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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Springfield al poder



      Cada noche el profesor se acercaba hasta el campus. Le gustaba pasear con paso lento y las manos cruzadas a la espalda.     El joven guarda jurado encargado de vigilar el recinto en horario nocturno, hacia la ronda siempre a la misma hora. Le gustaba su compañía y las historias que le contaba, por lo que las noches que llovía o hacia frio, lo invitaba a pasar con él, se sentaban un rato en conserjería y entonaban el cuerpo con un té o café calentito.

     .-Pues sí. Ahora la gente estudia más que antes y además estudia más gente.  Hubo muchos estudiantes que sacaban tiempo para trabajar, estudiar y luchar para que el acceso a la universidad llegase a todas las capas sociales.  Me acuerdo de uno que llegaba a clase  siempre corriendo, después de sonar aquel escandaloso timbre.  Llevaba dando patadas desde las seis de la mañana repartiendo periódicos, por la tarde se dedicaba a dar clases particulares para poder pagarse los estudios y aun así sacaba tiempo para estudiar y estar siempre al frente de las movilizaciones para conseguir estos privilegios que desde hace tiempo parecen no tener importancia, ya se ven como algo natural, ya no hay que luchar ¿para qué? ¡Leche! Pues para conservarlos.

      Se levantaba de su silla y se iba de regreso a casa refunfuñando pasillo adelante.

    Otras noches, aprovechando la buena temperatura, después de la ronda se sentaban en uno de de los bancos  de piedra que había a la entrada.

    .-Aquí, donde estamos sentados, esto que ahora son rampas, había una serie de escalones, en ellos y delante de las puertas, estaban apostados los policías de los cascos y las escopetas.  Todos los estudiantes junto a algunos profesores proscritos, llenaban con sus gritos todo esto que se ve, entonces era una gran plaza con el suelo de arena. Tras las puertas cerradas estaba reunido el claustro, se les veía asomarse a la ventana junto a los inspectores y señalar a aquellos que consideraban los cabecillas de la revuelta. Entonces no se usaban pañuelos, ni pasamontañas, ni nada para ocultarse, no había porqué. Lo que se estaba haciendo no era ningún delito, aunque algunos lo considerasen así.   A cara descubierta y la cabeza bien alta, un moratón producido bien por un pelotazo a las porras de las grises, era todo un orgullo, una señal que te identificaba “yo estaba allí” algo de lo que sentirse orgulloso.  Cuando más tranquilo estaba todo, alguien propuso hacer una sentada silenciosa, la consigna iba pasando de persona a persona, en unos minutos todo esto se convirtió en una alfombra de donde no se oía ni un suspiro.   Rompiendo aquel silencio, sonó un silbato, en ese momento empezaron a aparecer policías por todas partes. Con sus porras dando golpes a diestro y siniestro. La gente, en vez de levantarse y echar a correr, se quedó tumbada, protegiendo sus cabezas con el cuerpo de la persona que tenía al lado.  Se recibieron palos por todos los sitios, ese momento lo aprovecharon para sacar arrastras a los que aquellos miserables, antes habían señalado con el dedo y llevarlos en furgones hasta los calabozos. Por la tarde y toda la noche, frente a la puerta de  comisaría, una muchedumbre esperaba la salida de los compañeros.  Cada hora salían los grises a dispersar la concentración, pero a los pocos minutos otra vez estaban allí.  Cada vez, más estudiantes orgullosos mostraban a sus moratones y heridas a sus compañeros. Así hasta las ocho de la mañana que los soltaron después de propinarles una soberana paliza.  A unos cuantos hubo que ayudarles, no podían casi ni siquiera andar por los golpes recibidos, pero aún así, todas las cabezas, algunas incluso llenas de sangre, permanecieron erguidas, ellos dieron los palos, pero aquella batalla la ganó la calle.

      Aquella noche diluviaba, bajo su paraguas negro, llegó hasta la estrada para guarecerse un rato bajo la cornisa semicircular. Protegido de la lluvia tras las puertas, el joven esperaba para abrirle y que entrase.

