servido para nada. Han
tenido que poner al más zoquete, espera, como que zoquete. Ceporro, mucho más
que ceporro, ceporro con mayúsculas. CE- PO –RRO. (Golpeando al tiempo con el
bastón en el suelo)
.-Perdone ¿pero de quien
está hablando?
.- De ese que han puesto de
miniestrucho
.-Quien ese que se parece
al señor Burns, el de los Simpson
.-No, ese es el de hacienda
.- Entonces el que se
parece a Smithers
.-Que no, ese esta en justicia
.- ¿Pues quien?
.-El más parecido
intelectualmente a Homer simpson, el de educación, por decir algo. Más
vale que se hubiera dedicado de joven a entresacar remolacha, en vez de
hacernos perder el tiempo a los profesores que pretendimos enseñarle algo.
Se
levantó con aire, salió a la puerta donde se detuvo un momento y después de
gritar: CE-PO-RRO, el anciano profesor, marcho cruzando el parque por medio del
césped, blasfemando, hasta que desapareció entre los edificios.
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