    .-Un día, el primero de aquel curso, cruzó esta puerta con cara de susto un muchacho de pocos posibles. El hijo de un mecánico, pero no era cualquier mecánico, le arreglaba el coche al gobernador.  El chaval trabajaba a ratos en el taller ayudando a su padre. Así y todo había terminado sus estudios con matrícula de honor. Las uñas con el reborde ensombrecido lo distinguía de todos los demás.     Gracias a la mano del gobernador podría asistir a clase pagando la mitad de la matricula. Siempre había soñado con ser médico, pero estaba fuera de su alcance, por lo que terminaría sus días en aquel taller, cambiando aceite, filtros y limpiando carburadores. Esto podía ser, su gran oportunidad.    Nada más comenzar el segundo tremente, aunque lo tenía estrictamente prohibido, fue a la movilización estudiantil que se había convocado.  Un profesor prepotente y chulo, escoltado por la policía se acercó a una chica, la cogió les brazo tirando de ella hacia fuera y gritó: Zorra, prepárate para suspender de por vida, mientras yo esté  aquí.     Levantó su mano amenazante para pegarle. En ese momento no lo pensó. Se abalanzó sobre él y le lanzó un puñetazo a la cara que lo dejó tumbado en el suelo.    Después de pasar dos días en los calabozos detenido, fue a recogerlo su padre, no lo echaba de casa de milagro, pero si lo expulsaron de la universidad. Trabajaría todo el día en el taller, como siempre había pensado que sucedería.      Los compañeros, todas las tardes le llevaban los apuntes, él los copiaba y estudiaba por las noches.    Nadie lo esperaba, ni su familia, pero en junio se presento a los exámenes por libre. Entre todos, habían hecho un tipo de colecta y lo obtenido, había servido para pagar su matrícula. Ningún profesor le dio más importancia, algunos hasta se rieron de la iniciativa, hasta que al corregir los exámenes, vieron que había sacado sobresaliente en todas las asignaturas. Eso no podía quedar así, había que inventarse algo, algo que los reforzase, algo con lo que contentar  y calmar un poco de momento a la sociedad estudiantil.   El consejo rector decidió que a partir de entonces, todos  aquellos con las calificaciones extremadamente elevadas, no tuviesen que pagar la matrícula del curso siguiente.  Aquel chaval, desde hace años trabaja en ese hospital de enfrente, el doctor Ramos y por lo que dicen, es muy bueno.

      Cada noche tenía una historia distinta que contar. Algunas veces los ojos se le volvían vidriosos al recordar aquellas batallas, aquella lucha que tanto reformó este país.  Al nombrar los nombres de los jóvenes que tristemente quedaron en el camino por uno o varios golpes de los grises y en quien nadie reparó, esos olvidados que no constan en ningún sitio excepto en el recuerdo de sus familiares.

      Aquella noche: Qué extraño, el profesor cabizbajo, con bastón y parecía que cojeaba un poco. El joven salió a su encuentro.

           .- ¿Le pasa algo? ¿Está bien?

     .- ¡Sí! Que estoy de mala hostia

Qué cosa más rara, nunca de su boca había salido una expresión de ese tipo y menos con esas formas.

          .-Tomemos un té y tranquilícese

     Al coger la taza, las manos le temblaban como si estuviese helado hasta los huesos, incluso al sorber, los labios se le movían como si estuviese tiritando.

    .-A ver, ¿en que he fallado?  Mira que me preocupé de enseñarle que la educación gratuita y de calidad, era la mejor inversión para una sociedad.    Que el prestigio de una nación no lo daba la renta de sus políticos, sino el grado de cultura de sus ciudadanos.    Que la alta cualificación social, crea una infraestructura que es demandada por todos los países de su entorno.    Que exportar tecnología de última generación hace fuerte a un estado.    Que no es suficiente con que los “más listos” lleguen a los puestos más altos, si los que son un poco más torpes o no tienen medios, se quedan por el camino.    Que no es más valioso el que más tiene, sino quien más lo necesita y pone de su parte.     Zoquete, siempre me pareció un zoquete, se aprendió todo de memoria para aprobar, pero nunca lo entendió.

            .- ¿Pero de que me está hablando profesor?

       .-No me llames profesor. Estoy decepcionado, todos esos años de esfuerzo no han servido para nada.   Han tenido que poner al más zoquete, espera, como que zoquete. Ceporro, mucho más que ceporro, ceporro con mayúsculas. CE- PO –RRO. (Golpeando al tiempo con el bastón en el suelo)

         .-Perdone ¿pero de quien está hablando?

    .- De ese que han puesto de miniestrucho

        .-Quien ese que se parece al señor Burns, el de los Simpson

   .-No, ese es el de hacienda

         .- Entonces el que se parece a Smithers

  .-Que no, ese esta en justicia

         .- ¿Pues quien?

   .-El más parecido intelectualmente a Homer simpson, el de educación, por decir algo.    Más vale que se hubiera dedicado de joven a entresacar remolacha, en vez de hacernos perder el tiempo a los profesores que pretendimos enseñarle algo. 

     Se levantó con aire, salió a la puerta donde se detuvo un momento y después de gritar: CE-PO-RRO, el anciano profesor, marcho cruzando el parque por medio del césped, blasfemando, hasta que desapareció entre los edificios.

 

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